Dejando al margen a los partidarios incondicionales de la izquierda y del nacionalismo, que constituyen, a mi modo de ver, una parte minoritaria pero muy alborotadora de la sociedad española, para el resto de los ciudadanos hay varias formas de afrontar la política del gobierno socialista:
1. Tomársela a guasa y refugiarse en el individualismo. Los lemas podrían ser: Aquí nunca pasa nada o ya escampará. Una velita al Santo patrono de cada cual tampoco vendría mal para que escampase pronto o de verdad, de verdad de la buena, no pasara nada.
2. Ejercer la crítica con sordina y a veces con no poca incongruencia, como sería el caso de Mariano Rajoy, un señor al que le votaron casi 10 millones de personas, si bien se diría que se siente arropado sólo por un centenar de ellas, y que no ha dudado, tras denunciar su partido la voladura del pacto por las libertades y contra el terrorismo, en ofrecer los votos del PP para que en Vasconia gobierne el socialista López, quien ha hecho ascos a la derecha cada vez que ha podido.
3. Iniciar un ejercicio de prospectiva a partir de los historiales poco edificantes del socialismo y el nacionalismo, añadirle a ese ejercicio el aderezo de la situación actual y tomarse en serio el asunto para tratar de predecir, de no surgir un imponderable que trastoque todos los esquemas, en qué va a concluir el mundo surrealista y anacrónico hacia el que ZP parece conducirnos. Desde una posición individualista en lo liberal pero comprometido con el futuro de mi patria, que es la ideología que algunos denominamos liberal-conservadora, me gustaría reflexionar sobre lo que entiendo por tomarse en serio el momento político que vivimos y, ahí es nada, sobre la posibilidad de ir un poco más allá.
Si el gobierno de Zapatero actuase de un modo semejante a como lo hizo el de Felipe González en sus trece años y medio de poder, poco habría que objetar que no fuese referido a la política social (3.5 millones de parados), a la económica (recesión y déficit abultado en las cuentas públicas), al cumplimiento de la ley (crímenes de Estado) o a la corrupción (muy generalizada entre los altos cargos políticos). En el caso de González la población tardó demasiado en advertir la perversidad de sus gobiernos, pero acabó reparando en ella y finalmente expulsó del poder a un fulano que nos llevaba a la ruina económica y moral.
No es descartable que en la actualidad puedan darse casos gonzalezcos (o felipistas); de hecho, los presupuestos generales del Estado para el 2005 (y nada hace pensar que no suceda lo mismo en los siguientes años) se han confeccionado con la intención clara de beneficiar a la comunidades gobernadas por el PSOE y sus asociados separatistas y en perjuicio claro de los territorios que rige el PP, lo cual constituiría, analizando a fondo la cuestión, una prevaricación a gran escala que, por sí sola, bastaría para exigir la dimisión de un gobierno tan radicalmente injusto y al mismo tiempo tan presuntuoso de lo contrario.
Para quienes se sientan preocupados, además, por el prestigio y la economía de nuestra patria, poco ayudará a reconfortarle el hecho de enterarse a diario que somos el hazmerreír de medio mundo, puesto que únicamente contamos para ciertos gobiernos dictatoriales, como puedan ser el de Cuba o el de Venezuela. Los abrazos que ZP se dio con Chirac y Schroeder, esos fulanos que en su día hablaron entusiasmados del regreso de España al corazón de la UE, de momento sólo han servido para que ambos mandatarios anuncien su intención de dejarnos sin fondos de cohesión. Y eso que aún no ha entrado en vigor el engendro del Tratado europeo (llamado aquí Constitución) y en la práctica sigue en uso el acuerdo de Niza, según el cual ZP podría vetar la decisión franco-germana de expropiarnos unos derechos. ¿Lo hará ZP? Lo dudo, más bien aceptará sonriente y atolondrado el chocolate del loro que quieran ofrecerle, junto a otro par de abrazos, claro.
En el tema de la seguridad, asunto que no es moco de pavo en una España acostumbrada a la buena vida y a unas Fuerzas Armadas tan escasas como mal dotadas, este gobierno no ha reparado en gastos a la hora de ofrecerle a nuestro principal enemigo, Marruecos, una partida de material bélico considerado de carácter ofensivo. Eso sí, a precio simbólico, que es como se ha preferido llamar al regalo que le entregarán al sultán Mohamed. Y además, para más inri, se lo regalarán a nuestro principal litigante territorial, que es al mismo tiempo nuestro mayor proveedor de inmigrantes ilegales y partidas de droga y, pásmense, con la ilusa intención de que los carros de combate, puesto que de ese material se trata, sean usados, si llega el caso, contra nuestro vital abastecedor de gas natural: Argelia. ¿Se puede ser más tonto o sería preciso el uso masivo de células madre para engendrar a un ejemplar de superior calibre de estulticia?
