viernes, 24 de noviembre de 2017

Alegato


Se me ha acusado en algunas notas añadidas en esta bitácora o blog de practicar la demagogia, de írseme la mano, de odiar y de mentir. Bien, es posible que todo ello sea cierto, pues al fin y al cabo algunos de los cargos que se me imputan, como pueda ser el odio, no son mensurables y quedarían dentro del apartado de la subjetividad o del cómo te ven los demás.

Acepto, sobre todo, que a veces se me va la mano y cometo exageraciones tremendas, pero precisamente porque algunas de mis afirmaciones son muy exageradas creo que no deben tomarse al pie de la letra. Son, más bien, figuras hiperbólicas mal construidas por mi parte que no acaban de entenderse dentro de un contexto que a menudo pretende ser irónico. Luego está claro que me falla la ironía y la hipérbole y que no son los demás los que deben aprender a leerme, sino yo a escribir. Mea culpa.

Demagogo, en el sentido de agitador, es otro de los reproches que se me hacen. Esta falta me cuesta más admitirla aunque no descarto que también sea cierta. Alego en mi defensa, no obstante, que uno de los motivos para que mis artículos sean más extensos de lo habitual es que trato de dotarlos de argumentos acerca de aquello que afirmo. Quien me haya leído con alguna regularidad habrá comprobado que no soy muy aficionado a poner enlaces, sino que a partir de una determinada noticia, normalmente insertada en la mayoría de medios, hago mi propia valoración. Dicho en términos periodísticos, Batiburrillo no es la primera página más o menos aséptica de un diario, léase más bien como una de sus columnas de opinión. Y esa opinión, en la medida en que coincida con nuestro gusto, no hay duda de que nos parecerá más o menos demagógica.

Por otra parte, el uso de la palabra demagogia se ha generalizado de tal modo que cada día se parece más a la de fascismo. Uno llama a otro fascista o demagogo con una facilidad pasmosa y al margen de que las ideas que se expresen sean totalitarias, agitadoras o simplemente sean incómodas a nuestra forma de pensar. Por supuesto, y aprovecho para meter una cuña que muchos considerarían demagógica, quienes usan más los términos referidos son precisamente cierta izquierda y el nacionalismo, individuos totalitarios y agitadores en estado puro que no reparan en llamar a otros lo que ellos son.

Como la redacción de este comentario está inspirada en el hecho de leer una nota de José María, quiero dejarle claro que nada de lo que digo aquí va por él y que su sensibilidad de magnífica persona y mejor catalán queda salvaguardada a todos los efectos. No sé si he dicho suficientes veces que amo mucho a Cataluña, donde he vivido 40 años, y que la única razón de mi existir es una hermosa catalana con la que me casé hace ya bastante tiempo. Pero precisamente por eso, por amor (siento que quede tan cursi), no puedo soportar la degradación moral que observo en Cataluña cada vez que la visito. Allí tengo, además, toda la familia de mi esposa y la mía. Y raro es el día que no nos hablamos con unos o con otros y nos ponemos al corriente de cómo van las cosas. Como puedes ver, José María, no hablo a humo de pajas en el terreno del nacionalismo catalán, sino que sólo trato de reflejar mi opinión, exclusivamente mi opinión, de hombre de la calle con cierta experiencia a pie de obra. 

Quisiera comentar también la acusación de mentir que se me hace. No me considero una persona preparada en infinidad de aspectos, lo digo en el sentido de ese bagaje de conocimientos imprescindibles que se debe poseer para el desarrollo de una actividad profesional, pero escribir en una bitácora a título de desahogo de las inquietudes políticas que todos llevamos dentro no debe comportar, ni muchos menos, conocimientos ilimitados. De modo que cuando a alguien le apetezca llamarme mentiroso, si de verdad quiere acertar con el insulto adecuado, será mejor que me llame ignorante y habrá dado en el clavo. Eso sí, espero que me llame ignorante después de haber demostrado mi error o mi falta de información. No fastidiemos y comencemos a llamarnos ignorantes con la misma facilidad con la que hoy día se le llama fascista y demagogo a todo el mundo. 

He dejado a propósito para el final el sentimiento del odio porque debo reconocer algo importante: Sí, es cierto, siento odio. Siento odio hacia el nacionalismo como lo siento hacia la leucemia, la lepra y el abuso de poder. Creo que el nacionalismo, junto al islamismo, son los peores males ideológicos que subsisten en este siglo recién comenzado. Con una gran diferencia entre ambas ideologías: Los musulmanes vivos, salvo excepciones muy contadas, han nacido y se han criado en el seno de esa aterradora religión que les encarcela, nunca han conocido otra cosa ni han dispuesto de opciones para escoger la libertad. Es más, su propia religión les condena a muerte si deciden apostatar. El Islam es para ellos como una segunda piel que entienden que les cobija cuando en realidad les oprime y les tiraniza, sobre todo a las mujeres, a las que convierte en objetos.

Al nacionalista, especialmente al nacionalista ibérico (término geográfico), hace 25 años que se le ofreció todo un abanico de posibilidades para ser una demócrata y escogió el totalitarismo y la mezquindad de su pequeño yo colectivo, de su falso derecho de los pueblos en detrimento del individuo, de su lengua propia basada en anhelos telúricos, cuando el raciocinio nos dice que los territorios jamás tienen lengua propia ni derechos, sino sus habitantes. Y que si esos habitantes, por las razones que sean, son únicamente una parte, no pueden imponer la lengua de un modo injusto a la totalidad de la población. El nacionalista ibérico, a diferencia de cada uno de los 1.200 millones de prisioneros musulmanes, durante todos los días del año puede decidir qué hacer con su vida. Pero si la decisión que libremente adopte el nacionalista es seguir siéndolo y subvertir de un modo y otro el orden legal establecido, deberá saber que se ha decantado por una ideología dañina, totalitaria, xenófoba, victimista, expansionista y pérfida. En pocas palabras: merecedora de ser odiada porque conlleva el sufrimiento o la muerte para otros semejantes.

Artículo publicado el 4 de julio de 2004

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