Se murió el general Franco y transcurridos tres años volvimos a las andadas: una “consulta al pueblo”, en la que se aseguraba la continuidad del Régimen que tanto bien nos había proporcionado. Solamente se insinuaban sibilinas “actualizaciones”, vagamente expuestas. Declaraciones posteriores del jefe del Gobierno en la época, don Adolfo Suárez, fueron:
“Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto. El ansia de libertad la sentían aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para respirar (1). Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad que consideraba más o menos aceptables… Se pusieron detrás de mí y se volcaron en el referéndum del 76 porque yo les alejaba del peligro de una confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones o anhelos de libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo les apartaba de los cuernos de ese toro”.
Como es lógico, el plebiscito salió de acuerdo con los deseos de su organizador. Pero no todos se dejaron engatusar, ya que, en este caso, la aprobación no llegó al habitual porcentaje que, como anteriormente indico, siempre era próximo al 100%.
Así que, paulatinamente, fueron siendo aplicadas las “actualizaciones” y, como consecuencia, vinimos a quedar otra vez como en 1936. Aquellos que en los sagrados juramentos pronunciados, tanto antes de morir Franco como a los dos días de su deceso, eran considerados los “buenos”, pasaron a la categoría de “malos”. Pero de malos sin paliativos. Y los que habían sido considerados, con pruebas demostradas, como bestiales asesinos que actuaban amparados en sus puestos oficiales (presidente del Gobierno de la República, Sr. Negrín; ministro de la Gobernación, Sr.Galarza; Consejero de Orden Público de Madrid; Sr. Carrillo; Equivalente a Director General de Seguridad, señor Serrano Poncela pasaron al puesto de honor; a ser poco menos que deificados. Aquello de imputar a “milicianos incontrolados” los asesinatos, demostrado está que no fue cierto. Volvió la falta de trabajo: 5.000.000 de parados, cuando en 1975 teníamos que fomentar la inmigración para atender a la poderosa industria española, creada a partir de la nada existente en 1936. Y con ello al odio de clases.
La corrupción, GENERALIZADA, es aterradora. Pensar en el escándalo que se armó antes de la guerra con el asunto del estraperlo, que tuvo su origen en el regalo de tres granujas a un familiar (no menos granuja) del político republicano don Alejandro Lerroux, de un reloj valorado en 6.000 Pts. Asunto en el que don Alejandro no tuvo arte ni parte. Y durante el régimen del general Franco, el asunto MATESA, que fue una vulgar estafa por un monto de diez millones de pesetas, al que se le dio un viso político que no tenía. Las pesetas tenían el poder adquisitivo del tiempo en que los “negocios” tuvieron lugar. Una cantidad considerable, pero totalmente despreciable comparada con el monto de los “negocios” de los políticos actuales.
Realmente, si este Régimen no fuera una tragedia, podía ser calificado de pintoresco. Los “negocios” de los políticos alcanzan cantidades astronómicas que, repito, hacen despreciables los casos citados del Straperlo y de MATESA. Incluso para que nada faltara, como en un buen sainete, se han llevado hasta los fondos de los huerfanitos, como el caso de los de la Guardia Civil. Y, actualmente, los que son sorprendidos en esas actuaciones y no queda más remedio que enjuiciarles, la pena es, relativamente, levísima, levedad acentuada por disposiciones en las que de 20 años de sentencia se cumplen dos o tres como máximo, sin haber conseguido la previa devolución del dinero defraudado.
Lo escribo de memoria, pero creo que no me equivoco en mucho: el autor del caso de los huérfanos de la Guardia Civil era un paisano que accedió al cargo de Director General. Fue el primer caso dado en la historia de ese glorioso Cuerpo, y defraudó, en el conjunto de sus “negocios”, una considerable cantidad de dinero de la que no se pudieron recuperar siete mil millones de pesetas. Y estuvo tres años preso. Creo que, bajo esas condiciones, habrá muchedumbre de personas dispuestas a ser encarceladas durante tres años.
Por cierto, a titulo de colofón: Para poder evaluar cantidades se requiere unidad de comparación de la misma especie. Si al régimen del general Franco no vacilan en llamarle la “Dictadura”, al actual le corresponde, con méritos más que acreditados, el de “Terror”. ¿Podéis enumerar las libertades ganadas? No os pido que enumeréis todas las perdidas, pues este comentario ocuparía un espacio descomunal.
Autor: Rogelio Latorre
Publicado el 25 de febrero de 2011
(1) Forma eufónica de definir la actuación normal de muchos políticos.
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