lunes, 17 de diciembre de 2018

No es sólo la economía


Es decir, no es sólo el acierto o desacierto en la asignación de los recursos. Ya sea desde una intención liberal, en la que de ello se encarga el mercado, ya sea desde una visión socialdemócrata de la organización económica, en la que de ello se encarga el estado, con su batallón, siempre inflado de funcionarios.


También es una cuestión de estricta justicia, algo que parece olvidar el ala socialcristiana del PP. No se puede seguir exigiendo a los trabajadores, profesionales y autónomos que asuman el grueso del coste de la crisis y la responsabilidad de sanear las cuentas públicas. Como no se puede seguir exigiendo al contribuyente, ya exhausto tras años de despilfarro sin control, que financie, sin preguntar, unos servicios públicos calamitosos, prestados por una administración engordada hasta límites obscenos.

Vuelve vencer el parasitismo. Vuelve a vencer la idea de que por muy mal que vayan las cuentas públicas, siempre habrá un euro, para mantener un descabellado sistema clientelar, donde el esfuerzo, el mérito y la capacidad para aportar algo valioso al conjunto de la sociedad, a través de relaciones libres y en condiciones de igualdad, que se suponen y se dan en un sistema de mercado, vuelva a convertirse en quimera o utopía.

Es injusto pagar el salario de un millón de empleados públicos que, literalmente, no aportan nada que merezca la pena al conjunto de los ciudadanos. Es injusto mantener el sin número de televisiones públicas, dedicadas en exclusiva a la propaganda del gobernante de turno. Es injusto mantener una administración de justicia, vaga, desnortada, dedicada en sus escalones superiores, ya sea central o regional, a bailarle el agua al gobierno que corresponda, olvidándose de lo delicado y trascendente de cualquiera de sus decisiones, desde la que afecta a un justiciable metido en pleito de servidumbre, o en pleito de fusión de sociedades mercantiles.

Es injusto mantener ese sindicato vertical en que se ha convertido esa trama de organizaciones de empleados y patronos, dedicados en exclusiva a preservar la “paz social”, la de los cementerios, a cambio de jugosas gabelas, mientras cinco millones de tragedias nos llevan de cabeza al fascismo, como sucedió en Alemania, como sucedió en Italia.

Es injusto mantener esa trama partitocrática, que permite que en sus filas y a escasos centímetros se sienten los representantes de los asesinos, mientras sus víctimas pasadas desfallecen en la impotencia y las futuras se preguntan cuándo les tocará a ellos el tiro en la nuca.

No es sólo la economía. El señor Rajoy no es responsable del desaguisado socialista, pero sí es responsable de las consecuencias que a buen seguro se derivarán de las señales que ha mandado con la primera de sus decisiones. Hace ya tiempo que la curva de Laffer tiende a mostrarse en picado, por lo que cualquier subida de impuestos no hará sino aumentar la tendencia, con una brusca bajada en la recaudación. Una medida injusta y además, inconveniente e inoportuna, lo que al agravio se une la idiotez.

Y lo más grave es que ello es de conocimiento pleno del nuevo gobierno, asustado ante la magnitud de la tarea que tiene por delante, que no es otra que cambiar drásticamente el sistema de valores, en que se asienta esta Nación, vieja, asustadiza y aborregada.

Que le vaya bonito, señor Rajoy. Jamás volveré a votarle, por cobarde y ladrón.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 8 de enero de 2012

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