Pese a todo lo descrito, que bastaría para que la población se echara a la calle y expulsara a gorrazos a un tipo tan dañino como es ZP, lo más importante de lo que ocurre en España no es ni la economía (que irá a peor), ni la seguridad de nuestras fronteras (apenas existente), ni mucho menos el prestigio internacional (algo que hay que buscar a la altura del subsuelo). Lo verdaderamente importante es la unidad de la Nación española, un hecho que a la larga, de mantenerse como en los últimos 500 años, permitiría afrontar cualquier crisis por muy profunda y prolongada que fuese.
Pues bien, en este apartado, el de la unidad de España, es donde peor conducta está exhibiendo el gobierno socialista. Sus concesiones a los nacionalistas pueden llevarnos en un plazo de seis a ocho años a una España compuesta por los territorios que hoy gobierna el PP, más Castilla-La Mancha y Extremadura, y una serie de apéndices, a cual más interesado, a los que se les habrá concedido el rango de nación. La tendencia de lo que ahora se observa es que algún día Cataluña, el País Vasco y Navarra, cada una con sus respectivos cupos que no alcanzarían a pagar los servicios que les prestase el Estado, especialmente en el caso de las dos primeras, se mantendrían unidas a España por un cabello de interés y con el único propósito de seguir vendiendo sus productos. Andalucía, Asturias y Canarias, asimismo naciones sedicentes para entonces, quedarían enganchadas a España a través de otro cabello, solo que en este caso sería para evitar la pérdida de las subvenciones o el turismo peninsular.
Galicia es un enigma que se despejará a corto o medio plazo. Si cayera Fraga en las próximas autonómicas, el territorio pasaría de inmediato a ser una nación como consecuencia del pacto PSOE-BNG. Y a esa nueva nacionalidad le seguiría, cómo no, un nuevo cupo sanguijuela tipo vasco. Si el PP siguiese en el poder, con o sin Fraga, pero decidiera mantener en las escuelas ese nacionalismo de baja intensidad que ahora practica y que a la larga calará igualmente en la población, no habremos hecho sino aplazar un conflicto en el territorio gallego que tarde o temprano determinará la caída del PP y la suma de Galicia a la nueva hornada de naciones. Por su parte, el gobierno socialista de Aragón lo tiene claro: lo que diga Maragall es palabra de Dios para Marcel.lí.
En cada una de las nuevas comunidades con jerarquía de nación, no hay más que aplicar la lógica, las federaciones regionales del PSOE dejarían de exhibir esas siglas, como ocurre ya en Cataluña, y el siguiente paso sería declarar que sus respectivos partidos nada tienen que ver con el PSOE, sino que son formaciones diferentes y nacionales (en el sentido nacionalista), algo que igualmente ha sucedido en Cataluña. Eso sí, como hacen ahora los socialistas catalanes del PSC, seguirían formando parte de la Ejecutiva Federal, sin que les afectase ninguna obligación y accediendo a todas las ventajas. En consecuencia, mantendrían la capacidad de elegir al primer secretario del PSOE, cargo que recaería siempre en un individuo de la calaña de Zapatero (o en el propio ZP), cuyo perfil imprescindible para ser elegido es que fuese atolondrado y transgresor de cuantas normas y leyes llegó a tener España como nación unitaria.
Tales circunstancias determinarían, en un plazo de tiempo que no debería superar las dos o tres legislaturas, la pérdida del poder socialista en el gobierno central del Estado español (como gustan llamarlo en la periferia díscola) o en su defecto gobierno de Madrid, si es que para entonces no se ha fundado ya una nueva capital en un páramo de La Mancha y se le ha dado el nombre de algún socialista conspicuo, por ejemplo: Ciudad Paulina o Nueva Iglesias, por Pablo Iglesias, el fundador de la Secta. En efecto, anteriormente dije que el asunto había que tratarlo en serio y, evidentemente, no puede ser más serio el hecho de despojar a Esperanza Aguirre y al PP de una capital que ellos, los burócratas de la izquierda y el nacionalismo, consideran que chupa del bote. ¿Cuántas pegas creen que pondrían Carod o Ibarreche o Chaves, y no digamos Maragall o su sosia Marce.lí, si se les hablase de trasladar la capital del Estado español y reducirla a un pueblo de 50.000 habitantes? ¡Eh!, ¿cuántas?
