Hacia 1598 Shakaspeare escribió una de sus obras más famosas: Romeo y Julieta. El argumento es de sobras conocido, pero me gustaría destacar que el afán amoroso de sus protagonistas se vio acrecentado a causa de los impedimentos de ambas familias. Lo que podía haber sido una simple historia de amor, como tantas otras, concluyó en tragedia a causa del empeño de dos jovencitos en superar lo prohibido. Es la condición humana, basta que quieran prohibirnos algo para que usemos toda nuestra firmeza en obtenerlo. Basta que se quiera destruir cualquier recuerdo del franquismo para que algunos, no de forma gratuita o rebelde como se argumentará, queramos conservarlo. Porque esos recuerdos, en el peor de los casos, ejemplificarán lo que nunca debería hacerse.
El alemán Reinhart Koselleck, descrito por el comentarista de ABC como uno de los mayores historiadores del siglo XX, afirma hoy en el citado diario: Si se hubiera dejado quieto a Franco, probablemente se le habría olvidado antes. Y a mi juicio tiene razón el profesor Kosellech, porque Franco fue un personaje que se anuló a sí mismo a partir del momento en el que creó un régimen dictatorial y decidió perpetuarse en el poder. Muchos de los españoles que hoy vivimos jamás hemos sido franquistas, ni siquiera en vida del dictador, si bien nos ofende la idea de admitir que en la España republicana solamente hubiera un bando bueno, el Frente Popular, y por lo tanto quienes secundaron a Franco lo hicieron sin necesidad alguna y movidos por la ambición hacia el poder o el instinto asesino.
Las actuaciones de este Gobierno socialista, tendentes a rescatar su particular memoria histórica y anular cuanto pueda recordarnos al Caudillo, me molestan porque veo que Zapatero desea crear su propio régimen de buenos y malos, en el que los buenos serán aquellos que le secunden y los malos, franquistas o no, seremos todos los demás. Ya se encargará su división mediática, liderada por un ex-filofranquista denominado Polanco, de colgarnos la etiqueta correspondiente. Vamos, exactamente igual que hacía la gente de Franco, que llamaba rojo a cualquiera que no comulgase con la causa, pero justo al revés. Y ese maniqueísmo, contemplado desde el punto de vista de un demócrata, ni puede ser bueno volver a rescatarlo (alguien muy acertadamente lo denominó guerracivilismo) ni favorece en nada el espíritu de reconciliación que se inició en el 78, sobre todo si advertimos que al mismo tiempo se pretende enaltecer a otros personajes, como por ejemplo Indalecio Prieto, de tan lamentable recuerdo.
Hay algo que no comparto, sin embargo, de todo lo expuesto por Reinhart Kosellek. El historiador llega a afirmar que es mejor ...darle prioridad a los republicanos en la reescritura de la historia. Una afirmación que no parece propia de alguien de tanto mérito. En la Historiografía, a mi entender, no debe dársele prioridad más que a la verdad. Y si bien es cierto que la verdad suele ser polícroma, es obligación de cualquier persona decente acercarse lo más posible a ella. Sin prioridades de ningún tipo. Como decía el clásico: Cuando la verdad se digna venir, su hermana libertad no estará lejos. De donde se deduce que si tomamos como bueno el consejo de Kosellek y aceptamos sin más la verdad maniquea que desea imponernos el régimen socialista de hoy, en ese punto también estaremos renunciando a la libertad. Y la libertad, paradójicamente en palabras de un jacobino liberticida como Azaña, no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres.
Publicado el 7 de abril de 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.