Procedente de uno de mis contertulios, a través de Internet, he recibido una carta que doña María Eugenia Yagüe Martínez del Campo, hija del general Yagüe, le remite a la ministro de Defensa. Tras su lectura, que recomiendo a quienes han leído mis artículos en Batiburrillo y a cuyo fin se adjunta al pie el documento (en el bien entendido de que ha sido la propia autora de la carta quien ha difundido su contenido), no he podido por menos que anotar la reflexión siguiente:
La Guerra Civil 1936-1939, que muchos (entre los que me cuento) la consideraron una guerra de liberación, representaba para la mayoría de los españoles, a la muerte del general Franco en 1975, algo así como lo que las guerras carlistas supusieron para mí en su momento. Le oí a mi abuela relatos sobre ellas, pero me sonaban a tiempo de los godos o poco menos.
Después del fallecimiento del anterior jefe del Estado se inició un período conocido como Transición que, como escribe en su carta doña María Eugenia, constituyó un "Pacto entre caballeros", donde unos y otros, mediante una actitud que les honraba, acordaron enterrar agravios y rencores con el fin de empezar una época democrática que el pueblo español quería y se merecía.
Realmente esa Transición, es decir, el "Olvido de rencores", tenía sus antecedentes. Como consecuencia de las acciones de un gobierno responsable, durante el régimen anterior estábamos hermanados en un continuo incremento de la prosperidad. Para nada nos interesaba la política y apenas hablábamos de ella, por la misma razón que no solemos hablar del estómago hasta que nos duele. Nuestras charlas y discusiones trataban de fútbol o de turismo, por ejemplo, pues nuestro bienestar nos permitía hacerlo y veranear, algo desconocido por la masa del pueblo español. Simplemente, durante las últimas décadas del franquismo tuvimos unas cotas de poderío económico jamás alcanzadas que nos llevaron a situarnos como la séptima potencia mundial. Hoy estamos en el puesto 12 y bajando.
Como muestra de que el olvido del odio era anterior a la muerte del general Franco, a quien algunos preferimos aludir como el Generalísimo, relato una experiencia por mí vivida que, documentalmente, supongo se podrá comprobar en los archivos del Servicio Geográfico del Ejército.
Allá por el año 1965, siendo yo comandante y jefe de la Sección de Trabajos Especiales de dicho Servicio, un día recibí un escrito procedente de la Jefatura por el que se disponía que diera orden para llevar a cabo la destrucción de una edición completa de la "Causa General", obra editada por el Ministerio de Justicia, que contaba con unas 270 páginas de texto y numerosas fotografías, en su mayor parte espeluznantes. Los libros estaban almacenados en los sótanos del edifico de nuestra Jefatura, un palacete propiedad del marqués de Molins, sito en la calle de Prim, 21 y alquilado por el Ministerio.
En el escrito que recibí figuraba la justificación de la orden: "En el deseo de dar al olvido una periodo lamentable de la Historia de España, al recibo de este escrito procederá V. a disponer la destrucción de la edición etc.". Cito de memoria. Creo que era la 4ª o la 5ª edición, estaba completa y constaba de 2.000 ejemplares.
En ese texto, se resumen las atrocidades cometidas por el Gobierno rojo, llevadas a cabo en su inmensa mayoría por autoridades legitimas de dicho Gobierno, incluso ministros, y no por milicianos "incontrolados" como ahora se pretende hacer creer. La mayor parte de las fotografías habían sido obtenidas por la autoridades judiciales que siguieron actuando en la zona que quedó bajo el dominio del gobierno de Madrid, el de la II República. Llevé a cabo la orden recibida y "aquí paz y allá gloria". Nunca mejor dicho.
Ahora bien, no quiero evitar un detalle significativo que paso a relatar: Yo había establecido amistad con un practicante de mi barrio, a sabiendas de que militó en las juventudes socialistas (tenía dos años más que yo). Él, a su vez, conocía que yo había pertenecido a la Primera Línea de Falange Española. Jamás hablábamos de ello y procurábamos servirnos uno al otro en cuanto en nuestra mano estaba, con cordialidad y entusiasmo. Extremábamos nuestra cortesía en el trato.
