Artur Mas, el nuevo líder de Convergencia Democrática de Catalunya, acaba de declarar en el reciente congreso de su partido que jamás pactaremos con nadie que no reconozca que Cataluña es una nación. La afirmación del convergente, si consideramos que ha sido efectuada en el fragor de la batalla, tiene toda la pinta de ser una de esas frases contentaradicales a los que no es fácil retener en las propias filas cuando desde Esquerra Republicana, como bien se sabe, no paran de sonar cantos de sirena sin que haya cuerdas suficientes para que todos se aten al mástil.
Precisamente porque el nacionalismo catalán lleva camino de convertirse en dos bloques de similar tonelaje, CiU y ERC, probablemente irreconciliables para formar en el futuro una coalición de gobierno (no olvidemos que ERC posee un dirigente mostrenco, aficionado a las negociaciones de larga duración que acaban por humillar al socio potencial), es por lo que Artur Mas ha tenido una buena ocasión para callarse. Digamos que podía haber dicho algo similar, pero sin que su propia puerta le diese en las narices y sin que le quedase sólo la opción de la gatera de ERC para llegar algún día a lo más alto del Palau. Se puede hablar así, como lo hizo Mas, si uno busca la mayoría absoluta, o como un iluso, o si nota que bajo los pies alguien le remueve los cimientos de su casa.
Imaginemos la siguiente situación en las autonómicas del 2007, o antes: Los votantes catalanes podrían encontrarse decepcionados con la gestión del tripartito que ahora les gobierna, algo perfectamente posible dada la marcha sectaria de sus componentes, y considerar que cuatro años, o menos, ha sido un plazo suficiente para que los herederos de Pujol expíen sus culpas, de modo que es posible que decidan votan en una proporción muy apreciable a la coalición nacionalista CiU.
Maragall y Carod, como conservarán todo el tiempo los recursos propagandísticos de la Generalitat (listas de vasallos incluidas), a pesar de su labor política infumable (de seguir la misma tendencia que ahora llevan) quizá no pierdan tantos votos como merecerían, pero juntos es factible que superen en muy poco a CiU, que volvería a ganar, y ni siquiera les valgan los votos de Iniciativa para renovar el tripartito.
Por otra parte, vistas las propuestas de nuevos estatutos que surgirán por doquier, con un Zapatero que desde hace tiempo no sabrá donde esconderse para dar largas a tanta frivolidad soberanista, quizá se anime el PP a coger el toro por los cuernos y proclamar con energía su españolismo y su: Me valen algunas reformas constitucionales pero no todas las que se han propuesto. Eso equivaldrá, como primera medida, a dejar patente la necesidad de abandonar las medias tintas o el seguidismo de Piqué en Cataluña, y a que Rajoy decida renovar la presidencia del PP catalán y le encomiende otra vez el cargo a Vidal-Quadras. Porque cada uno tiene su puesto, donde puede llegar a hacerlo bien, y el de Piqué no es el de la presidencia de los populares catalanes.
Buena parte de los votantes decepcionados con Maragall, que acabarán finalmente por advertir en él no sólo la tradicional gestión manirrota del socialismo, sino un componente más del pelotón nacionalista, quizá decidan atender la llamada de Vidal-Quadras, que suele hablar claro y llama a las cosas por su nombre, con argumentos, y es posible que le ofrezcan un número de diputados que a la postre resultaran decisivos para la formación de gobierno en Cataluña.
Así, pues, todo hace pensar que en la próxima legislatura catalana, extrapolando la tendencia que ahora se adivina, si no se cometen errores serios por parte de uno u otro partido, como por ejemplo que el PP decida mantener al tibio y descafeinado Piqué, nos encontraremos con cuatro representaciones políticas muy semejantes, cuyo número de diputados autonómicos, tal vez, clasifiquen a los partidos por este orden: CiU, PSC, PPC, ERC. A los que habría que añadir, a título testimonial, un pequeño grupo de IC-Verds que no contarían para nada.
