No acepta cierto
sector de la izquierda, reacio a darse por notificado de que los cascotes del
Muro de Berlín ya hace tiempo que dejaron de humear, el resultado de las urnas
como expresión de la voluntad de la ciudadanía. Y así, cuando no se han
cumplido dos meses desde las últimas elecciones generales y uno desde la
investidura de Rajoy como presidente del gobierno, ya están llamando a las
hordas a tomar las calles.
En
esta ocasión es el inefable Sopena, oráculo de la izquierda más
exaltada e intransigente y muy enfadado a consecuencia de que Garzón vaya a ser
juzgado, quien convoca a “la izquierda política y los sindicatos de clase” a
“unificarse para organizar manifestaciones y concentraciones multitudinarias”.
¿Por qué razón? Según Sopena “porque lo que está pasando aquí resulta cada día
más inquietante respecto a la democracia española en su conjunto”, lógica
consecuencia de que hayan conseguido “los ultramontanos apoderarse en parte de
la Justicia con mayúscula”.
Deberían ser de
obligatorio estudio en todas las escuelas de este país como modelos a no seguir
los ejercicios dialécticos del señor Sopena, diáfanos ejemplos de perversión
lingüística aderezados de escasa pericia e inteligencia: mientras aparentemente
defiende una tesis está, consciente o inconscientemente, patrocinando la
posición diametralmente opuesta. Y se queda tan ancho.
Habla de la
democracia y de los peligros que supuestamente la acechan –procedentes de una
“peligrosa conspiración de la derecha extrema”– y al tiempo defiende sin el
menor pudor el recurso a la algarada y a la agitación callejera como medio de
deslegitimar los resultados de unas elecciones que no han sido de su agrado.
Por tanto, la democracia es buena y justa si las votaciones dan el poder a los
elegidos por Sopena como opción preferencial; en caso contrario la democracia
es mala e injusta, haciendo necesario el salir a las calles, pasándose por el
forro el veredicto de las urnas, para acosar a un gobierno que aún no lleva un
mes gobernando.
Habla de la
“Justicia con mayúscula” y, vayan ustedes a saber en función de que esotéricos
títulos, se arroga con carácter de exclusividad la potestad de decidir quién ha
de ser juzgado o no y quien, directamente, es un “chorizo”. Así que, por las
bravas y en menos de quinientas palabras, sabemos de primera mano el respeto y
el aprecio que le merecen la democracia y la justicia –a todas luces
mejorables, aunque no por ciertos motivos partidistas– al señor Sopena y
admiradores: básicamente cero, nada o ninguno. Parece que sus inclinaciones van
más por el camino de la democracia popular y la justicia del pueblo. Lo cual es absolutamente lícito
siempre que no se pretenda engañar al personal, especialidad ésta muy del gusto
de don Enrique.
Permítanme ahora,
por favor, una pequeña digresión relacionada con la manipulación del lenguaje y
como esta manipulación, en casos de poca sesera, puede provocar el resultado
contrario al pretendido. Revisemos un ejemplo: intentando denigrar a Franco lo
han convertido en Público con este espectacular titular en un moderno y heroico Cid Campeador,
capaz de ganar batallas 36 años después de muerto: no creo que a Franco le
hubiese disgustado la comparación. ¡Cuánto zote hay suelto, de verdad!
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