No hay duda de que la Transición, como escribe doña María Eugenia, se estableció con un digno y constructivo propósito. Pero la realidad fue otra. No habían transcurridos dos años de ello, cuando advertí en don Carlos, así se llamaba mi amigo el practicante, un cambio notorio en su comportamiento. Evitaba la relación conmigo y había desaparecido en él lo que antes he definido como un afán mutuo por sernos útiles. Hice cuanto pude por llevar a su mente que yo seguía siendo su amigo de siempre, pero pudieron más las consignas políticas de los nuevos tiempos y perdí su amistad. Hace bastante tiempo que falleció y mucho lo sentí.
Y luego..., luego llegó Zapatero. He pensado mucho en su conducta, caracterizada por una siembra de discordia entre los españoles, a extremos que el desastre que supuso el reinado de Fernando VII, considerado por la historia como atroz, ha quedado en leves discordias. Si profundizamos en lo que actualmente ocurre, da la impresión que España está hundida de forma irrecuperable y que, en breve plazo, nuestra patria dejará de existir.
No encuentro otra justificación para semejante catástrofe que pensar, apoyado por los hechos, que Zapatero es un hombre de escasa inteligencia, mediocre preparación y, desde luego, nula capacidad para ejercer el cargo de presidente del Gobierno de una nación como es España. Pero no por ello deja de ser ambicioso. Como tema para justificar su ejercicio partidista de la política, definido por un guerracivilismo trasnochado y amparado en el rencor, no ha tenido mejor argumento que hablarnos de su pobre abuelito, fusilado por los franquistas. ¡Como si no fueran miles los abuelitos fusilados por uno y otro bando!
Que tiene falta de preparación, es perceptible. Buena muestra de ello es su soledad en las tertulias que se forman al finalizar las convocatorias internacionales, cuando se dedica a hojear cartapacios para disimular su completa incapacidad de tomar parte en ellas.
Sus discursos, que se basan en latiguillos, generalmente ridículos y aplebeyados, buscan el aplauso de la masa convencida y adicta, y son fáciles de obtener, sobre todo si ésta no posee una cultura adecuada. Sus cualidades oratorias son propias del charlatán de feria y no de un presidente de Gobierno. Si al menos hubiera tenido las cualidades de don Manuel Azaña, persona de la que no puede decirse que fuera un bien para España, pero al menos improvisaba discursos que captaban la atención de los oyentes. Y la mantenía durante el tiempo que hiciera falta con tal de lograr las artimañas y tejemanejes de los políticos. Creo que entre ellas estaba la llamada "obstrucción": un largo discurso, generalmente improvisado sobre la marcha que duraba horas y horas, cuantas fuesen precisas para que se cumpliera un plazo previamente fijado, sin haber tenido la Cámara oportunidad para decidir.
Y otros muchos detalles que no favorecen en nada la lamentable gestión del actual presidente. Como dice el adagio francés, "Nada hay más concluyente que un hecho". Y el señor Zapatero no tiene ni uno solo positivo; nada que pueda suponer un bien para España, que somos el conjunto de los españoles, nunca la España parcial que sus ideas representan.
Zapatero tiene a su favor la buena presencia. La primera vez que le vi en televisión me causó una impresión agradable. Me evocó a don Joaquín Leguina, cuyas ideas no comparto en absoluto, pero que, de haber tenido oportunidad de aplicarlas al nivel de Zapatero, otro hubiera sido el resultado. Creo que por malas, por erróneas que sean unas teorías, sus resultados no son sistemáticamente los mismos. En gran parte, serán función del encargado de llevarlas a cabo. Y ahí, el señor Zapatero ha demostrado ser insuperable en el terreno de lo perjudicial.
Autor: Rogelio Latorre
Publicado el 7 de mayo de 2011
Carta de doña María Eugenia Yagüe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.