Corría el año 1904 y en la tertulia abierta por el gallego don Ramón María del Valle Inclán, en el Nuevo Café de Levante, hervía cada noche la flor y nata de los intelectuales de la Generación del 98 y de los artistas más significados. Entre ellos, Ignacio Zuloaga, Gutiérrez Solana, Santiago Rusiñol, Mateo Inurria, Chicharro, Beltrán Massés y Rafael Penagos. Aquella tarde-noche del 13 de mayo el que sorprendió a los presentes fue don Pío Baroja, escritor genial de sintaxis heterodoxa y faltas de ortografía. Se hablaba de las distintas clases de españoles y el novelista vasco expuso lo siguiente:
"La verdad es que hay siete clases de españoles. Sí, como los siete pecados capitales. A saber:
1) Los que no saben.
2) Los que no quieren saber.
3) Los que odian el saber.
4) Los que sufren por no saber.
5) Los que aparentan que saben.
6) Los que triunfan sin saber.
7) Los que viven gracias a que los demás no saben".
Don Miguel de Unamuno y don Benito Pérez Galdós aplaudieron a Baroja. Sobre todo por el último apartado. Estos últimos, son los que se llaman a sí mismo políticos y, con frecuencia, hasta intelectuales.
Lo anteriormente anotado me fue remitido hace poco. A lo que debo añadir que estoy completamente de acuerdo con el autor del mensaje y con don Pío Baroja, incluso en lo relativo a su no profundo dominio del castellano. ¡Pero qué maravilloso escritor en cuanto a transmisor de sentimientos! Sus obras no se leen: se viven. Tuve conocimiento de su existencia a los 14 años (allá por 1934) y devoré sus obras completas, con las que un día había aparecido mi padre en casa. Me empapé en sus conceptos de la vida en sociedad: de lo que era y de lo que debía ser. La primera que leí fue la trilogía "La Lucha por la vida": "La busca", "Mala hierba" y "Aurora roja".
A partir de aquel momento y en aquella época, no tuve otro leitmotiv que leer a Baroja.
Cuando en 1935 me incorporé a la Primera Línea de Falange Española, inmediatamente advertí que el sentir de la vida de mis nuevos camaradas coincidía en todo con el mío, que no era otro que el de Pío Baroja. Honradamente, quiero advertir que, según iba empapándome de la literatura de Baroja, encontraba que era mi manera de pensar y ni por un momento se me ocurrió relacionarla con la política, materia de la que, entonces, no tenía la menor noción, y creo que sigo más o menos igual. Lo único que sabía y sé diferenciar es al bien del mal, el honor de la desvergüenza. En mi familia lo aprendí.
Sin embargo, mis nuevos camaradas reprobaban a Baroja. Desconozco la razón. Pienso que no tenían el conocimiento suficiente del autor y hablaban por referencias. Así debía de ser, pues aquellos con los que traté comprobaron sin ninguna dificultad que nuestra forma de conceptuar al semejante en nada discrepaba con la de Baroja. Incluso cabría añadir que Baroja era, como la mayoría de nosotros, indiferente a la religión cristiana y, sin embargo, como lo demostramos, dispuestos a luchar por ella. Como así seguimos.
De una de sus obras, Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, que con Paradox Rey forma libro, deduje que era el reflejo de lo que Baroja hubiera deseado que fuera su vida. Y de esa misma obra, como muestra de la semejanza entre su forma de pensar y la de los falangistas, voy a reproducir algunos párrafos. Entiéndase que, al referirme a los falangistas, lo hago en relación a los que pertenecieron a Falange Española desde su fundación hasta febrero de 1936, que tras las elecciones a Cortes y el fracaso de don José María Gil Robles hizo que los afiliados a su partido, Acción Popular (algo así como el actual Partido Popular), se vinieran en masa a Falange. Multiplicaban por mil nuestros efectivos, así que pronto la absorbieron y a partir de ese momento Falange dejó de existir. No era Falange; era un grupo de advenedizos aterrorizados, entre los cuales advertí lo que jamás había notado entre mis primitivos camaradas: ansia de poder; de mando. Entre los falangistas iniciales, los jefes decidían quién había de ocupar un puesto y, en cuanto yo sé, lo hacían por decisión propia, por asesoramiento y por análisis de comportamientos, no concibiéndose la intriga en la búsqueda del mando.
Todo lo que figura a continuación es copia literal de párrafos de la obra citada. Subrayo los párrafos para hacer patente el inmenso abismo que había entre Baroja (a mi juicio, entre los falangistas) y los políticos:
"Silvestre experimentaba por todo lo humilde una gran simpatía, amaba a los niños, a las almas candorosas; detestaba lo petulante y lo estirado; tenía un gran cariño por los animales. Esas conversaciones de personas serias acerca de la política y los partidos, le exasperaban".
"Le repugnaban la prensa, la democracia y el socialismo. Creía que si un senador necesariamente no suele ser, siempre, un imbécil, en general a la mayoría le falta muy poco para serlo y entre hablar con un salvaje de la Tasmania o un diputado, hubiera preferido siempre lo primero, encontrándolo mucho más instructivo y agradable".
"Paradox era casi cristiano. Por lo demás, el mismo trabajo le costaba creer que los hombres se transformaron de monos antropopitecos en hombres de la Lemuria, como opina Haeckel, que los habían fabricado con barro del Nilo".
"Un Dios, en su sano juicio, preocupado de construir la Tierra con sus montecillos y sus arbolillos y sus bichillos y el Sol para iluminarla y la Luna para ser cantada por los poetas, le parecía un poco cándido; pero que una Humanidad tan imbécil, que teniendo una creencia admirable como la de un Dios que se hace niño, la destruya y la aniquile para substituirla por estúpidas leyendas halagadoras de la canalla, le parecía idiota, mezquina y repugnante".
"Y a él le molestaba esto: las grandes capacidades orgullosas y, más aún, la vanidad de la masa imbécil, hoy dominadora, que tantas cosas destruye por el desdén, por el abandono, por el desprecio".
Y así podría recoger citas y citas coincidentes con lo que expreso, que vienen a cuento con motivo de la pretendida "procesión atea", en realidad maniobra de ofensa a la religión católica e insulto gratuito a los cristianos.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 18 de abril de 2011
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