A nadie se le escapa ya que el Gobierno ha dado un giro laicista a la política española. Quienes ganan las elecciones tienen derecho a gobernar porque para eso se les ha votado, aunque resulta un tanto extraño que determinadas directrices, como las que afectan a las cuestiones morales y religiosas, queden un tanto desdibujadas en los programas políticos, para, cuando se llega al Poder, reavivar absurdamente los viejos enfrentamientos nacionales.
Según una encuesta realizada para La Razón, siete de cada diez españoles rechazan que los ayuntamientos supriman los símbolos navideños. Y es que hay cosas por la que los españoles no están dispuestos a pasar. Porque una cosa es que vivamos en un estado aconfesional, y otra que se trate de destruir ya las tradiciones que superan, incluso, el hecho religioso. Desde luego, debe formar parte de todo buen gobierno el respeto a los ciudadanos y la libertad de culto; pero otra cosa es el laicismo agresivo, de logia o de Casa del Pueblo, que tanto monta, monta tanto, y que pretende recluir la fe abrumadoramente mayoritaria de los españoles a las catacumbas, mientras la religión islámica -con todos sus derechos sí, pero con los derechos que ellos niegan en sus paises musulmanes- crece día a día por nuestros pueblos y ciudades.
Lamentable ha sido el papel jugado en la laicización de la Navidad por el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, cuyas iniciativas sobre el alumbrado rayan el estrambote bufo de la peor de las comedias. ¿Tanto le debe este hombre al mundo laico de PRISA como para tratar de desdibujar las fiestas con cartelitos que ofenden hasta la inteligencia más necia?
Autor: Smith
Artículo publicado el 24 de diciembre de 2004
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