La única alianza posible de civilizaciones es la que se definiría mediante una sencilla frase de dos palabras: Libertad individual, actitud que consiste en el respeto absoluto a la tendencia natural de cada cual a aliarse con quien le salga de las narices (a poder ser de buena presencia), sin que tengan que ser los estados, y mucho menos los partidos políticos, quienes impongan ningún tipo de alianza entre colectivos heterodoxos o entre naciones de incompatibilidad democrática manifiesta. Hay un refrán que dice más o menos así: Quien se junta con un cojo, al cabo de cierto tiempo si no cojea... renquea. Lo que significa que si uno se alía con según qué civilización puede acabar cambiando a su mujer por un par de camellos; eso sí, después de haberle pegado a diario durante una buena temporada.
El único multiculturalismo válido es el que se corresponde con el mundo occidental, incluyendo alguna nación ajena a dicho ámbito geográfico pero que profesa un sistema socio-democrático semejante. En los demás estados, comenzando por los despóticos países islamismos, ni lo de ellos es cultura (salvo contadas excepciones como la arquitectura y alguna más) ni merecen ser tenidos en cuenta como creadores de valores que debamos conservar, sino reformar o combatir mediante la difusión de ideas democráticas que vayan calando en su malhadada población. Eso sí, comenzando por sus millones de emigrantes en toda Europa, a los que se les debería de dar una especie de carné por puntos para residir en nuestro continente. Puntos que perderían según el grado de radicalidad religiosa y/o delictiva, con la opción de recuperarlos mediante cursillos de civilidad democrática. Por supuesto, una vez agotados los puntos del carné, se debería proceder a expulsarlos sin más ceremonias ni contemplaciones a sus países de origen.
El único ecologismo posible es el que defiende en primer lugar el bienestar de la especie humana, sin rasgarse las vestiduras ni clamar al cielo civil como hacen esos adoradores del cuaternario ante teorías indemostrables que nos advierten de un cambio climático (que de producirse estaría más bien relacionado con algo tan sencillo como las glaciaciones periódicas) o de la subida del nivel del mar si en las autopistas pasamos de 120, poco más o menos, que es lo que alegremente nos anunció una determinada ministra social-fantasiosa y devota de arrojar al mar la totalidad de los caudales sobrantes del Ebro, un río requisado en su tramo medio por el social-sectarismo de Marcel.lí y nacionalizado en su tramo final por el social-separatismo de ese tándem megalómano que manda en Cataluña.
Mediante los párrafos anteriores, reconozco que escritos con más chanza que ganas de meditación, espero haber dejado clara mi postura respecto a las teorías de moda en la izquierda europea (quizá también americana). Me refiero a esa especie de doctrina trinitaria: alianza-multiculturalidad-ecologismo, con la que trata de intoxicarnos últimamente y cuyo fin descarado, tras el fracaso a calzón quitado del marxismo, no es otro, ¡ojo al dato!, que el de seguir mediatizando al hombre para que no se sienta a sus anchas. Se trata de que no nos quede más remedio que mirar de reojo, intuyendo el enorme peligro del capitalismo salvaje, y acabemos buscando la atmósfera protectora de papá Estado, un estado naturalmente gobernado por los socialistas. Se trata de que aceptemos con satisfacción colectiva (todo en ellos es colectivo) las propuestas siguientes:
1. La obligación de aliarse risueñamente (a lo ZP) con algo sórdido como pueda ser el islam, tiranía religiosa a la que, por conveniencia, se le asigna el rango de civilización. Y quizá es así porque, tal y como hizo (hace) el marxismo, el islam tampoco quiere reconocerle al ser humano el libre albedrío ni la libertad individual. Lo que determina esa simpatía entre colegas liberticidas que marxistas e islamistas han sentido desde siempre, no en balde ambas ideologías programan la vida del individuo (jamás ciudadano) desde el nacimiento hasta la tumba, mortaja incluida en el caso del islam. Sí, así es como debe ser según la izquierda y el islam, todo dispuesto desde la cúspide del poder o la Sharia, no como hacen en el malvado sionismo, cuya consolidación del estado de Israel jamás podrá ser admitida como algo bueno porque sus ciudadanos, además de pensar por ellos solitos, poseen el vicio de convocar elecciones cada equis tiempo. ¡Oh, cielos, qué horror!
2. El deber de aceptar una multiculturalidad que comprende grandes áreas del planeta tiranizadas desde que el mundo es mundo y a las que, por ningún motivo, se les debe presionar desde el exterior para que se conviertan en democracias. ¡Faltaría más! ¿Qué demonios importa si hay países gobernados por genocidas, como el depuesto Sadam, o sujetos petrocorruptos y liberticidas al frente de países como Arabia, Irán o Siria? Nada, a esos tipejos no debe tocárseles ni un pelo (no a la guerra), lo correcto es dejar que la población solucione sus problemas. No importa que la multiculturalidad represente otorgarles patente de tirano a ciertos dirigentes. Y además por varias generaciones, puesto que determinada gentuza gobierna mediante una endogamia política tan lujuriosa como pertinaz.
3. Debe reconocerse la inconveniencia de comer habichuelas si ha mediado en ellas un toque genético que las haga inmunes a determinada plaga, porque en ese caso representa la pérdida de grandes colonias de insectos que en modo alguno compensa que el ser humano disponga de alimentos en países donde las hambrunas son endémicas. Nada mejor para evitar que un muerto de hambre coma y se recupere que anunciarle a bombo y platillo la posibilidad de que su muerte no sea de inanición sino de mutación genética y degenerativa producida por las habichuelas; las cuales, claro, de ser ingeridas contra natura, ocasionarán que los descendientes del consumidor nazcan con seis dedos dentro de treinta generaciones.
La izquierda española, y dentro de ella ZP, figura a la vanguardia de la estupidez y la frivolidad a la hora de sus planteamientos ideológicos. Porque civilización, clave del multiculturalismo y del ecologismo trinitarios, viene de civilizar, que es sacar del estado salvaje a pueblos o personas. Lo que significa que en el momento en el que saquemos de ese estado salvaje a determinadas sociedades, como por ejemplo la islámica, y les desarraiguemos unas costumbres que cualquier mente lúcida no tiene más remedio que condenar, habremos creado algo muy semejante a lo que existe en occidente. A menos, claro está, que con la alianza de civilizaciones lo que se pretenda es asilvestrarnos (juntarnos al cojo) a los que ya estamos civilizados, por lo menos en actitud mental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.