Hace unas semanas murió Javier Tusell Gómez. Para nosotros nunca pasó de ser un miembro más del club de los rebotados que copresidía con Miguel Herrero y Rodríguez de Polanco y Gallardón de Miñón.
Javier Tusell supo hacerse un hueco en el mundo historiográfico postfranquista, aprovechando distintas corrientes del poder político del que tanto gustaba y en el que nunca, afortunadamente para los españoles, llegó a ser nadie. Opinaba con frecuencia sobre libros y escritos que parecía no haber leído ni en el mejor de sus sueños. Archipublicitado como “demócrata”, realmente tenía una mentalidad chekista, demostrada con su irrefrenable tendencia a calificar de fascistas no sólo a quienes mantenían posiciones historiográficas post franquistas -léase Ricardo de la Cierva, Salas Larrazábal, Suárez Fernández, etc.-, sino prácticamente a todo el que no asumía las tesis del progreso universal.
Este definidor de democracias, en acertada expresión de Ricardo de La Cierva, consideraba la II República Española -régimen jacobino donde los haya- como ejemplar modelo democrático, obviando que, desde la propia hechura de la Constitución hasta el Frente Popular, pasando por el jacobinismo de Azaña y Companys, el sistema estaba diseñado para condenar a la desaparición política y física a la España liberal, conservadora y católica. En cambio, Tusell no quería saber nada de la altísima responsabilidad del PSOE en la fermentación de la Guerra Civil. Por cierto que el “historiador” también gustaba de unirse las veces que fuera preciso al batallón de historiadores que todavía siguen empeñándose en demostrar que Franco ganó la guerra, incompetencia tras incompetencia. Ya saben, de derrota en derrota hasta la victoria final.
Tusell tuvo un importante coro mediático a su servicio (PFFR y demás). Las conclusiones a las que el cómico de la Historia llegaba, se elevaban por arte de magia a categoría de consenso, y quien las discutiera, caso de Pío Moa, eran descalificadas como revisionistas. Pío Moa, por cierto, era uno de los blancos preferidos de Tusellone; el cómico solía descalificar -aunque no sus argumentos- a Moa desde las páginas de El País y las ondas de la Cadena SER con una fijación que rayaba lo patológico.
En otro orden de cosas, el satélite socialista, fracasó rotundamente en sus intentos de relanzar en España la Democracia Cristiana. Posiblemente la razón estuviera en su propia base ideológica, tan alejada de la democracia y del cristianismo; o al menos eso se colige de sus libros. No hay cristiano de los años 20, 30 y 40 del siglo pasado del que Tusell emitiera un juicio medianamente decente. En cambio contribuyó al exaltamiento del verdadero azote de los católicos de los años 30 y que no fue otro que Manuel Azaña. Curiosa manera de entender la democracia “cristiana”.
Su perspectiva histórica dejaba mucho que desear. Escasas semanas antes de caer el Muro de Berlín, vaticinó de manera detallada la superación de Occidente por el socialismo soviético en un libro sobre la Perestroika que no merece la pena ni comentar. Todavía recuerdan muchos libreros el fugaz paso por sus tiendas de aquél panfleto, cuyo antiamericanismo dejaba a Michael Moore al nivel de aprendiz. Lógicamente, la caída del muro se llevó por delante el mencionado panfleto procomunista.
Tusell fue oficiante de numerosos cursos y seminarios de Historia convenientemente aderezados para arrojar basura sobre todo lo que significara oposición al socialismo y al soporte totalitario de la ideología y actos de este partido durante buena parte del siglo XX. Además tomó partido en más de una ocasión por decisiones más que sectarias en el ámbito de la Cultura. Ahí está su vergonzosa pataleta durante la noche que a Ricardo de la Cierva le entregaron el Premio Espejo de España 1989. Igualmente arbitraria era su posición sobre el Archivo de Salamanca, en la cual llegó a poner al mismo nivel al Gobierno de España y al de la Generalitat. Diferenciar entre Estado y Comunidad era demasiado para él. Así eran las cosas de Javier…
Ni España ni la Libertad eran su punto fuerte. Últimamente defendía a capa y espada la Europa decadente y esclerotizada de Chirac y Schröeder, y no digamos a su marioneta Zetapé. La Europa del “progreso” y de las “luces”, ya saben. En cualquier caso, descanse en paz.
Autor: Smith
Publicado el 13 de marzo de 2005
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