miércoles, 6 de diciembre de 2017

España a precio de jornalero

Brazos arrendados a tanto la jornada de 12 horas en las fábricas nacionalistas, que en el cortijo era de 18 y lo mal comido por lo mucho servido.
Entendería que los nacionalistas quisieran la independencia e incluso sería meritorio apoyarla si llevaran décadas malviviendo en sus territorios, con un nivel de vida sensiblemente inferior al resto de los españoles, o bien se diera la situación de que el Estado les coartase la democracia real, no la ficticia que hay en sus mentes y en sus manuales. Vamos, que entendería el “ahí te quedas” si se les hubiese tratado como súbditos de Mohamed VI o del ex presidente andaluz Manolo Chaves, que tanto da en este caso cual sea el dueño del cortijo. Un cortijo en el que sólo el purasangre ideológico o dinástico permaneciera bien alimentado en la mesa del poder y así fuese capaz de exhibir su trotecillo postinero.
Pero si tenemos en cuenta que hablamos de dos de las regiones más ricas de España, como son Cataluña y el País Vasco, sólo cabe un par de interpretaciones al deseo de alejarse de la patria común y de la realidad de este mundo: 1. O están convencidos que pueden vivir a cuerpo de rey (léase president o lehendakari) navegando en solitario en un mar cada día más globalizado, y persuadidos (en su caso catequizados) de que las exportaciones de tejidos y juguetes a China y el envío de informática a Silicon Valley serían para ellos pan comido, por ejemplo, lo cual nos da una idea del inmenso grado de soberbia que encierra la mentalidad nacionalista. 2. O esos pocos centenares de dirigentes políticos que hay en cada una de las dos regiones españolas, que son los que deciden en todo momento lo que corresponde creer y reivindicar, se han limitado durante estos años de democracia a organizar sendas mafias, en el más puro estilo del peronismo argentino o del PRI mexicano, que convierten en imposible abrir las ventanas para que entre aire fresco al recinto de las urnas electorales. La endogamia política, en ambos casos, sin duda ha degenerado el ADN del cuerpo electoral.

