El Caudillo de
España, por la Gracia del Altísimo, el que sólo respondía ante Dios y ante la
Historia, Primer Gran Benefactor del Imperio Prisaico y poseedor del Gran
Dedazo que puso a Janli a la cabeza de los Servicios Informativos de la única
televisión de entonces, tuvo a bien dejarnos en herencia dos regalitos: los
segundones de la Falange y el derecho protector del productor (así se llamaba a los trabajadores), con la Magistratura
del Trabajo como punta de lanza.
De los primeros
sabemos casi todo, no en vano, de sus filas se ha venido nutriendo la dirección
de la PSOE durante los últimos treinta años de acreditada honradez socialista.
Como no recordar aquí a Barrionuevo, preboste del sindicalismo universitario falangista y luego
Ministro del Interior de Felipe González, primero de iure y luego en el exilio
interior de la Cárcel de Alcalá. O a los mismísimos Bono, de la Vega, Bermejo y
Rubalcaba, chicos de buena crianza, todos ellos cebados por las tetazas del
Régimen.
Ahora nos vamos
enterando de lo que vale un peine desairar a la segunda, llamada a aplicar el
expolio de la propiedad privada de aquel malvado empresario que se atreva a
mirar por el pan de sus hijos, poniendo en la calle al pícaro productor que le
ha caído en suerte.
Porque eso que
pomposamente viene en llamarse Derecho Laboral, último coletazo del
totalitarismo fascista, es de todo menos derecho, pues más se asemeja al ropaje
leguleyo, con que el estado criminal se adorna, para mantener en paz el
abrevadero.
Igual de
incontestable es que el mejor terrorista es el terrorista muerto, el mejor
Derecho Laboral es el que no existe. Que
se dejen de pamplinas y que el contrato laboral descanse donde todos los
contratos: el Código Civil, de donde nunca debió de salir, para envenenar las relaciones
entre los hombres libres.
Autor. Carlos J. Muñoz
Publicado el 19 de febrero de 2012
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