Entre los que no se convirtieron al islam, unos abandonaron Hispania camino de Aquitania, de Septimania o de la Gascuña (la Vasconia gala a partir del siglo VI), otros se amoldaron a convivir con los musulmanes, que inicialmente fueron tolerantes debido a su escaso número, y algunos miles pasaron a ocupar las montañas astures y cántabras, primeros núcleos de resistentes que, como una mancha de aceite, fue extendiéndose de norte a sur. En el nordeste peninsular, algunos años más tarde y ya en tiempos carolingios, se creó la Marca Hispánica a partir de la conquista de Gerona por Carlomagno, en el año 785, y se consolidó tras la toma de Barcelona a principios del siglo IX.
Los condados creados en la Marca Hispánica, que se extendieron hasta el reino de Asturias, fueron repoblados, a su vez, por habitantes autóctonos refugiados en las montañas y valles pirenaicos o por los descendientes de los hispanogodos que abandonaron su tierra unos 70 años antes y hallaron refugio al otro lado de los Pirineos. Así, pues, la población de los reinos o condados que iniciaron la reconquista del territorio hispano, aunque ya no se llamase Hispania, era decididamente hispana. En cualquier caso, nada nos induce a pensar que en el nordeste peninsular se produjera una avalancha de galos, borgoñones, francos, lombardos o alamanes, citados como reinos más próximos de distinta etnia.
Costó siglos, se libraron innumerables batallas, muchas de ellas entre cristianos, pero al final se recuperó el solar patrio. En las Navas de Tolosa, por ejemplo, al ejército cristiano ya podríamos llamarle español o hispano, que es lo mismo, pues sus componentes lucharon bajo las banderas unificadas de Castilla, Aragón y Navarra. La historiografía nos cuenta que en las Navas de Tolosa se produjo la batalla más decisiva y crucial de la Reconquista (con mayúscula, aunque algunos la nieguen), a partir de la cual se originó el hundimiento del Imperio almohade y se aceleró la recuperación de la Andalucía occidental.
En aquellos tiempos de la Reconquista, por lo que conozco, casi nadie ponía en duda su pertenencia a una misma etnia, la hispana, al margen de que se hablase catalán, castellano o gallego, idiomas que por entonces no se diferenciaban tanto como ahora puesto que hacía menos tiempo que se habían separado del tronco común: El latín vulgar. Entre las clases altas, el latín les servía de nexo de unión y les recordaba su misma identidad de origen. Incluso durante el reinado de Sancho el Mayor de Pamplona, que es como se llamaba Navarra hasta entonces, se llegó a hablar de un nuevo Imperio hispano y el citado rey se proclamó emperador de Hispania.
Luego vinieron las repoblaciones de los territorios conquistados a los musulmanes, que no árabes, como el levante español, la meseta sur y Andalucía. Una ciudad importante como Sevilla, por ejemplo, quedó completamente vacía durante una semana porque su conquistador, Fernando III, había concedido un mes de plazo a los musulmanes sevillanos para que se marchasen sin ser molestados y llevando consigo cuanto pudiesen transportar. Después de tres semanas, la evacuación ya se había completado y el Rey, a pesar de ello, no quiso entrar y sólo ordenó que se izase su pabellón en el palacio real. Posteriormente Sevilla siguió siendo una importante ciudad repoblada por castellanos, vascos de los tres territorios, gallegos, catalanes, etc.
A mediados del siglo XIV comenzó en casi toda Europa lo que se conoce como la peste negra. Hubo zonas, como la mitad norte de Italia, donde se cebó especialmente. El italiano Bocaccio nos narra que en su ciudad de Florencia murieron unas 100 mil personas, algo así como el 90% de sus habitantes. Investigaciones recientes hablan de que más de un tercio de la población sucumbió en buena parte del continente europeo y en bastantes áreas afectó a la mitad o más de los ciudadanos. La gente huía de las ciudades como de la peste (de ahí el dicho) y se refugiaba en los campos. Una de las regiones europeas que por desgracia padeció con fuerza la peste negra fue Cataluña, que redujo a sus habitantes hasta el exiguo número de 400 mil, según se dice, ignoro si con notable fundamento o no.
También en Cataluña, que junto a Aragón repoblaron buena parte del levante español y ello les produjo una gran merma de habitantes, se dio un hecho de gran trascendencia en la cuestión poblacional. Me refiero a las dos guerras de los Remensas, sublevación del campesinado catalán entre mediados y finales del siglo XV. Un campesinado sujeto a leyes señoriales o feudales al que se le negaba la libertad de movimientos. El campesino catalán, si quería emigrar a las nuevas tierras conquistadas y ganar su libertad, debía pagar un rescate para redimirse (remensa), de modo que se inició una primera guerra entre los señores feudales y los campesinos, apoyados estos últimos por el rey de Aragón, Juan II. La Guerra finalizó durante una segunda revuelta, en tiempos de Fernando II, que abolió en 1486 lo que se conoce como malos usos.
A consecuencia, pues, primero de la peste negra en el siglo XIV y posteriormente de las guerras de los Remensas en el siglo XV, con el consiguiente desplazamiento de población hacia el sur una vez liberados los campesinos de su obligación de permanecer sujetos a la tierra, Cataluña quedó muy disminuida de moradores y a ese territorio acudieron gentes de otras zonas de España, especialmente de Castilla, Navarra y el propio Aragón. De hecho, el idioma castellano entró con gran fuerza en Cataluña hace cinco siglos, no es cosa de los años 60 franquistas ni mucho menos. Fue llevado allí por las oleadas de emigrantes que la propia Corona de Aragón recibía a gusto y asentaba.
Entre otros muchísimos datos que podrían aportarse y que la brevedad de este artículo no permite, vemos como en 1248 Fernando III autoriza la entrada de un contingente de catalanes, gallegos y vascos en Sevilla, entre otros, y como en los siglos XIV y XV se devuelve con creces esa población a Cataluña. Si a todo ello le unimos las grandes migraciones del XIX hacia el País Vasco y Cataluña, época en la que se consolidaron las industrias de ambos territorios, y la desmesurada llegada de andaluces, murcianos, extremeños, etc., del siglo XX, se redondean más de dos milenios de continuos intercambios de población, todos de la misma etnia, probablemente sin par en toda Europa y que rotundamente definen a España como una nación por los cuatro costados.
Artículo publicado el 9 de julio de 2004
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