La decisión del gobierno de "Su Graciosa" para congelar de nuevo el asunto de Gibraltar sólo puede obedecer, si descontamos el característico orgullo que refleja la prensa de Albión, a instrucciones de última hora del Primo de Zumosol (USA), que acaso para que no se le abra otro frente islámico en el norte de África, y se despierte su vocación de árbitro de todos los conflictos, quiere evitar una guerra regional entre España y Marruecos y no duda de que M-VI, déspota reyezuelo que como su padre ha unido el destino de Gibraltar con la descolonización de Ceuta y Melilla, en cuanto se constate la devolución del Peñón tratará de arrebatarnos a como dé lugar nuestras ciudades africanas y posteriormente nuestras Islas Canarias.
Los gringos saben de sobras que el ejército de M-VI no tiene nada que hacer frente a una nación moderna como es España, pues aunque en la actualidad no dispongamos de unas fuerzas armadas acordes con la firmeza económica de nuestra patria, sí estamos en condiciones de movilizar recursos en breve y contraatacar la ocupación de unas ciudades que a Marruecos no le costaría nada invadir a lo Marcha Verde. Ello determinaría, creíblemente en opinión yankee, la caída de M-VI, la llegada al poder en Marruecos del integrismo islámico -cada vez más activo y organizado- y la desestabilización, esta vez de oeste a este, de todo el Magreb.
En cualquier caso, Blair, atendiendo o no a las consignas de su Patrón americano, no ha dudado en asestarnos una puñalada trapera, o si se quiere, para que no se sienta demasiado ofendido el Premier de Su Graciosa, no ha reparado en utilizar una artimaña repleta de escarnio hacia quienes consideramos que Gibraltar no es razón suficiente que justifique la animadversión recíproca de dos naciones históricas y asociadas hoy en la Unión Europea.
La primera conclusión que se extrae de todo ello es que los ingleses, como solemos llamarles en España, deberían de saber que su gobierno ha impedido otra vez que se les aprecie más y se les considere razonables. Cosa que aseguraría, por otra parte, les trae al fresco. Al fresco o al calor, según se mire, ya que, con la intención de huir de la bruma depresiva y asegurarse un lugar al sol (literalmente hablando), el habitante de la Gran Bretaña no cesa de adquirir propiedades en la costa mediterránea española y pretende, al mismo tiempo, que se le trate con simpatía y en su idioma (que hay que ver lo bien que hablan el inglés), trato que el nativo de la Península Ibérica, demostrando que a diferencia de los británicos no conoce el rencor y aún conserva buena parte de ese complejo de inferioridad que nos infundió el despreciable régimen del Caudillísimo, habitualmente le ofrece.
En fin, veamos, ¿qué representa hoy Gibraltar para los británicos? La respuesta es bien sencilla: Orgullo, uno de los símbolos de su orgullo. Residuos engreídos de tiempos imperiales o a lo sumo un lugar donde repostar al yate real Britania y reparar algún que otro submarino nuclear manteniéndolo alejado de su propia gente por aquello de la radiación. Ni la base militar gibraltareña, obsoleta con la tecnología actual (y además junto a Rota) y demasiado cara de mantener para un país venido a menos; ni la escasa población llanita, que compulsivamente adquiere propiedades en la Costa del Sol, son argumentos para que Blair y sus antecesores se hayan obstinado en prorrogar una situación anacrónica y sólo justificable desde la soberbia reconocida a los gobiernos británicos.
¿Acaso los ingleses consultaron en referéndum a la población de Hong Kong antes de devolver el territorio a su legítimo propietario? Y hablamos de varios millones de habitantes de la gran urbe asiática, aterrados, por cierto, de que se les dejase en manos de la dictadura comunista china. Ya hemos visto la última manifestación de 200 mil personas solicitando democracia. ¿Acaso no ofreció España, a través de su gobierno democráticamente elegido -a diferencia del chino-, respetar la singularidad de la población gibraltareña mediante un status autonómico similar al vasco o al catalán? Situación política que, ni de lejos, aspiran a poseer Irlanda del Norte, Gales o Escocia. España, no cabe ninguna duda, se ha mostrado generosa con el Reino Unido y con esa población de aluvión, a la que además brindaba la doble nacionalidad, que acudió a la Roca en el último siglo como mano de obra barata y que procedía de un sinnúmero de países mediterráneos y orientales. Eso sin contar que una buena parte de ellos son de origen andaluz.
