sábado, 2 de diciembre de 2017

Conmigo o contra mí


Para un liberal, o al menos para un liberal-conservador como es mi caso, es fácil admitir que en cualquier territorio existan tantas culturas como individuos lo habitan, porque el liberalismo, aun dentro de sus muchas variantes, prefiere destacar y valorar a la persona en contraposición a las ideologías de izquierda, que son mucho más propensas a reunir en grupos a los seres humanos. Quizá es así, y digo sólo quizá, porque los hombres a puñados somos más manejables que sueltos, y la izquierda tiene pavor a la libertad auténtica que representa el individualismo, de ahí que a menudo intente atraerse a determinados colectivos, para aunarlos a sus propias huestes, y luego considere al resto como enemigos mortales. Porque la izquierda es básicamente dualista, o conmigo o contra mí, y no repara en gastos a la hora de estigmatizar a cualquiera que no pueda controlar o que piense de distinto modo.

Un socialista afirmaría sin ningún rubor: Me interesan los homosexuales pero detesto a los católicos. Ello es así por razones evidentes, sabe que a los primeros puede llegar a convertirlos en clientes incondicionales (por lo menos a bastantes de ellos) a partir de ciertas leyes complacientes y desinhibidoras, mientras que a los segundos los declara hostiles, y los combate cuanto puede, porque para la mentalidad socialista, siempre intrigante, es imposible manipular a quien ya se halla manipulado por el clero. No olvidemos que el manejo sectario de las personas es la principal herramienta ideológica de la izquierda. Luego a los católicos no trata de atraérselos con halagos o leyes a la medida de sus tradiciones y deseos, como a los del primer grupo, sino que simplemente pretende socavar los hábitos católicos y provocar que se alejen de su fe y su fidelidad a la Comunidad de creyentes, de ahí que el socialismo les ofrezca salidas fáciles a determinadas situaciones, como pueda ser el divorcio rápido y sin causa, el aborto libre o con plazos muy dilatados, la eutanasia, la píldora del día después, etc., que es todo aquello que la Iglesia rechaza al ir contra la moral católica.

A la hora de encuadrar a sus ciudadanos, el nacionalismo se comporta exactamente igual que la izquierda y separa a las personas en dos grandes grupos: Adictos o enemigos, a los primeros los favorece y coloca en todas las administraciones públicas o en las sociedades que controla, y a los segundos no les da ni una sed de agua y si puede los expulsa de su territorio, como es el caso de los más de 200.000 vascos que han buscado otros horizontes al ser incapaces de soportar tanta presión o amenaza, o como esos miles y miles de ciudadanos catalanes, muchos de ellos maestros o funcionarios de otro tipo, que han preferido pedir traslado o marcharse antes que seguir en la marginalidad profesional, civil y política.

La gran diferencia entre la izquierda y el nacionalismo, aun cuando ambos sienten un tremendo apego por el poder y se consideran los únicos legitimados para gobernar, es que mientras los primeros no valoran lo que tienen, en este caso la nación española, puesto que lo suyo es la inmoralidad del vivir al día, el “ande yo caliente...” y el tras de mí el diluvio, los nacionalistas hacen planes para las siguientes ocho generaciones o presumen de contar con 110 años de historia reivindicativa. El nacionalismo, además, se preocupa mucho de fijar con la mayor exactitud posible el territorio donde deben congregarse los suyos, los de su raza o su etnia. Mientras que el socialismo y la izquierda en general, al menos en España, no le da la menor importancia a conservar íntegro el Estado porque prevalece en ellos el deseo de mantenerse en el poder aunque se le vaya reduciendo el suelo que pisa a consecuencia de los peajes que paga a quienes necesita para gobernar. 

Para distraer a sus huestes y evitarles que piensen en asuntos realmente serios, tanto la izquierda como el nacionalismo emiten mensajes del tipo alianza de civilizaciones, que es la consigna sustitutiva de otras frases como la dictadura del proletariado o trabajadores del mundo, uníos, o bien del tipo hecho diferencial, España plural, etc. En ambos casos son unas frases huecas, pero la diferencia entre unas y otras estriba en que mientras los nazis exigen fuera lo que no respetan dentro, las consignas de la izquierda, que de nuevo aparecen cargadas de utopía perfectamente irrealizable, quieren mover a un seudo universalismo y van destinadas a ese contingente de miles de bobos que les secundan en las facultades, en los medios de prensa o en el submundo de ensayistas y conferenciantes donde siempre hay alguien que teoriza, formaliza y da esplendor a unos lemas sin contenido. 

En resumidas cuentas, ambas ideologías totalitarias usan y abusan del conmigo o contra mí, que es la filosofía más antiliberal posible y que por coherencia debemos combatir sin tregua. Y volviendo al inicio de este artículo, para terminar me gustaría dejar bien claro que uno, precisamente por su talante liberal (la palabra talante siempre debe ir adjetivada o no significa nada), siente el máximo respeto por los homosexuales, pero precisamente por existir en mí ese respeto hacia ellos me molesta que se les use como mercancía electoral y se les engatuse. Claro que aún siento mayor rechazo al ataque frontal contra el mundo cristiano que este Gobierno practica.

Artículo publicado el 25 de noviembre de 2004

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