jueves, 7 de diciembre de 2017

El teórico del nacionalismo


El nacionalismo, por vociferante y pendenciero, aparenta siempre ser más de lo que es. El separatismo, por encubrir a menudo hechos criminales, nos ofrece la falsa impresión de que su causa puede llegar a ser justa si tomamos como cierta la dedicación generosa de sus militantes. El terrorismo, por inmoral y asesino, es la gran coartada de unos y otros para jugar al papel de demócratas. Pero envolviendo a esa tríada del mayor embrutecimiento humano posible, como es el nacionalismo-separatismo-terrorismo, y ofreciéndole una presentación vistosa, de objeto putrefacto envuelto en papel de regalo, se encuentra lo peor y lo más rechazable de su ideología: El personaje que teoriza, encabeza o defiende a la corriente totalitaria, xenófoba y liberticida, pues no de otro modo debe ser considerado el nacionalismo a poco se ahonde en él.

Los teóricos del nacionalismo son, con mucho, lo más execrable de esa ideología. A tales personajes se debe cuanta falsa justificación, amparada en la supuesta libertad de decisión de colectivos muy concretos y moldeados -otros dirían adoctrinados-, se nos quiere vender como algo decente. Me refiero a los teóricos de primera o de segunda fila, no al pobre desgraciado que sigue las consignas sin pestañear y forma parte de los escamots atolondrados y camorristas, tan necesarios para crear la atmósfera inestable y reivindicativa que todo nacionalismo precisa.

Un teórico, quizá de segunda fila, podría ser Maragall, a quien le hemos visto criticar recientemente a Ibarreche, no sin falta de razón en este caso, por no ayudar a las comunidades con menos renta, mientras que en su proyecto de nuevo Estatuto para Cataluña aspira a conseguir a medio plazo un marco fiscal semejante al de las regiones con régimen foral, según reza en la base novela, apartado 6 del mencionado proyecto. De modo que el teórico precisa, ante todo, ser desvergonzado, manipulador y demagogo. Maragall es todo eso y mucho más, pero se le nota demasiado, de ahí que no acceda al primer grado del ejercicio de la teoría nacionalista y quede como un segundón marrullero e indecoroso.

Pujol, por ejemplo, sí fue un primer espada del nacionalismo teórico, hasta el extremo de que hay mucha gente que aún piensa de él que ayudó a la gobernabilidad del Estado, cuando en realidad no hizo otra cosa que socavarlo con todos los resortes y artimañas del poder autonómico que ostentó durante 23 años, sobre todo mediante su infame sistema educativo y su control férreo de la Televisión, la radio y la prensa. El teórico de primera fila es, pues, el que vende la burra ciega a las multitudes sin que se advierta demasiado su infame proceder o una felonía política basada usualmente en el odio adquirido durante la juventud.

Un odio que Pujol intensificó al sentirse despreciado, por pequeño de talla y regordete, cuando efectuó las milicias universitarias como oficial de complemento. Para Pujol fueron tres largos veranos de campamentos en los que tuvo que soportar las maldades de sus compañeros de promoción y la rigidez de sus mandos. Tres años, en la década de los cincuenta, en los que el uso del idioma catalán, verdadera patria del ex honorable, estaba prohibido o mal visto dentro del Ejército. En resumidas cuentas, que el rencor debe sumársele a la condición desvergonzada, demagógica y manipuladora del teórico nacionalista.

A propósito de Jordi Pujol, un personaje al que aún falta por conocérsele muchas de sus mezquindades y corruptelas, el gran Josep Pla nos cuenta lo siguiente en una de sus notas autobiográficas: En un momento determinado, Josep Vergés, en uso de su perfecto derecho vendió Destino [la revista para la que Pla escribió durante 36 años] a un "milhombres" (hombre que presume de tener mucha disposición, mucha actividad, mucha fuerza, etc., o que se mueve, habla o actúa como si las tuviera), de gran ambición política, llamado Jordi Pujol, de la Banca Catalana. Este señor, riquísimo, que primero propugnó en este país la implantación del socialismo sueco y después ha demostrado tener una ambición desmesurada y pública propia del típico político ignorante, prohibió la publicación de un artículo mío sobre Portugal, que ha hecho la revolución más bestia e ignorante de Europa en el siglo que vivimos

Publicado el 17 de enero de 2005

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