Acaso pueda resultar sorprendente que haya puesto a ERC en cuarto lugar, cuando todo apunta a que, incluso, podría ser el primero. Mi opinión no es así y trataré de explicarla: En las anteriores elecciones, que presencié sobre el terreno y vi y escuché los distintos medios, aquello fue un vergonzoso espectáculo de todos contra el PP. Un PP que se defendió a medias, en los distritos de clase alta, y que en ningún momento supo contraatacar, políticamente hablando. Ocurrió justo lo contrario respecto a ERC, formación a quien tanto Maragall como Mas trataron de modo bondadoso, casi seráfico, con vistas a formar el futuro Ejecutivo en caso de necesidad, como así sucedió. Una formación a la que Piqué prácticamente ignoró, mientras dedicaba sus cartuchos de fogueo a los socialistas. Una formación, ERC, en la que sus propios componentes vieron que aquello era el mundo de jauja y se comportaron como jaujeños, es decir, se convirtieron en la conciencia inmaculada de esa sociedad catalana que estaba harta de tanto apaño de Pujol y sus gregarios.
Pero convergentes y socialistas ahora son ya más que conscientes de que si Esquerra sigue subiendo será a costa de ellos, no del PP, luego es seguro que le declararán una guerra sin piedad, que CiU ya ha iniciado, con vistas a convertir en poco menos que en indeseable al señor de les mans netes. Porque no es lo mismo fijar en el tiovivo a la figura de Piqué, que se quedaba inerte mientras los demás giraban a su alrededor arreándole estacazos, que por el contrario suban todos a la noria y ya veremos cuál es el caballito que llega primero. Desde luego, al que se mueva en su montura de cartón le lloverán las flechas de los demás indios y alguna lanzada. Carod, para entonces, llevará muchos boletos para esa noria insufrible, boletos sacados en el desgaste que da el ejercicio del poder, aunque sea en la sombra, y en las necedades de sus huestes en el Ejecutivo catalán. No, no lo tendrán nada fácil los de ERC.
Todo va a depender, en buena medida, de que Rajoy se anime pronto (ya se rumorean elecciones anticipadas en Cataluña) y sitúe a Vidal-Quadras donde debe estar y donde es más útil, al mando del PPC. Porque así como Piqué en las últimas elecciones se limitó a algún que otro mitin de alto standing y a atender a los medios como si informase de lo acordado en el Consejo de Ministros, Vidal-Quadras es de los que se parte el alma, aporta ingenio y no carece de argumentos sólidos con los que realizar una labor perseverante. Estoy seguro, además, de que es capaz de hacer lo que hasta ahora no ha hecho el PP catalán, desplazarse a los barrios humildes y llevarles un poco de ilusión a esos votantes españolistas que, por lo común, se decantan en las autonómicas por la abstención o entregan resignados su papeleta al PSC, a sabiendas de sus proyectos tripartíticos.
Si el convergente Mas declara con rotundidad una condición inexcusable para el pacto, que vaya buscando a alguien más moderado para cederle el mando, porque a dos a tres años vista, o antes, ese alguien no tendrá más remedio que formar gobierno con Vidal-Quadras, de Consejer en Cap. Es lo mejor que le podría ocurrir a Cataluña, un gobierno moderado, a poder ser eficaz o muy eficaz, en el que la moderación la aportase también su representación españolista. Lo de ahora, un 85% de nacionalismo en el que incluyo al PSC (no creo que nadie tenga dudas), es imposible que se repita en un país normal. Y Cataluña lo es, ¡vaya si lo es! A condición, claro, de que Rajoy lo piense así y actúe. Si yo fuese Artur Mas, desecharía la gatera de ERC y comenzaría a dorarle la píldora a Aleix Vidal-Quadras, que Herodes, el que pidió su cabeza en una bandeja, ya ha declarado su pase a la reserva. Y es que todos sabemos que no hay nada como prestarle días a la vida para beber la sangre de los déspotas.
Artículo publicado el 12 de julio de 2004
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