Elena Valenciano. |
Nunca cambiarán.
Llevan demostrándolo durante casi un siglo y medio, que se dice pronto pero se
hace largo. Sus esquemas mentales y sus argumentaciones siguen anclados en un
tenebroso y maloliente pasado que se resisten a enterrar de una vez por todas.
No creen en la democracia. Son sectarios y excluyentes. Se consideran, por no
se sabe muy bien qué taumatúrgicas razones, los únicos con títulos válidos para
gobernar.
Consideran que un
resultado electoral adverso sólo puede obedecer a que los votantes se han
equivocado; luego, en lógico corolario a sus distorsionados razonamientos,
cualquier procedimiento es válido para subvertir el dictamen de las urnas: les
han arrebatado el poder que por derecho les pertenece y lícito es recurrir a
cualquier medio para recuperarlo más allá de otra consideración. Y en
eso están ahora mismo.
“Vamos
a tratar de que la gente no se resigne. Cuando la derecha tiene mucho poder,
como ocurre ahora en España, se emborracha. Y cuando la derecha se emborracha
de poder empiezan los desmanes. Lo que ha pasado es que se han emborrachado de
poder y han hecho una reforma laboral sin siquiera sentarse un día con los
sindicatos; se han encontrado con unos chavales de 16 años que protestan por
los recortes en educación en la Comunidad Valenciana y no han sabido manejarlo
sin violencia. Cuidadito, que la derecha con tanto poder se emborracha y la
sociedad no puede resignarse a que sea así. Tenemos que conseguir que la gente
no se resigne. Esto se consigue viendo alternativas, tenemos que poner un
espejo para que la gente vea cómo se comporta la derecha”.
Emplea con
evidente malicia doña Elena el verbo “emborrachar” con el ánimo de sugerir al
lector la innata inclinación de “la derecha” hacia ciertos e insaciables
apetitos orgiásticos que la harían proclive al más abyecto despotismo. Lógica
consecuencia de tamaño abuso, “empiezan los desmanes”: obsérvese que no habla
de protestas o manifestaciones. No. Habla de desmanes –exceso, desorden,
tropelía– y no precisamente para censurarlos. Todo lo contrario. Los alienta y
justifica.
Da posteriormente
una pincelada sentimental (“chavales de 16 años”) y acusa a esa derecha
supuestamente insaciable y borracha de recurrir a la violencia, para retomar la
idea fundamental que pretende trasladar al lector (“Cuidadito, que la derecha
con tanto poder se emborracha y la sociedad no puede resignarse a que sea así.
Tenemos que conseguir que la gente no se resigne”): ante decisiones ajustadas a
las reglas democráticas no hay que sentir el menor escrúpulo por recurrir al
exceso, al desorden y a la tropelía. Con el único fin, naturalmente, de excitar
a las masas contra la derecha usurpadora para conquistar anti democráticamente el poder que las reglas democráticas les han negado.
Lo falaz de la
argumentación de la señora Valenciano es obvio y salta a la vista: justifica y
promueve los excesos, los desórdenes y las tropelías y culpa de los mismos a
quienes con tales excesos nada tienen que ver. Este cuento ya es muy viejo,
pero, sorprendentemente, no por viejo y artero deja de ser eficaz, para
beneficio del antidemocrático PSOE y adláteres: en cualquier juego, el jugador tramposo
y estafador cuenta con innegable ventaja sobre aquel otro que, por el
contrario, respeta el reglamento. Nuestra democracia, máxime en las actuales
circunstancias, corre serio peligro. No, como
cree el señor Jiménez Villarejo, a causa de una cadena de televisión: Intereconomía.
El verdadero peligro lo constituyen, entre otros, las resueltas e inmutables
convicciones antidemocráticas del principal partido de la oposición.
Autor: Rafael Guerra
Publicado el 27 de febrero de 2012
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