No, los pueblos catalán y vasco no son peores o mejores que cualquier otro, simplemente es que no han tenido fortuna respecto al nivel de libertad que les ha tocado en suerte en la etapa Constitucional. Lo que en otras regiones ha sido un respiro de libertad para los ciudadanos y un iniciar la etapa más próspera de su historia, en el caso de los dirigentes nazis todo ha sido un quemarles la sangre a los votantes para que les secunden con el criterio entumecido. La mafia nacionalista que desde el minuto uno de la Transición gobierna en Cataluña y el País Vasco, sin alternancia ideológica en sus parlamentos, en los medios de prensa locales o en las aulas, les ha hecho creer a los ciudadanos que se les oprime desde hace siglos y que los tiempos que corren son ideales para el desquite de tanta opresión. Creen a pies juntillas que ellos solitos, con una buena frontera que impidiese el cruce de pateras a lo largo del Ebro, se bastarían y sobrarían para convertir en poco tiempo dos “naciones” expoliadas en sendas repúblicas de Jauja. Jauja de Arriba y Jauja de abajo, por supuesto.
Lo que no advierten muchos de los que siguen con devoción al nacionalismo es que el superhombre no existe. No deberían creerlo así ni siquiera los convencidos de que al catalán y al vasco sólo les faltan dos asignaturas para iniciar la tesina que refrende sus superpoderes. Si una nación como la española ha enriquecido durante siglos a determinadas regiones, ahuecándoles la jactancia del mismo modo que la esclava negra le mullía los almohadones a Scarlett 0’Hara, ha sido a cambio de empobrecer a otros territorios y condenar a sus habitantes a la emigración dentro y fuera de España, o a períodos prolongados de miseria que sólo era posible solucionar renunciando a la educación para echarse con 10 años de vida al vareo del olivar. Una vida rota en ese instante, para sí y para su patria chica, a la que el niño jornalero jamás llegaría a ofrecerle su talento por falta de formación y exceso de cansancio.
Mientras, en esa lejanía marcada por las muchas horas de marcha de un tren borreguero que circulaba en los años 50 y 60 y al que sólo los privilegiados del pueblo conseguirían subirse —que la redención de los campesinos no es exclusiva de la Remensa catalana del siglo XIV y aledaños—, las fábricas engullían cuanta lana castellana, algodón andaluz, seda murciana o cochinilla canaria les llegaba en régimen de monopolio y al irrisorio precio fijado de antemano por quienes más tarde, mediante el uso de unos brazos igualmente arrendados a tanto la jornada de 12 horas, que en el cortijo era de 18 y lo mal comido por lo mucho servido, centuplicaban el precio al haberse transformado en paños, lienzos y filigranas.
Las decisiones de la España absolutista, esa que el nacionalismo culpa de la pérdida de sus libertades, concedió unos privilegios inmorales a determinadas regiones para que no le alborotasen la hora de la siesta en palacio. A partir de 1789, cuanto conflicto callejero se iniciaba en las regiones díscolas, era apaciguado con oro, incienso y mirra por unos reyes despóticos que vivían atemorizados ante los chispazos que pudiesen llegarles de la Francia revolucionaria. Cataluña y el País Vasco se convirtieron en territorios que debían ser tratados de distinto modo puesto que formaban los dos pasos naturales de las insurrecciones europeas, tan al uso en el diecinueve. Y el trato creó hábito. Y los habituales se consideraron con derechos adquiridos. Luego le correspondió el turno a las dictaduras del veinte, tres cuartos de lo mismo para unas y otras regiones, las enriquecidas y las sumisas.
Finalmente ha llegado la democracia, que cuenta ya con sus buenos 35 años. En la flor de la vida, como aquel que dice. Y el nivel de prosperidad de las regiones se ha ido emparejando relativamente porque el voto del jornalero del olivar vale lo mismo que el de un alto empleado de La Caixa, esa institución catalana implantada hasta en los lugares más recónditos de nuestra patria que no renuncia a practicar el nacionalismo empresarial con el dinero de todos. Pero no es el empresario de La Caixa el que decide a la postre, decide esa Mafia con espíritu de recortada que gobierna en la periferia, la misma que siente reconcomio ante la imposibilidad de mirar ya por encima del hombro a los habitantes de otras regiones. Es la Mafia nacionalista que desea volver a un mundo tradicional, al menos referido a los últimos 300 años, donde España era una finca apropiada para adquirir materias primas y brazos a precio de jornalero de 10 años, en ambos casos.
Por eso el Plan Ibarreche (del que aseguran que recuperará el PNV en 2013) lo último, repitámoslo, lo último que deseaba era desvincularse de España. Su filosofía era: Lo mío es mío y lo tuyo es nuestro. O dicho de otro modo: Cara gano yo, cruz pierdes tu. ¿Cómo va a querer uno desvincularse de su almacén de ultramarinos a precio de ganga y de su clientela sumisa? Si no tiene más que alargar la mano y escoger productos y clientes. ¿Y los nacionalistas catalanes? Exactamente lo mismo. Los servicios que presta el Estado a todas las comunidades, excluidas las partidas por servicios transferidos, se presupuestaron en el 2.003 en 66 mil millones de euros. De acuerdo con el PIB del País Vasco (hay otros métodos de cálculo pero este me parece el más decente), que es del 6,42% del total de la Nación, les hubiera correspondido aportar 4.237 millones de euros a las arcas del Estado. Aportaron unos 1082 millones mediante el Cupo establecido, el resto de los pagos no realizados fue beneficio neto para ellos. Y con un mercado casi cautivo. ¿Cómo se van a querer ir?
Bueno, pues el gran momio de los nacionalistas vascos es el mismo que ahora quieren los nacionalistas catalanes mediante otro Cupo. Que si lo consiguen en la misma proporción, y a Cataluña le corresponde un PIB de alrededor del 19%, pagarían una anualidad al Estado de 4.651 millones de euros cuando la cifra real por los servicios prestados (en 2003) es de 12.540 millones. Luego el resto de los españoles deberíamos financiar también al Gobierno catalán, en este caso con unos ocho mil millones de euros al año. Seguro que estos tampoco se van, su plan es el mismo que el de los nacionalistas vascos: Vivir a costa de España, mantener su desprecio hacia todo lo español y tomarnos por imbéciles. O sea, lo mismo que en los últimos 300 años: Cara gano yo, cruz pierdes tú. Eso sí, las monedas son ahora euros, antes eran reales de jornalero.
Ni “mijita” estoy dispuesto a soportar algo así, que se larguen con viento fresco. No me interesa asociarme con tahúres ni trileros. Cuanto menos si las normas de la sociedad las imponen ellos a torta limpia. Y si son nacionalistas, menos todavía. Faltaría más, encima de burro apaleado. Aviso a navegantes, en cuanto vea que no tenga otra opción me haré objetor de conciencia, no del nacionalismo, que lo soy ya y desde hace mucho, sino de todo producto que huela a territorio con Cupo. Algo que hoy va contra mis principios, puesto que no soy nada partidario del boicot al cava o similares, pero estoy dispuesto a cambiar esos principios por instinto de supervivencia. Y si cambio lo haré con todo, no sólo con el cava.
Apostilla en dos tiempos:
Cualquier ideología o creencia, por perversa que sea, cuenta con sus propios teóricos y defensores a ultranza. Es más, igual que el satanismo de los anticristo, el nacionalismo posee su propio cuerpo sacerdotal que fija el protocolo. Es evidente, pues, que ritos y solemnidades no les faltan en los días señalados. Incluso al haber disfrutado de largos años en el poder, que es la mejor carnaza para atraer a las hienas insatisfechas, el nacionalismo ha podido permitirse crear unas reglas para la defensa dialéctica de su doctrina. Una especie de jesuitas de a perra gorda pero bien entrenados y mejor pagados.
De modo que un nacionalista que lea los párrafos de este artículo sabe de sobras que si anota un comentario lo primero que deberá significar es el carácter fascista de su autor. Lo dirá con más o menos soltura. Veladamente o a las claras. Usará un ingenio más desarrollado o menos, según sea primer o décimo dan en su labor de apostolado del nacionalismo, pero indefectiblemente intentará descalificar lo que ha leído. Apelará, paradójicamente, a la libertad que debe tener un pueblo para decidir su propio futuro. La pregunta que espero que me conteste es: ¿De cuántos miembros se compone ese pueblo? Si somos todos, conforme, pero si sólo vota el presidente de la Comunidad de vecinos y el portero de la Finca, en ese caso la respuesta será siempre la misma: Nones, que pase el siguiente.
Artículo revisado, publicado el 25-1-2005

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