lunes, 20 de noviembre de 2017

Armas de terrorismo masivo


Hoy he leído un par de artículos geniales de Victor Davis Hanson cuyos enlaces me los ha enviado amablemente Séneca. Son columnas cargadas de argumentos lujuriosos, por lo irrebatibles y bien expuestos, acerca del por qué y el cómo hemos llegado a esta situación en la que los americanos huelen a azufre y los extremistas asesinos son esos pobres muchachos, que diría Arzallus.

Tras la lectura detallada de ambos artículos, he llegado a la conclusión de que el terrorismo islámico actúa de un modo tan desenfrenado, entre otras razones, porque los estados delincuentes que lo subvencionan: Irán, Arabia Saudita, Siria, Yemen, Argelia, Pakistán, Omán, Sudán y hasta hace poco (¿?) Libia, etc., han dejado de contar con el primo de Zumosol, esa antigua URSS que al más mínimo intento de Occidente para poner orden y alentar la democracia en el mundo árabe exhibía su última generación de misiles balísticas en la plaza Roja. 

Con tan singular modo coercitivo, en tanto que afirmaban que la mayoría de esos misiles permanecerían apuntando hacia USA (el malvado país capitalista al que no tardaría en superar en renta), los rusos no solo pretendían evitar que se rompiera lo que entonces era conocido como el equilibrio mundial, sino el contagio de la democracia a los estados islámicos de su imperio a partir de otros vecinos musulmanes ya democratizados. De hecho, aún seguimos pagando las secuelas del comunismo: Los tiranos árabes, amparados entonces por la URSS y hoy amamantados por los grandes negocios de la petro-corrupción.

Hoy, casi olvidadas las constantes amenazas rusas a Occidente, a los tiranos árabes no les queda más remedio que reciclarse ante la imposibilidad de recurrir a los soviéticos. Lo que antes era disuasión nuclear, que de ser ejecutada hubiese convertido al planeta en una roca muerta vagando por el espacio, ahora se nos presenta como armas de terrorismo masivo. No les vale un atentado aquí o allá, ¡mal nacidos sean! No tienen suficiente con practicar genocidios en sus propios pueblos, ¡el diablo se los lleve! Ansían advertir por cualquier medio al mundo libre que sus tronos y prebendas no deben tocarse, que el islam es distinto a Occidente y así debe seguir por los siglos de los siglos, tiranizado.

Para perseverar en esa tiranía de sus pueblos y sustituir la vieja intimidación de la URSS, el mundo musulmán invierte cuanto puede en la logística del terror, en el avituallamiento y bagajes de seres previamente fanatizados en las madrazas, en partidas milmillonarias destinadas a arsenales que son facilitados por quienes no se muestran conformes con la intervención aliada en Iraq. En campañas costosísimas que corrompen a editores, políticos y artistas para que se les presente como víctimas de Israel o de Estados Unidos, cuando tales países, estoy convencido, desean como nadie que entre un gramo de lucidez en el cerebro de tanto sátrapa insatisfecho.

Los tiranos árabes viven en un mundo permanente de ambición, de recelos y de deseos desmedidos. Si los juntáramos a todos ellos, y a sus parientes, apenas llegarían al centenar de miles. Y sin embargo controlan, explotan y asfixian a mil doscientos millones de seres humanos que podrían habernos dado, al menos, una cincuentena de premios Nobel y otras tantas fórmulas para erradicar enfermedades. ¡Qué gran pérdida para la Humanidad! ¡Qué triste milenio arrojado al muladar de la Historia!

Artículo publicado el 24 de mayo de 2004

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