jueves, 15 de noviembre de 2018

Recuerdos, ya superados, de un hincha sufridor


Confieso que un niño tan introvertido, retraído y absorto en sus comics como lo era yo no sintió el menor interés por el fútbol hasta los once años bien cumplidos. La celebración del Mundial de 1982 en España, todo un acontecimiento histórico, y como tal omnipresente en las televisiones de nuestros hogares hasta su clausura, me hizo ver que ese deporte capaz de movilizar a las masas era mucho más que aquella famosa definición de Alfonso Guerra, y que ciertamente yo por aquel entonces corroboraba: Veintidós tipos en pantalón corto corriendo alrededor de una pelota. 


Realmente, mi afición por el fútbol me la despertó una Selección Española llamada a realizar un gran papel al jugar en casa, contar con el aliento del público y, cómo no, un equipo de futbolistas de calidad capitaneado por el considerado por muchos como uno de los mejores porteros del planeta. Pero el chasco fue monumental: Los Gordillo, Juanito, Zamora, Satrústegui, López Ufarte, salían al campo como verdaderos flanes y no daban una a derechas... Hasta los rechaces de Arconada iban a parar casi irremisiblemente a los pies de los delanteros contrarios. Incluso los arbitrajes, favorables por primera y quizá única vez en la historia, se mostraron inútiles. El resultado no podía ser otro: Después de empatar con la débil Honduras y caer derrotados sorprendentemente ante Irlanda del Norte, la Alemania de Schumacher, Littbarski y Rummenigge acabaría eliminándonos mucho más pronto de lo que esperábamos. Fue mi primera gran decepción como hincha del que desde entonces ha sido mi primer y auténtico equipo: La Selección de España, la que por todo el mundo representa y lleva el nombre de mi país, de mi nación.

Tendríamos oportunidad de resarcirnos poco después en la Eurocopa de 1984 en Francia, a la que accedimos, recordémoslo, gracias a aquel heroico 12-1 a Malta en el Benito Villamarín. Una Selección dirigida por el castizo Miguel Muñoz, y que se distinguía más por la fuerza y el coraje de los Camacho, Maceda, Goicoechea, Víctor, Señor, Rincón o Santillana (verdaderos exponentes de 'la Furia') que por el buen fútbol, llegaba sorpresivamente a la final del campeonato; precisamente veinte años después de aquella legendaria victoria en Madrid ante la URSS de Yashin, que significaba nuestra primera y por entonces única Eurocopa. Sin embargo, los anfitriones lograrían derrotarnos en un funesto partido marcado por un fallo garrafal de Arconada, el mismo gran portero que, merced a sus colosales intervenciones contra Alemania y Dinamarca, nos había conducido a la final. Desde luego, un subcampeonato de Europa tras el fiasco mundialista bien pudo considerarse todo un éxito, aunque desde entonces parecía empezar a acompañarnos la desgracia, e incluso la tragedia, en los momentos más decisivos.

Así, por ejemplo, en el Mundial de México'86 nos quedamos con la sensación de que nuestra Selección podía haber aspirado a todo; ya que, además de mantener el vigor y el pundonor de dos años antes, había incorporado talento y calidad técnica, especialmente de futbolistas procedentes de la entonces incipiente 'Quinta del Buitre'. Supo sobreponerse a la injusta derrota ante Brasil (en la que el árbitro australiano Bambridge nos birló un golazo de Míchel) y ganar después a Irlanda del Norte y a Argelia. En octavos, goleamos (5-1) a una Dinamarca, la de un joven Laudrup, que jugaba como los ángeles aunque su defensa dejaba que desear; fue una noche mágica e inolvidable en la que Butragueño, autor de cuatro goles, llegaría a ser aclamado como presidente del Gobierno. Pero, ay, llegaron los malditos cuartos de final, cuando una selección notoriamente inferior como la belga nos apeó en la tanda de penalties: Las tretas del experimentado cancerbero Jean-Marie Pfaff consiguieron poner nervioso a un imberbe Eloy, que erró su lanzamiento.

El fracaso de la Eurocopa de 1988, en la que la anfitriona Alemania (una vez más) eliminaría a España en la primera fase, supondría el fin de la 'era Muñoz'. Su sustituto, el mítico Luis Suárez, afrontaba con cierta ilusión un Mundial que se disputaba en un país que le trataba como un auténtico ídolo: Italia. Pero 1990 tampoco era nuestro año: Tras empatar con Uruguay y vencer a Corea del Sur (con tres magníficos goles de Míchel) y Bélgica, una Yugoslavia que se dedicó a verlas venir, y a la que le bastó con dos destellos de calidad de Stojkovic, nos mandó a casa. Duro golpe que costó encajar, ya que ni tan siquiera lograríamos clasificarnos para la Eurocopa que se celebraría en nuestro año olímpico. Eso sí, al menos nos llenó de alegría aquella Selección que, dirigida por el interino Vicente Miera, lograría de la mano de los Toni, Ferrer, Abelardo, Guardiola, Amavisca, Kiko, Alfonso y demás, un merecidísimo y meritorio oro en Barcelona, en el imborrable marco de un Camp Nou repleto de banderas españolas.

