Todo apunta a que los etarras jamás pedirán el perdón a las familias de sus víctimas. |
Recuerdo que,
siendo niño, cuando alguien hacía una trastada o faena, con mejor o peor
intención, a un compañero de juegos, entre las exigencias reparadoras de los
progenitores se contaba la de pedir perdón al agraviado. En rara ocasión la
demanda de perdón era desoída, bien por sincera contrición del inquieto bien
para evitar las consabidas represalias en forma de castigo de mayor o menor
rigor.
Sin ser niños
–pese a que su cociente intelectual no supera al de un jovencito de dos años–
hay en España ciertos elementos terroristas que, bajo las siglas ETA, durante
décadas llevan haciéndonos a los españoles todos y cada uno de los sangrientos
putadones posibles a modo de coacción para imponer su dictadura del terror. Y
los etarras, que dicen haber renunciado a seguir puteándonos, a diferencia de
los niños se niegan a pedir disculpas y mostrar el más mínimo remordimiento por todo el daño causado.
Descartada de
antemano la posibilidad de una sincera petición de perdón por parte de los
etarras al no ser el arrepentimiento sentimiento al alcance de ciertas alimañas
carroñeras, cabría tal vez la perspectiva de que lo hiciesen buscando atemperar
el merecidísimo castigo de las penas impuestas por los tribunales. Pues ni por
ésas, chico. Y no a causa de asumir las condenas como justas ni porque estén
dispuestos a apechugar con los años de cárcel que a cada uno le correspondan.
Todo lo contrario, ya que esperan estos canallas salir de rositas de prisión,
hacerse la foto de rigor saludando victoriosos con el orgullo intacto, cada
mochuelo a su olivo y aquí no ha pasado nada. Si no fuese porque no los tienen
podríamos decir con respecto a estos asesinos tan encantados de haberse
conocido: ¡Qué huevos le echan los muy miserables!
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 7 de enero de 2012
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