Igual que sucede al comparar España con Marruecos, que advertimos enseguida que un país es civilizado y el otro no lo es, así ocurre al confrontar la idea de Occidente con el submundo islámico: De inmediato se ve con claridad que una de las dos zonas del planeta es avanzada, Occidente, y la otra, por muy populosa y extensa que sea, permanece constreñida a costumbres e ideas opresoras. Luego la guerra de civilizaciones, también en este caso, es un término de lo más desafortunado para definir ataques del tipo 11-S y 11-M. No puede haber enfrentamiento entre civilizaciones cuando sólo hay una de ellas. Los ataques, simplemente, fueron atentados terroristas islámicos, sin más
Por otra parte, el terrorismo no deja de ser un método cobarde y fanático para conseguir un fin perverso: La renuncia de responsabilidades sobre un territorio o sobre un bien, llámese País Vasco, llámese Iraq, llámense campos petrolíferos o yacimientos de fosfatos. La del terrorismo es, pues, una táctica depravada tan antigua como el mundo y se seguirá usando mientras ocasionalmente dé algún resultado, como lo dio en ese Afganistán de los talibanes que logró expulsar a la antigua URSS y que a menudo diezmó a un ejercito soviético desmoralizado y mal abastecido, eso sí, poco dispuesto a afrontar la sangría permanente en plena perestroika y glasnost.
Pero el 11-S no fue ni una batalla ni el inicio de una guerra, sino claramente el Perejil americano, una acción de tanteo perpetrada por ese islamismo envalentonado con la retirada soviética en la década anterior que avisaba a los Estados Unidos de que era su turno y que, por tanto, debía comenzar a replegarse de los lugares que el fanatizado islam considera de su exclusiva propiedad. La respuesta norteamericana, además de merecida, sin duda fue la contraria a la que esperaban los fanáticos del terror. Quizá si lo hubiesen intentado en la época de Carter, ese endeble presidente casi socialista que, además de crear un 20% de inflación y alto nivel de desempleo, salió huyendo de todas partes y su mayor logro lo consiguió mediante el boicot a la Olimpiada de Moscú del año 80.
No deja de ser curioso, sin embargo, que tras el terror se esconda casi siempre la mano de uno o varios estados que lo fomentan o amparan, o en el caso de España de algún gobierno territorial. Es sustancial y coincidente, asimismo, que la filosofía política y fines de esos estados o gobiernos se asemeje una enormidad a la reivindicación terrorista. Vemos cómo al-Qaida reivindica con puntos y comas la política wahhabita de Arabia, que consiste en la aplicación rigurosa de la Sharia en todo el Islam. El matiz diferenciador es que al-Qaida, además, pide por elevación la destrucción de Occidente, algo que el gobierno saudita también desea pero que no se atreve a pedir aunque sí a financiar.
Del mismo modo, comprobamos cómo ETA exige sin pelos en la lengua lo que la coalición gobernante en el País Vasco ansía conseguir basándose en subterfugios y mentiras: La independencia, porque no hay nacionalismo que no persiga tal fin. No existen nacionalismos que puedan definirse mediante diversos grados de moderación, sino mediante diversos grados de hipocresía o doblez.
ETA aterroriza y habla claro para lograr sus propósitos, el Tripartito vasco juega al engaño de la ausencia de violencia para lograr el mismo resultado. Tras la ETA, existe todo un mundo de complicidad y amparo en los ayuntamientos e instituciones del País Vasco. Tras las células de al-Qaida se da esa misma complicidad o amparo en la inmensa mayoría de los países islámicos o en las colonias de musulmanes en Europa. Es una relación simbiótica de mutuo beneficio, no exenta de temor hacia la facción violenta o brazo armado de quien asegura ser el islam justiciero o el vindicador de Euskal Herria.
Como conclusión, baste decir que en los tres niveles de terror o de actuación belicista que afectan a España (País Vasco, Marruecos y terrorismo islámico) no cabe hablar de guerra de civilizaciones, sino de intereses espurios de grupos fanatizados o, como también se ha dicho, de los caprichos de un mayoral de cortijo. Todos creen que al aterrorizar a los votantes pueden influir en el color del gobierno o en conseguir que se renuncie a la defensa de ciertas posiciones.
En España lo han logrado, poniendo al pueblo a la altura de los talibanes, gracias a una izquierda marrullera, rencorosa y acomplejada que codiciaba con verdadera desesperación la vuelta al poder y que careció de cualquier clase de escrúpulos para lograrlo. No se sabe si el siguiente paso será la voladura de los budas de la fe cristiana, las catedrales, lo que sí sabemos es que el islam pakistaní, con la anuencia de ese tripartito que gobierna en Cataluña y en la Ciudad Condal, ha comenzado a orinarse en las pilas bautismales.
Un estado moderno y libre como es España, tanto si está en manos de la izquierda como de los populares, jamás debería considerar que la solución se obtiene al desistir ante sus enemigos, sino que está obligado a contemplar el uso de la firmeza en el nivel que sea preciso.
No existe otra opción, lo contrario sería emular a la División italiana Littorio y su actuación en el frente de Guadalajara. Los italianos, al oírse el primer disparo, ordenaron la alarma. Al segundo, la alarma general. Al tercero, la alarma general en todo el sector. Y al cuarto..., la retirada general en todo el sector. Lo más curioso del caso, es que fueron cuatro los centinelas que avisaron de un único disparo. Determinados políticos de la España de hoy hubiesen merecido el mando de la División Littorio.
Artículo publicado el 9 de junio de 2004
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