De todos modos, aparte de soluciones fantasiosas más o menos al vapor de la cerveza, como he oído estos días, sí sería interesante plantearse ciertas medidas de presión para desmontar la coartada de los llanitos y hacerles ver que, sin España, su lujuriante bonanza lleva fecha de caducidad. Dentro de esas medidas, de entrada se debería cerrar la verja y que viajen en barco a sus fincas de la Costa del Sol. A continuación, no sería mala cosa desconectarles los varios miles de líneas telefónicas (igual salen a unas 80 por habitante) que utilizan para el blanqueo de capitales, sociedades fantasmas y trapicheos mafiosos. Después habría que cortarles el suministro de agua potable y productos frescos, que los reciban en barco desde Marruecos o desde Portugal, como hace años. Seguidamente pasar a estudiar cómo se cambia la ley para impedir que compren propiedades en España e incluso expropiarles las que ya poseen. Con esos recursos, quizá, se podría mejorar la situación social de los auténticos gibraltareños, hoy desplazados en La Línea y San Roque.
Se debería reprimir con los medios que fuesen precisos, además, la venta de combustible de contrabando en nuestras aguas territoriales a las naves que circulan por el estrecho. También se debería evitar con más eficacia el ir y venir de las planeadoras cargadas de cajas de tabaco y otras hierbas, y nunca mejor dicho lo de hierbas. Y así, un largo etcétera de medidas bien estudiadas por una comisión al efecto, creada entre las fuerzas parlamentarias y el Gobierno, que a medio plazo, si no determinan la caída de esos vividores gibraltareños, por lo menos evitarán que se sientan tan cómodos, se enriquezcan a nuestra costa y nos tomen el pelo. La comisión, incluso podría ser el precedente de una política de Estado consensuada respecto a las relaciones externas, gobernase quien gobernase. Que es lo que hace cualquier Estado maduro.
Porque cuatro zarrapastrosos de origen y nuevos ricos de hoy, a partir de ilegalidades consentidas por el Reino Unido, no deben cachondearse de un país serio como es España. Es posible que los llanitos se atrincheren numantinamente durante una buena temporada, pero no estaría de más comenzar a hacerles pensar en lo negro su futuro. De ese modo, si le lloriquean a moco tendido a la metrópoli, como hacían antes con la verja cerrada, acaso los gibraltareños acaben por parecerles unos pelmazos a los de Su Graciosa y suelten el indeseable lastre.
¿Podrían considerarse liberales las medidas de presión a los llanitos? No quiero ni planteármelo. De lo que estoy seguro es de que la economía de la colonia británica, además de no ser liberal, sino mafiosa, ilícita y muy perjudicial para toda la zona, enriquece cada día más a unos pocos miles de sujetos que comienzan ya a extender seriamente sus perniciosos tentáculos a ambos lados del estrecho. Así, pues, comencemos a dar estacazos a la chita callando. Sin prisas, sin alharacas pancarteras, pero con firmeza, tesón y picardía.
¿Es capaz este gobierno de ZP de hacer algo así? No lo parece en absoluto, ya hemos visto su reacción ante la segunda visita del Tireless, tan distinta a la anterior cuando gobernaban los populares. Pero si Gibraltar lleva 300 años en manos británicas, está claro que la solución no es para mañana. Y ZP no tiene porqué gobernarnos siempre, pese a todo, aunque a algunos nos parezca que a esta legislatura aún le queda una eternidad.
Artículo publicado el 12 de julio de 2004
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