lunes, 20 de noviembre de 2017

El síndrome de las pestañas


No comprendo qué puede ver la gente en un político como Zapatero. Lo juro, no lo comprendo. Aún me estoy haciendo cruces de que a un hombre tan hueco le hayan votado tantas personas. ¿Es posible que en España haya 12 millones de ingenuos? ¡No, es imposible! El ingenuo de capirote debo de ser yo al no comprender que los votantes se decanten de tal modo.

Hoy, por ejemplo, leo que Rajoy, tras entrevistarse con ZP, afirma algo así como que el Presidente no le ha contado sus planes porque carece de ellos. ¡Contra, pues resulta que me lo creo! Como me creo, y esto sí lo he oído yo mismo, que el Gobierno quería destinar parte de las tropas españolas que han vuelto de Iraq a reforzar nuestra guarnición en Afganistán. Bueno, pues resulta que ZP ahora dice que no. ¡Leñe, otro bandazo! ¿Se darán cuenta los que lo han votado? Estoy por pensar que este hombre tiene el síndrome de las pestañas, que consiste en afirmar algo en tono solemne, parpadear y a continuación olvidarse de lo que ha dicho. Por supuesto, si parpadea dos veces seguidas significará que se propone hacer justo lo contrario de lo que inicialmente solemnizó.

Rajoy le ha dicho que si se reformasen los estatutos lo correcto sería que hubiese cierto equilibrio o igualdad entre todos ellos. Zapatero contesta que de eso nada, que la igualdad no figura en su programa. ¿Cómo puede permitirse un socialista algo tan pernicioso como la igualdad? ¡Ni que fuésemos fotocopias! La respuesta que el hombre hueco ha ofrecido a Rajoy es que cada parlamento autonómico elaborará el estatuto que crea conveniente, siempre dentro de la Constitución. No olvidemos esto último.

Lo que ocurre es que los estatutos, por lo menos los de aquellas comunidades más deseosas de reformarlo, andan ya por el borrador número treinta y nueve, como los escalones de la película, y sólo les faltan las cuatro o cinco comas que el corrector de estilo suele poner al final. De ahí a aprobarlos en los correspondientes plenos sólo median las dos tardes que ZP usa como unidad de tiempo para las grandes tomas de decisiones.

Así, pues, para medirle la temperatura a la nueva Constitución española y para introducirle los cambios vía referéndum, porque estoy seguro de que el PP no participará de semejante trágala, al Presidente Zapatero sólo le falta que le llegue lo que se apruebe en Cataluña, más el proyecto Ibarreche. De ese modo, con la chuleta de lo que debe incluirse en la nueva Carta Magna, es decir, los estatutos catalán y vasco en su literalidad, se redactará la reforma de la ley de leyes y "tutti contenti": ZP habrá cumplido, puesto que los estatutos, como él dijo, cabrán en la Constitución. Y los separatistas, por su parte, satisfechos de haberse conocido a sí mismos y al pardillo que han usado para destripar lo que muchos aún consideramos nuestra sagrada patria.

Pero el pueblo no siempre es tan tonto como para secundar a Zapatero, habrá que darle un aliciente para que apruebe la liquidación por derribo de la España que no es simpática -Carod dixit-, que una cosa es engañar en los impuestos, inversiones y otras políticas pomposamente incumplidas y algo bien distinto es separar familias por las márgenes del Ebro. De modo que tendrán que hilar fino en la propuesta que se someta a los ciudadanos. Pero ah, amigos, ¿cuántos referendos pierden quienes los convocan? Uno entre un millón.

¿Y en qué consiste el truco? Muy sencillo, en meterlo todo en un paquete. Un "pack", como ahora se dice. En la oferta de ZP a los españoles, y a los que no se consideran así, la pregunta que se les haga rezará de la siguiente manera: Refrenda usted con su voto la reforma de la Constitución española, esa tan guay que ahora le proponemos. Refrenda usted con su voto que España sea una monarquía constitucional o consideramos que el rey pase a llamarse el ciudadano Juan Carlos. Refrenda usted con su voto los estatutos de Catalunya y Euskadi, aprobados por sus respectivos parlamentos autonómicos y las Cortes Generales del Estado, por mayoría justita, pero por mayoría. Refrenda usted la jornada laboral de 35 horas semanales. Refrenda usted la subida del salario mínimo a 1.000 euros mensuales. Refrenda usted el incremento anual del 20% en las pensiones. Refrenda usted el precio máximo de la gasolina a 20 céntimos. Refrenda usted el descenso de las hipotecas. Refrenda usted las barras de pan gratuitas, ¿y el jamón? ¿También lo refrendamos? Pues, ¡ale, a votar! 

Como no debe haber ningún comentario sin su moraleja, la que aquí cabe aplicar es un toque de rebato a la ciudadanía: ¡Cuidado, que vienen los tramposos! Que nadie compre tu voto a cambio de pájaros volando.

Artículo publicado el 25 de mayo de 2004

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