miércoles, 22 de noviembre de 2017

La España que no es simpática


Durante años y años, probablemente más de 200, territorios como Cataluña o el País Vasco han ido presentando una relación de agravios al Estado que, desde siempre, les ha aportado jugosos beneficios en forma de facilidades para la localización de empresas, tanto públicas como privadas, financiación de infraestructuras y, lo que es muchísimo más importante, inyección de mano de obra barata procedente de regiones sumisas que los diversos gobiernos de España, porque así les convenía, casi abandonaron a su suerte.

Si tomamos un par de guías telefónicas, por ejemplo de Bilbao y Barcelona, y observamos los apellidos que aparecen, enseguida advertiremos que más de la mitad de la población no tiene su origen en esas tierras por muy eusquerizado o catalanizado que sea el nombre de pila que ahora use. Los Martínez, los Pérez, los Chacón, los Domínguez..., al margen de que se llamen Jordi o Ander, surgen por todos lados. Y eso en ciudades principales, porque si miramos en las poblaciones dormitorio que rodean a una y otra capital el porcentaje de... llamemos foráneos subiría significativamente. Luego hablamos de regiones que el resto de España ha enriquecido con su sangre, lo que sin duda alguna es la más valiosa de todas las riquezas.

Cataluña y el País Vasco tienen hoy, respectivamente, alrededor de 6,3 y 2,1 millones de habitantes. Si no se hubieran producido las migraciones masivas hacia ambos territorios, migraciones que en Cataluña comenzaron ya en el siglo XIV, después de la peste negra, quizá estaríamos hablando de una Euskadi con menos de un millón de habitantes y una Catalunya con poco más uno y medio. Sin embargo, la realidad en cuanto a las cifras de población la marca el INE, que nos dice que en los últimos diez años el crecimiento relativo de la población en Cataluña se halla casi estancado y desciende nada menos que un 1,02% en el País Vasco, lo que equivale a que no sólo no hay más población absoluta sino que tiene 20 mil habitantes menos que hace diez años. Prueba irrefutable de que ambas comunidades, sobre todo la segunda, no son simpáticas y alejan a sus propios habitantes.

Las cifras, según como se analicen, pueden resultar reveladoras. La primera conclusión a la que podría llegarse es que ya sabemos de donde proviene la prosperidad de la que tanto alardean ambas regiones: Del resto de España, que no sólo les ha dado un trato preferencial desde hace siglos, facilitándoles los medios para producir, sino que además les ha comprado la mayor parte de su producción al precio que ellos mismos fijaban. Y es que quizá cueste creerlo, pero los territorios del País Vasco y Cataluña, hace 300 o 400 años, comparándolos con el resto del reino hispano eran zonas empobrecidas.

Hasta poco antes de la entrada de España en el antiguo Mercado Común, sobre el año 1980, casi no se concedían licencias a la importación o los impuestos eran desorbitados, de modo que el pobre españolito no tenía más remedio que acabar comprando un coche SEAT fabricado en Barcelona, un frigorífico FAGOR hecho en Mondragón o, para los exquisitos, un traje con tejidos de las casas Güell o Tamburini de Sabadell. Naturalmente, la lana de Castilla y el algodón andaluz salían hacia las industrias catalanas a precio de jornalero. Los beneficios de una y otra comunidad no sólo sirvieron para crear nuevas industrias en sus respectivas regiones, con sucesivos tributos humanos desde el resto de España, sino que, para engullir o mantener cautivas algunas empresas que podían llegar a ser florecientes, también invirtieron fuera de sus territorios, de ahí que entre las marcas más conocidas de aceite, sirva al caso como ejemplo, nos encontremos con nombres como Ybarra, Carbonell o La Masia, que envasan el producto de esos aceituneros que aún trabajan 120 peonadas al año y luego se acogen al PER que pagamos todos.

Como vemos, en esto de la prosperidad tampoco hay duros a cuatro pesetas. Y si dos regiones se enriquecen durante años y años en todos los sentidos, especialmente en el más valioso de ellos, el humano, las causas pueden obedecer a la versión oficial que los vascos y catalanes aducen con orgullo, su talante emprendedor, lo cual no es incierto del todo, aunque lo más probable es que la prosperidad se deba a un conjunto de causas entre las que no hay que descartar el ánimo reivindicativo que siempre han manejado con soltura, como maestros, y el trato de favor, con tal de no oírles lloriquear, que en correspondencia han recibido de los últimos 100 gobiernos españoles. Porque entre lloriqueos y reivindicaciones, quienes ahora son nacionalistas declarados y pretenden la independencia (ya veremos qué les motiva), han esgrimido también graves conflictos de nacionalidades o han fomentado la desestabilización de una España que no les es simpática pero que siempre ha sido bondadosa y desprendida con ellos. Lo intentaron en el período 34-39 y ahora parece que llevan el mismo camino y con los mismos partidos en el poder. La Historia se repite a menudo pero no es buena maestra.

Artículo publicado el 18 de junio de 2004

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