De un tiempo para acá se oye a menudo que vamos a adentrarnos en una guerra de civilizaciones. Las guerras, salvo contadas singularidades, por lo que yo conozco comienzan siempre con escaramuzas o movimientos de tanteo que intentan descubrir las fuerzas del adversario y, sobre todo, cuál es su disposición anímica para usarlas y afrontar los ataques.
Un caso típico de tanteo podría ser el de la invasión de la isla Perejil por parte de Marruecos. Si el gobierno de España no hubiera reaccionado con determinación para defender la isla, probablemente a estas alturas no sólo habría caído Perejil sino que los marroquíes se estarían bañando en las playas de Ceuta y Melilla. De Canarias no hablo porque no hay color, la flota española, mirando al tendido, sería capaz de hundir de una tacada a esas tres o cuatro corbetas que los marroquíes poseen. Por cierto, todas ella vendidas en la época de Felipe González.
Aquí, en la Península, es posible que hubiésemos tenido que alojar a más de cien mil refugiados procedentes de ambas ciudades españolas, y además se habrían producido incontables altercados contra la colonia de trabajadores magrebíes, gente cuya inocencia correría pareja al espíritu pendenciero de su Comendador de los creyentes. En mi opinión, el asunto de Perejil fue muy bien llevado por el gobierno de Aznar. Y no sólo eso, sino que se aseguró la tutela del Imperio USA hasta la llegada socialista al poder, que con gran agudeza ha cedido la mano y el pie a nuestro vecino del sur, recién nombrado aliado preferente por la despechada administración norteamericana. Ya veremos si para ahorrarnos una treintena de muertos en Iraq no habrá que multiplicar por mil esa cifra algún día.
Naturalmente, durante el asalto de las ciudades autónomas los muertos marroquíes quizá hubiesen ascendido a centenares o a miles, porque las guarniciones de Ceuta y Melilla, con el Partido Popular en el Gobierno, no habrían actuado según los cánones de la espantadiza retirada de Iraq. Y aunque es probable que las fuerzas atacantes, con población civil al frente (a lo marcha verde), hubiesen acabado por ocupar nuestros territorios en África, no es menos probable que lo hubieran conseguido a costa de derramar mucha sangre.
Lo que ocurre es que la sangre derramada por los súbditos de ciertos tiranos -sobre todo de aquellos que para no mancharse el sedoso caftán tardan días y días en llegar a las zonas devastadas por los terremotos- tiene el mismo valor que la democracia en sus países: Cero absoluto. Repitámoslo, el tirano suele conceder cero valor a la sangre derramada de su pueblo y a la pérdida de vidas humanas, como está más que acreditado cada vez que arrojan a sus seres no queridos al interior de las pateras.
Cuando un estado que es democrático y libre, como es España, contiende o disputa contra el mayoral de un cortijo, como es Marruecos, no puede hablarse en absoluto de guerra de civilizaciones por mucho que el país agresor cumpla con la acepción segunda del DRAE: Conjunto de ideas, creencias religiosas, costumbres, etc.
Artículo publicado el 8 de junio de 2004
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