No lo puedo evitar, siento una gran debilidad por El Periódico de Catalunya. Hoy, por ejemplo, aparece en su primera página digital un artículo firmado por un tal José A. Sorolla, alguien que no sé quien es ni me apetece averiguarlo. El fulano Sorolla, que en su columna toca el asunto de la construcción europea, pone en duda la pertenencia leal de Gran Bretaña y se hace la consabida pregunta sobre la posibilidad de que el Gobierno británico se plantee el abandono de la Unión Europea.
Pero lo más curioso del caso es que el artículo de Sorolla se inicia con un párrafo que dice así: Es sorprendente ver cómo el PP se empecina en defender lo que no existe. Dicho párrafo, puesto en el encabezamiento del escrito, hace el mismo daño estético que un capazo de naranjas en un campo de alfalfa. Sin embargo, estética al margen, el colaborador de El Periódico sabe que para publicar en un medio tan sectario necesita antes enseñar la patita y declarar su fe anti PP, de ahí una frase fogosa, que en sí misma no dice nada, pero que representa una especie de salvoconducto para adentrarse en la catacumba de Franco, el director del medio más ofensivo y tergiversador de cuantos en la actualidad se publican.
Y es que Cataluña ha tenido mala suerte. Una clase política fanatizada por el nacionalismo. Una prensa comprometida hasta el tuétano con la clase política. Un pueblo que no vota con libertad plena, sino que lo hace adoctrinado por campañas electorales que duran 365 días al año. Si en la calle de alguna ciudad catalana preguntas a cualquiera, el primero que pase, te responderá que el Gobierno tripartito lo está haciendo bien o muy bien, que es lo que se ve y se oye casi en la totalidad de medios de prensa a su alcance. Desde fuera de Cataluña, la impresión que algunos tenemos es justo la contraria, que se trata de un Gobierno que ofrece bandazos, que derrocha, que sus decisiones sólo se justifican por el enorme deseo de mantenerse en el poder a cualquier precio y, sobre todo, por esa angustiosa necesidad que Maragall tiene de dirigir la política del Estado a costa de ZP.
Los recientes viajes del presidente de la Generalitat catalana al País Vasco y Andalucía lo demuestran. A la vuelta de Vitoria, tras entrevistarse con Ibarreche, afirmó algo así como que el plan del lehendakari era pluscuamperfecto y sólo se diferenciaba de su propio proyecto en el método. ZP, desde debajo de su mesa de despacho, le pidió llorando a la vicepresidenta de cuota que lo desmintiera, pero Maragall se ratificó y aquí paz y luego gloria.
Más tarde, a su vuelta de Sevilla, el catalán soltó el café, copa y puro para todos, y propuso una especie de cupo entre el Estado (nunca habla de España salvo para convertirla en "ese resto") y cada una de las comunidades, cupo basado en tanto recaudo y tanta población tengo. Chaves, que no olvidemos es el presidente del PSOE, un partido que teóricamente debe ser solidario, no solo se olvidó de mostrar su desacuerdo sino que dijo más o menos amén a sabiendas de que la medida, de implantarse, perjudicaría notablemente a Andalucía, una región, junto a Extremadura y alguna otra, que aún no ha pasado a manos de ese PP que el fulano Sorolla, el del periódico del inicio de este artículo, afirma que se empecina en defender lo que no existe.
Moraleja, en la existencia del hombre hay tantas realidades como intereses posea. La realidad de Chaves se llama defensa de su cortijo, a poder ser, con espíritu jornalero en su población. La realidad de Maragall se define por la soberbia de quien ha llegado de rebote a un poder regional que no le basta, desea controlar el del Estado. La realidad de ZP es sencilla, de poco fuste, le basta con decir que sí a todo, incluso a su secretaria cuando le pregunta si quiere o no azúcar en el café de las mañanas. Naturalmente, la secretaria, como Maragall, Chaves, Bono y otros... luego hacen lo que les sale de las narices, ponen azúcar en el café o no la ponen.
Artículo publicado el 25 de junio de 2004
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