viernes, 24 de noviembre de 2017

Borrachera de nacionalismos


En España tenemos una institución que juega a la inhibición y al dolcefarniente. No veo por ninguna parte que esté cumpliendo con el papel que la Constitución le asigna: Poder moderador. No me refiero al talantudo ZP y su crónico asentimiento a cuanto le pida según quién. Tampoco a ese Tribunal Supremo del que se cachondeó durante meses el presidente del Parlamento vasco. Me refiero a nuestro Rey, de quien aparte de algún mensaje navideño de tono paternalista, aún estoy por verle aludir con énfasis y reiteración a lo que la Constitución española tampoco deja lugar a dudas: La unidad de España. Y no será porque el Monarca no tenga motivos para ello, puesto que la política disgregadora ha llegado ya a adquirir en nuestra patria la dimensión de plaga. Ahí van algunos datos:

En España hay tres clases de nacionalismos y además otras cosas raras, muy raras. Primero tenemos a los abiertamente separatistas, que son gente que admite esa condición y la proclaman a voz en grito. Sería el caso de ERC (catalanes), MLNC (canarios) y en menor medida EA (vascos), entre otros. Algunos de sus componentes, por el hecho de ser delincuentes confesos (aclaro aquí para los tontos que utilizo un símil retórico con lo de delincuentes), creen que están autorizados para toda clase de inmoralidades políticas, como podría ser la reunión Carod-ETA en Perpiñán o el conciliábulo entre el mismo Carod y ese etarra de salón, llamado Otegi, con quien acordó desestabilizar el período de reflexión en las últimas elecciones generales. Una reunión y un conciliábulo que en cualquier nación decente habría metido en la cárcel a sus protagonistas o, como mínimo, les hubiera inhabilitado para la política. ¿Se ha hecho algo al respecto?

Los confesos son gente peligrosa que no duda en adoctrinar con intensidad (clave fundamental de todo nacionalismo) a algunos de sus miembros más jóvenes para que desempeñen el papel de kamikazes y actúen contra cualquier símbolo del, para ellos, Estado opresor. Esos kamikazes lo mismo destruyen los toros de Osborne, que se plantan en algarada delante del Gobierno Militar de Barcelona, que arrojan objetos o profieren toda clase de injurias a la representación del PP cada 11 de septiembre, ante el monumento a Rafael de Casanovas. Ya no hablemos de la cobertura que dieron a los etarras en Cataluña o de las actuaciones callejeras del País Vasco. Eso sí, todo con total impunidad.

Después siguen los separatistas enmascarados, que buscan el mismo objetivo que los anteriores pero lo disfrazan de soberanismo o de mayor poder de decisión. Sería el caso del PNV (vascos), CiU (catalanes), BNG (gallegos) y otros muchos grupúsculos. La característica principal de los enmascarados es que van de moderados por la vida, cuando esa moderación, si analizamos sus actuaciones donde han gobernado, no sólo es inexistente sino que podría definirse como una ausencia total de sensatez en el ámbito de la convivencia.

Los enmascarados imponen su lengua, sus símbolos, su ideología... y además dicen con desvergüenza que actúan en beneficio de todo el pueblo y que sólo buscan la armonía. Un pueblo al que suelen dividir en dos bandos después de expulsar, mediante la amenaza, el chantaje o el ostracismo, a los que más se significan en su contra. Tal hipocresía, consentida por varias instituciones que miran para otro lado, representa algo así como anestesiar la sien del condenado a muerte antes de darle al tiro de gracia. 

Finalmente tenemos al grupo de los embaucadores, que amparados en una artificial ideología por lo común socialista, de cuyos votos se nutren, pretenden llegar, sino a la independencia clara, por lo menos a una situación en la que el Estado que les cobija, España, represente para ellos lo mismo que Guinea Ecuatorial: Un territorio de donde sacar madera y cacao. Los nacionalistas embaucadores, disfrazados como digo de socialismo solidario, suelen negar el pan y la sal a cualquiera que pueda hacerles sombra. El ejemplo más notorio lo tendríamos en ese pacto que el PSC acordó con Esquerra para obligar a Zapatero a suprimir el Plan Hidrológico Nacional, supresión que supone la mayor bajeza política que pueda respaldar un presidente de gobierno. 

Los embaucadores se encuentran alejados sentimentalmente miles de kilómetros de España por ese Ebro de riberas amplísimas o esa Sierra Morena que marca la frontera natural de una de las regiones más injustamente tratadas a lo largo de la Historia, Andalucía. Una Andalucía castigada hoy por algo que dicen que es socialismo y que no cesa de recibir del resto de la nación toneladas de madera y cacao en forma de subvenciones destinadas a un pozo sin fondo. En el bando de los embaucadores nos encontramos con el PSC (catalanes), el PSE-psoe (vascos) y el PSOE de Andalucía (andaluces), que no tardará en denominarse ANDALUCÍA-psoe, para, finalmente, eliminar también lo de psoe. Tiempo al tiempo.

Los embaucadores poseen como característica principal el mimetismo. Se pegan a la tierra, a las costumbres locales, a esas tradiciones que convierten en símbolos de sus partidos, a ese nacionalismo rancio que proclaman moderno para mantener su uso y su abuso. Los embaucadores son gente, en suma, sin ningún tipo de escrúpulo o ideología a los que sólo les interesa disfrutar del poder; ellos, y su pléyade de sectarios. 

También hay un cuarto grupo, a los que he denominado otras cosas raras, aunque en realidad podrían ser catalogados perfectamente de envidiosos o aprovechados. Me refiero a todos esos partidillos regionales o locales que no dudan en crear formaciones nacionalistas en espera de que les secunden ciudadanos bobos, que los hay en todas partes, y puedan ir haciéndose con parcelas de poder. Aquí sólo voy a dar un nombre, Chunta Aragonesista, pero son ciento y la madre y todos conocemos más de un caso en nuestra región o pueblo. 

No quiero dejar de citar a ese otro nacionalismo que comienza a surgir en España, con la falsa etiqueta de español, que viene a ser algo así como la erupción alérgica que a uno le sale después de haberse intoxicado con algo podrido. Quizá el ejemplo más representativo sea el de Democracia Nacional (DN), una formación xenófoba, antiliberal, estatalista, antieuropea, antiamericana y antiglobalización. Partidos así, cuya única meta es el fascismo basado en lo español más añejo y desechable, son el resultado de situaciones frustrantes ante tanto nacionalismo disgregador que ha surgido en los últimos 25 años. 

¿Cómo es posible tal borrachera de nacionalismos? ¿Es que el pueblo español se ha desequilibrado en el último cuarto de siglo? ¿Es que nos ha acometido algún mal que nos inculca el odio al vecino y la necesidad ineludible de decirle que soy distinto (superior) a él? ¿Cómo puede ser que después de más de 500 años de convivencia, habiendo sido España un gran imperio y madre de naciones, haya tanta gente nacida en esta tierra que sienta ese odio atroz hacia nuestra historia común? ¿Es que ya no existe en España un poder moderador? ¿Qué hace la Corona para evitar que la patria española se rompa en mil pedazos? ¿Alguien sabría decirme qué está pasando? ¿Alguno puede aventurar qué va a ocurrir? 

Artículo publicado el 22 de julio de 2004

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