jueves, 23 de noviembre de 2017

Maragall el jerife


A pesar del poco tiempo transcurrido desde que tomó posesión el actual gobierno de España, es posible que incluso entre los propios socialistas nadie dude ya de que Rodríguez Zapatero va a remolque de Maragall. Los hechos son evidentes, mientras no hay día sin que el político catalán presente alguna iniciativa que le beneficie pero que afecta a toda la nación, la labor de Zapatero consiste en decirle que sí a esas propuestas o decirle que no a través de la vicepresidenta Fernández de la Vega, lo que a su vez supone que Maragall se lo tome como un sí a medio plazo.

La explicación a la actitud de ambos políticos es bien sencilla. De una lado tenemos a ZP, que viste un traje que le queda siete tallas grandes, en el que además lleva dos remiendos, ERC e IU, y un enorme desgarrón, PSC, por donde le entran todos las malos aires. De otro lado tenemos a Maragall, que posee un proyecto de España, aunque él no la llame así, desde antes de que se le concedieran los juegos olímpicos a Barcelona. Es decir, en el presidente de todos los españoles no existe política de Estado, su respuesta será siempre no sabe/no contesta porque jamás soñó con gobernar España. Mientras que en el político catalán, a su modo, sí existe una política global para el Estado porque jamás soñó en gobernar Cataluña. 

Durante un tiempo, al poco de que Maragall dimitiese como alcalde de Barcelona y se marchara un año sabático a Roma, en el PSC surgió un movimiento de apoyo hacia el ex alcalde para promocionarle al cargo de la secretaría general del PSOE y enfrentarle a José María Aznar. Estamos hablando de finales del año 97, época en la que Pujol semejaba aún imbatible y, por el contrario, muy asequible la Secretaría socialista que ocupaba un anodino Almunia que incluso fue derrotado como candidato por Borrell. Algo más tarde, en mayo del 98, Borrell abandonó la escena política a causa de ciertas irregularidades en la Agencia Tributaria de Barcelona y Maragall, presumiblemente, comenzó a preparar en serio su gran proyecto de la España plurinacional.

Pero hete aquí que cuando más confiaba Maragall en que se convocasen nuevas primarias entre los socialistas, algo que podía ocurrir, en buena lógica, como mucho para primeros del 99, Almudia decide no convocarlas y se declara a sí mismo candidato. El sabatino Maragall, de vuelta ya de la campiña romana, no tuvo más remedio que subir la maleta al altillo y dejar que se empolvasen todos sus estudios y proyectos de la nueva España. A modo de consuelo, probó a enfrentarse con Pujol en Octubre del 99 y, como es lógico, volvió a perder el PSC.

Transcurrieron cuatro años de calvario que le amargaron la vida. Maragall nunca fue un hombre de oposición, y mucho menos a Pujol, su bestia negra. Las interminables horas en el Parlament de Catalunya, con Nadal como portavoz del grupo para la cosa menuda o de rutina y él se mantenía mano sobre mano, le permitieron a Maragall ese tiempo libre que necesitaba para diseñar sus mega proyectos a escala plurinacional. Sólo debatía con Pujol de vez en cuando, las más de las veces su mente pensaba en cómo llegar a Madrid y cómo cambiarlo todo de arriba abajo. Se le agrió el carácter, se sintió frustrado y encaneció a ojos vistas. Se volvió tan amargado y tan resentido como Felipe, su padrino, junto a Serra, a la alcaldía de Barcelona.

A las pocas semanas de la derrota de Maragall como candidato a la presidencia de la Generalitat, una nueva debacle surgió en las filas socialistas y Almunia fue avasallado por el PP en marzo de 2000. Dimitió Almunia y Maragall llamó a sus contactos, pero recibió escasos apoyos para que presentase su candidatura a la secretaría general, la derrota ante Pujol aún estaba demasiado reciente y sobre el socialista catalán pesaba demasiado la losa del perdedor.

Por otra parte, a la secretaría general se presentó nada menos que el manchego Bono, ese político con carisma que no conocía la derrota desde hacía más de 20 años y del que todo el mundo pensaba que saldría elegido. Pero de la misma manera en la que alguien decidió que había que iniciar un nuevo Frente Popular de todos contra el PP, en el congreso extraordinario del PSOE de julio de 2000 se creo un todos contra Bono.

Nadie conocía a Zapatero a pesar de ser diputado desde el año 86, pero a Bono sí se le conocía bien y se le temía. Los compromisarios guerristas, representados por Matilde Fernández, y los socialistas vascos, encabezados por Rosa Díez, acabaron ofreciendo sus votos a Zapatero para que Bono no ganase. Y el más interesado de todos ellos, Maragall, le sirvió en bandeja de plata la cabeza de Bono a Zapatero. ¿A cambio de qué? Ahora lo estamos viendo.

Maragall no podía consentir que alguna vez gobernase Bono en España, era demasiado patriota y con las ideas claras a ese respecto. La elección de Bono representaba cerrarle las puertas de todos sus proyectos, tanto en Cataluña como en el resto del Estado. Un Estado de nuevo diseño en el que no debían contar para nada ni la solidaridad interterritorial, ni los trasvases, ni las pegas a los separatistas vascos, ni las cuestiones lingüísticas. El modelo de España de Maragall obedecía al Imperio español diseñado por el nacionalista Prat de la Riba, cuya característica principal consistía en que sería regido desde Barcelona, capital de una Cataluña que cada vez debía ser más rica a costa de las materias primas y la mano de obra barata de otras regiones. Y en esas estamos.

Pero Maragall tiene un punto débil, depende demasiado de Esquerra Republicana y de otro sujeto soberbio, Carod, que ha ido aumentando a buen ritmo el número de sus votantes. Así ha sido hasta las elecciones europeas, en las que Carod sólo consiguió el 12 % de los votos frente a un apabullante 43% que cosechó el PSC, más un significativo 18% del PP y un desastroso 17% de CiU, que perdió 12 puntos respecto a las europeas del 99. Maragall tiene claro que el poder engendra poder y él lo quiere todo.

A partir de tales elecciones, Maragall ha hecho sus números y ha llegado a la conclusión de que es bueno para él seguir mandando en España, como lo hace sin que ZP rechiste, pero aún sería mejor gobernar también en Cataluña con mayoría absoluta, sin el lastre del insaciable Carod. Por eso Maragall, entusiasmado ante ese 43% de votantes, está considerando seriamente adelantar las elecciones catalanas para dentro de un año, momento en el que calcula que con sus socios de Esquerra será imposible entenderse, ya que no hay manera de darles largas dos años seguidos en los presupuestos de la Generalitat.

Pero como Maragall siempre busca una salida por si sus cálculos fallasen, y en las autonómicas el 43% de las europeas es posible que no se convierta en mayoría absoluta, mantiene conversaciones secretas con el PP catalán, partido en razonable alza, mientras engaña a sus actuales socios del tripartito y se dedica a decir que desea un grupo propio en el Congreso, a poder ser junto a Esquerra e Iniciativa (Entesa), a sabiendas de que no lo van a autorizar.

Los de Esquerra, contentos y engañados ante la propuesta de un mega grupo catalán en el Congreso. Los del PP catalán, engañados y contentos si se convocan elecciones anticipadas en Cataluña, aunque a ellos ya les vale cualquier cosa que represente desalojar a Carod del poder. Así es la política. Como le salga bien la jugada a Maragall, habrá que empezar a pensar que posee la baraca de los jerifes, que es ese don divino que los marroquíes adjudican a su rey. ¿Será por eso que Maragall viaja tanto a Marruecos?

Artículo publicado el 26 de junio de 2004

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