Es decir, no es
sólo el acierto o desacierto en la asignación de los recursos. Ya sea desde una
intención liberal, en la que de ello se encarga el mercado, ya sea desde una
visión socialdemócrata de la organización económica, en la que de ello se
encarga el estado, con su batallón, siempre inflado de funcionarios.
También es una
cuestión de estricta justicia, algo que parece olvidar el ala socialcristiana
del PP. No se puede seguir exigiendo a los trabajadores, profesionales y
autónomos que asuman el grueso del coste de la crisis y la responsabilidad de
sanear las cuentas públicas. Como no se puede seguir exigiendo al
contribuyente, ya exhausto tras años de despilfarro sin control, que financie,
sin preguntar, unos servicios públicos calamitosos, prestados por una
administración engordada hasta límites obscenos.
Vuelve vencer el
parasitismo. Vuelve a vencer la idea de que por muy mal que vayan las cuentas
públicas, siempre habrá un euro, para mantener un descabellado sistema
clientelar, donde el esfuerzo, el mérito y la capacidad para aportar algo
valioso al conjunto de la sociedad, a través de relaciones libres y en condiciones de igualdad, que se suponen y se dan
en un sistema de mercado, vuelva a convertirse en quimera o utopía.
Es injusto pagar
el salario de un millón de empleados públicos que, literalmente, no aportan
nada que merezca la pena al conjunto de los ciudadanos. Es injusto mantener el
sin número de televisiones públicas, dedicadas en exclusiva a la propaganda del
gobernante de turno. Es injusto mantener una administración de justicia, vaga,
desnortada, dedicada en sus escalones superiores, ya sea central o regional, a
bailarle el agua al gobierno que corresponda, olvidándose de lo delicado y
trascendente de cualquiera de sus decisiones, desde la que afecta a un
justiciable metido en pleito de servidumbre, o en pleito de fusión de
sociedades mercantiles.
Es injusto
mantener ese sindicato vertical en que se ha convertido esa trama de organizaciones
de empleados y patronos, dedicados en exclusiva a preservar la “paz social”, la
de los cementerios, a cambio de jugosas gabelas, mientras cinco millones de
tragedias nos llevan de cabeza al fascismo, como sucedió en Alemania, como
sucedió en Italia.
Es injusto
mantener esa trama partitocrática, que permite que en sus filas y a escasos
centímetros se sienten los representantes de los asesinos, mientras sus
víctimas pasadas desfallecen en la impotencia y las futuras se preguntan cuándo les tocará a ellos el tiro en la nuca.
No es sólo la
economía. El señor Rajoy no es responsable del desaguisado socialista, pero sí
es responsable de las consecuencias que a buen seguro se derivarán de las
señales que ha mandado con la primera de sus decisiones. Hace ya tiempo que la
curva de Laffer tiende a mostrarse en picado, por lo que cualquier subida de
impuestos no hará sino aumentar la tendencia, con una brusca bajada en la
recaudación. Una medida injusta y además, inconveniente e inoportuna, lo que al
agravio se une la idiotez.
Y lo más grave es
que ello es de conocimiento pleno del nuevo gobierno, asustado ante la magnitud
de la tarea que tiene por delante, que no es otra que cambiar drásticamente el
sistema de valores, en que se asienta esta Nación, vieja, asustadiza y
aborregada.
Que le vaya
bonito, señor Rajoy. Jamás volveré a votarle, por cobarde y ladrón.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 8 de enero de 2012
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