Francisco Camps. |
No le ha gustado
a mucha gente que Camps no haya sido declarado culpable. Hasta aquí todo
perfecto, pues cada uno tiene la libertad de pensar lo que le venga en gana.
Cosa bien distinta es acosar a un ciudadano, el señor Camps concretamente,
llegando incluso cientos de personas a concentrarse frente a su domicilio para proferir improperios
contra el ex presidente valenciano: a eso, señores manifestantes, no tienen
ustedes ningún derecho. Absolutamente ninguno.
Yo no sé si Camps
es culpable o inocente. Sé sin embargo que ha habido un veredicto y este
veredicto, satisfaga más o menos, debe ser acatado. Y todavía sé más: ni aun
teniendo la absoluta certeza de que Camps fuese culpable de mil delitos y
hubiese sido condenado por todos ellos, gozarían ustedes, señores acosadores,
del derecho a vejarlo sin tasa ni medida, del mismo modo que nadie tendría
derecho a hostigar ferozmente al señor Garzón o al señor Blanco porque una
sentencia judicial, con razón o sin ella, no hubiese sido de su agrado. No es
cuestión de necios partidismos. Es cuestión de consideración hacia el ser
humano, consideración ésta que ha de ser necesario punto de partida para
después poder hablar de derechos.
Tienen ustedes
derecho a protestar lo que les dé la real o republicana gana; tienen ustedes
derecho a querer cambiar “esta porquería de sistema”; tienen ustedes derecho a
querer destruir “este sistema corrupto”; tienen ustedes derecho a defender “a
los jueces honrados”; tienen ustedes derecho a hacer de la capa de su
arbitrariedad un sayo… pero no tienen ustedes derecho a desatar una cacería
contra nadie. ¿Saben por qué? Porque la acción de acosar a una persona como a
una alimaña, con la cobardía añadida de la superioridad numérica, queda
correctamente definida por el término barbarie. Y a obrar como un bárbaro nadie
tiene derecho. Ni siquiera ustedes.
Publicado el 27 de enero de 2012
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