lunes, 20 de noviembre de 2017

Nacionalismo canario


Conozco cinco de las siete islas canarias, una de ellas palmo a palmo, donde he vivido durante cuatro años. Recuerdo mi etapa de residente en Canarias como una de las más felices de mi vida. Me dispensaron un trato amable, con los brazos abiertos, que hizo que me sintiese integrado desde el primer momento. Me encontré a gusto en las islas, hice amigos y algún gran amigo, con los que compartía el trabajo, las aficiones y las charlas políticas mientras saboreábamos un JB con 7Up, que es la bebida nacional (sea JB u otra marca) para quienes nunca tuvieron problemas de abastecimiento de güisqui escocés a buen precio.

Allí me fumé algunos puros palmeros sensacionales, algo inalcanzable para el mejor fumador de habanos, allí bebí ese blanco de Fuencaliente y ese tinto de Mazo cuyas vides están enraizadas en la corriente eruptiva surgida de la misma fragua de Vulcano. Allí me deleité con el mejor pescado asado del mundo, el abadejo de Canarias, que suele pescarse con volantines de quinientos metros. Y qué decir de esas papas "arrugás" cocidas en agua marina, o de esos mojos de ñoras rojas o pimientitos verdes que las maquillan para darles un toque distinto y sabroso. Cómo no hablar del puchero canario, que incorpora cuantas verduras y cereales nos da la naturaleza.

Porque el canario, que vive al aire libre de su clima privilegiado y siente frío con trece grados de temperatura ambiente, es, ante todo, un ser cálido que se relaciona con sus semejantes y saborea la vida con gran estilo y calidad, sin agobios, a lo griego clásico peripatético, en el mejor de los sentidos, charlando mientras pasea o toma el aire de ese alisio benefactor que casi siempre les abanica.

Allí conocí la lucha canaria, esa disciplina deportiva donde el más débil de los rivales es valorado en su justo término porque puede llegar a rendir al puntal. Allí, en Canarias, pude admirar un cielo infinitamente limpio donde las nubes, cuando las hay, se sitúan en zonas de medianías y dejan siempre el firmamento a disposición de los astrónomos, que pueden observar hasta dónde podría llegar algún día el hombre si la necedad o la falta de libertad no acabasen imponiéndose.

Allí, en Canarias, junto a comarcas áridas que ni el sureste peninsular posee, pude contemplar campos de lava henchidos de plataneras casi afrodisíacas, quien no haya comido un plátano madurado en la palmera desconoce el sabor de la ambrosía. Allí comprobé la nueva y exportadora agricultura canaria que hoy está representada por el aguacate, el mango, el ñame de hojas inmensas y el redondo tomatito cherry, que de tan graciosos que son te dan ganas de jugar con ellos como si fuesen canicas.

Allí disfrute más de un mes de enero de esas playas de arena negra que recogen todo el calor invernal y te hacen sentir acariciado por la brisa. Allí me divertí y bailé en las fiestas populares y en las verbenas al aire libre, cuyo único entoldado suele ser un vistoso manto de colgaduras de colores y banderitas españolas. Allí también advertí bosques de tilos y laurisilva, con espacios recónditos que el pie humano aún no ha sido capaz de hollar. Allí observé las nieves primaverales del Teide y del Roque de los Muchachos, allí me extasié ante la presencia del drago, árbol de sangre medicinal cuya mitológica historia haría palidecer de envidia al roble más nacionalista.   

Pero allí, desgraciadamente, está comenzando a surgir un nacionalismo que abomina de España. No me refiero al de Coalición Canaria, que al fin y al cabo no son más que un grupo de amiguetes ávidos de poder y de deseos de controlar los cabildos, como así hacen. Tampoco me refiero a esos otros partidos que, con la etiqueta de nacionalistas, se forman en algunas islas para defender los intereses de los empresarios importadores. Que ya se sabe que el consumidor residente en una isla menor paga el abusivo precio establecido por los cuatro caciques que se han puesto de acuerdo para importar en exclusiva determinadas marcas o productos. No, no me refiero a ellos.

Me refiero a un movimiento denominado Azarug, minoritario pero muy activista, que propugna la independencia de Canarias basándose en el origen beréber de la  antigua población guanche, a cuyo idioma ellos denominan tamazight y pretenden que se implante como lengua oficial una vez liberada Canarias de la colonización española.

El tamazight, que no es más que una forma ignorante y afrancesada de llamar al idioma amazirga (de Mazir, descendiente de Cam) y es el nombre con que los propios beréberes se conocen a sí mismos, es completamente desconocido entre la población canaria y ha surgido entre cuatro fanáticos que le incorporan palabras en constante invención. Como hizo en su momento Sabino Arana respecto el vizcaíno, idioma que no sabía hablar y al que le añadió un sinfín de términos escritos.

Los muchachos de Azarug (organización juvenil independentista) y sus hermanos mayores del MLNC (Movimiento de Liberación Nacional Canario), detrás de los cuales a saber quién estará, aunque con un retraso de siglo y medio llevan una trayectoria similar a la de todo nacionalismo étnico: Creación de una patria a partir de una historia inventada, victimismo, designación de enemigo (España), imposición de un idioma artificial y mitificación de los antiguos habitantes del territorio.

¡No, esa tierra canaria de mis mejores recuerdos no puede caer también en manos del nacionalismo atroz! ¡Que se escuche esta negativa como un grito desgarrante!

¿Qué esperamos para negarles los votos a los rompepatrias que ahora nos gobiernan? ¿Qué esperamos para hacer llegar al poder, democráticamente, a quienes propongan el reforzamiento de la sagrada unidad de España? ¿Qué hace falta para declarar ilegales a tantos energúmenos separatistas?

Artículo publicado el 26 de mayo de 2004

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