Sea como sea, con la deriva constante hacia la fractura de hecho (quizá no teórica) de la España multicentenaria, el PSOE debería perder el poder en unas tres legislaturas o incluso antes. Recordemos, a tal efecto, que la unidad de medida del hastío de la población española respecto al socialismo es de 13.5 años, claro que eso fue así cuando sólo se dedicaban a asesinar y robar y aún no habían puesto en almoneda lo que para muchos es irrecuperable: España. Ya se comentó, pues, que a la caída del zapaterismo podríamos encontrarnos con un puñado de naciones (cuento hasta seis o siete) y un resto de España (que diría algún inmoral) atacado desde hace tiempo en su economía, y por tanto empobrecida, a causa de los favores y prebendas que el socialismo de ZP iría repartiendo entre sus secuaces y cómplices. Para entonces es posible que el PP ni siquiera existiese, porque Rajoy no parece un individuo capaz de aunar con fortaleza a su partido durante dos o tres legislaturas en la oposición. Y en lontananza no se vislumbra en la derecha ningún candidato con carisma y un par de narices, luego lo más lógico es pensar que el socialismo perdería el poder ante una coalición de partidos de derecha y, es posible aunque no deseable, de extrema derecha.
Tal catástrofe política, que ya se sabe que sólo la izquierda tiene legitimidad para gobernar, determinaría un período de inestabilidad social en el que de nuevo volverían a usarse las manifestaciones callejeras. Entre los años 2002 al 2004, con un PP que disponía de mayoría absoluta holgada, que trataba de centrase maniáticamente como partido y que disponía de todas las encuestas a su favor, Aznar se tomó a risa (gran fallo) las exhibiciones de pancarta que Zapatero, Llamazares y los nacionalistas le organizaron durante dos años. Si esos mismos hechos se produjeran dentro de 8 a 12 años, con una coalición de gobierno de la derecha, más precaria y mucho más radicalizada, me temo que no despertaría la risa de ningún político en el poder; si además coincidiera con una España reducida a la mitad en cuanto a su lealtad declarada, no serían simpatías ni sonrisas, bien al contrario, lo que despertarían las manifestaciones agitadoras; si esa España, empobrecida, aún así se mantuviera altiva frente a naciones garrapata que no hacían sino azuzar en contra por temor a que el nuevo Gobierno (esta vez con mayúscula) recuperase competencias, todo apunta a que podría producirse más de un baño de sangre, de violencia generalizada y de deseos de desquite ante una izquierda y un nacionalismo que jamás ha contado en su haber con valores democráticos.
El futuro al que ZP nos lleva no puede ser sino violento, quizá sangriento, empobrecedor y dictatorial. No por el hecho de votar existe la democracia en un territorio. Para llegar a ese futuro, la izquierda y el nacionalismo usarán métodos arbitrarios, inmorales y propagandísticos. Tratarán de practicar la aculturación sobre los ciudadanos o, simplemente, dejarán que el analfabetismo funcional se propague desde la educación primaria hasta la universidad. Ni una sed de agua para quien desee aprender a ser libre, ni una sed de agua para las tierras sedientas. El objetivo de quienes ahora mandan en España no es otro que el feudalismo del siglo XXI, con vasallajes y señores que posean derecho de pernada sobre sus poblaciones. Todo valdrá, hasta que el pueblo grite ¡basta!, con tal de mantenerse en el poder.
Una década nacional-socialista (socialistas+separatistas+comunistas) puede hacer retroceder a España hasta media centuria, en riqueza, en bienestar, en armonía, en calidad de vida. Y aún así, si la patria se mantuviese unida o hubiese posibilidades de reunificarla, todo tendría remedio. Sería la tercera y acaso definitiva gran lección de la Historia. Una lección que nos llevaría a aprender y a valorar lo que jamás debe consentir el pueblo español: el nacionalismo en los actuales términos. Una gran lección que nos llevaría a convertir a España en circunscripción electoral única: Un hombre, un voto, y todos con el mismo valor. Una gran lección que establecería, blindados convenientemente, separación real de poderes. Una gran lección que debería eliminar de cualquier institución pública la posibilidad de controlar y conceder licencias de medios audiovisuales.
El socialismo, a su vez, tras lo que probablemente sería su tercera gran estafa a la Nación (años 30, años 80-90, años 2004 y siguientes), como mucho debería ser testimonial si es que alguna vez llega al poder una derecha menos acomplejada que la del PP. Una derecha que debería de encargarse de airear convenientemente, no como hizo Aznar al mantener altos cargos y evitar levantar las alfombras, cuantas maldades cometió la izquierda en sus 125 años de inmoralidades.
PD. Los lectores de Batiburrillo podrán descansar de mis artículos durante una breve temporada. Necesito ausentarme algún tiempo, espero que sea poco. Smith, un todo terreno de las ideas, suplirá con creces y mayor ingenio lo que yo deje de escribir.
Publicado el 2 de mayo de 2005
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