El polémico Javier Clemente se encargaría de dejar muy pronto su impronta como nuevo seleccionador español. Así, además de basar el estilo de juego en la solidez defensiva y un fútbol directo, al modo británico, el de Baracaldo no confiaba ya en una 'Quinta del Buitre' que empezaba a vivir su particular decadencia. Ciertamente, el envite del vasco consiguió superar récords de imbatibilidad, aunque los resultados de las fases finales fueron más bien magros. En el Mundial de 1994 en Estados Unidos, dentro de un equipo en el que destacaba la actuación estelar de Caminero, después de empatar con Corea del Sur y Alemania y ganar a Bolivia, vencimos en octavos con claridad a Suiza (3-0); pero en los fatídicos cuartos Italia, sin merecerlo en absoluto, nos eliminaría. Dos imágenes se nos quedarían grabadas de tan aciago partido: Julio Salinas, que ostentaba el mérito de haber marcado en todos los Mundiales que había jugado, falló empero un gol cantado ante el portero Pagliuca; y, sobre todo, el violento codazo en el área italiana de Tassotti a Luis Enrique, cuya nariz rota y ensangrentada, la viva representación de la tragedia que nos perseguía, ni tan siquiera persuadió al árbitro húngaro Puhl, que se hizo el sueco. 

En la Eurocopa de 1996, disputada en Inglaterra, nos quedamos de nuevo en los cuartos de final: Nos cruzamos con los anfitriones, con los que sólo pudimos empatar a cero tras disfrutar de claras oportunidades de gol. Sin embargo, nos derrotarían en la tanda de penalties tras sendos errores de Hierro y Nadal. Dos años después, en el Mundial de Francia, pese al debut de quien sigue siendo el máximo goleador de la historia de nuestra Selección, el carismático Raúl, protagonizaríamos un fracaso sin paliativos: El desastre ante Nigeria, en un desgraciado encuentro señalado por el inconcebible gol en propia puerta del buen portero Zubizarreta, todavía poseedor del récord de internacionalidades, hizo estériles el empate ante Paraguay y la goleada por 6-1 a Bulgaria. Nos vimos obligados a volver a España ya en la primera fase. La larga y controvertida 'era Clemente', que se resistía aún así a dejar el cargo, tocaría definitivamente a su fin después de una humillante derrota en Chipre.

Tomaría el relevo el pasional José Antonio Camacho, cuyo concepto del fútbol era muy distinto al de su antecesor. El murciano apostaría desde el principio por un juego decididamente ofensivo, y sus comienzos fueron realmente apabullantes: El 9-0 propinado en la fase de clasificación a Austria en Valencia, con cuatro goles de Raúl, quedará en los anales del fútbol español. Sin embargo, a la hora de la verdad volveríamos a las andadas: En la Eurocopa de 2000, tras una épica y agónica victoria ante Yugoslavia por 4-3 (inolvidable aquella volea espectacular de Alfonso en el tiempo añadido), volveríamos a caer eliminados en cuartos de final. Esta vez a manos de la Francia de Zidane, no sin poner de nuestra parte una vez más el consiguiente tinte dramático: En los últimos minutos y con el marcador 2-1 en contra, Raúl fallaría un penalty al lanzar el balón a las nubes. De nuevo echaríamos por la borda una oportunidad histórica.

Pero nuestra salida del Mundial de Corea y Japón, al que España comparecía esta vez como una de las favoritas, fue todavía más sangrante: Tras superar con facilidad y cierta brillantez la primera fase merced a sendas victorias contra Eslovenia, Paraguay y Sudáfrica, se consiguió superar a la muy rocosa Irlanda... por penalties, en los que emergió por primera vez la figura de 'San Íker' Casillas. Sin embargo, no repetimos suerte en el temido cruce de cuartos de final, de nuevo frente a los anfitriones (en este caso, los coreanos), cuando el escandalosamente parcial arbitraje del nefasto Al Gandhour y sus ineptos linieres, que nos anularon dos impolutos goles (de Baraja y de Morientes) y una jugada clara de gol, nos condenó a disputarnos el pase en la lotería de los penalties. El joven y excelente extremo Joaquín, que por lo demás jugó un gran partido, tuvo la desdicha de errar su tiro. Camacho, asqueado por un sistema, el de la FIFA, que impone unos intereses creados hasta el punto de adulterar la competición, dimitió.

Le sustituyó un hombre de la casa, el bueno de Iñaki Sáez, que lo había ganado prácticamente todo al frente de la categoría sub-21. Sin embargo, su periodo al frente de la Selección absoluta acabó siendo un breve interregno de dos años hasta la llegada de Luis Aragonés. Aún así, tuvo tiempo de clasificar a España, no sin apuros, para la Eurocopa de Portugal de 2004, donde caímos en la primera fase, de nuevo ante los anfitriones. El Sabio de Hortaleza pasaría a tomar las riendas de un grupo de jugadores de extraordinaria calidad técnica y física, aunque todavía inexpertos. Bisoñez que pagarían en el Mundial de Alemania de 2006, donde, tras maravillar ante Ucrania (4-0), vencer con ciertas dificultades a Túnez y cubrir el expediente contra Arabia Saudí, perderían en octavos frente a la veterana Francia de los Vieira, Zidane, Ribéry y Henry por 1-3 tras adelantarse en el marcador. Y es que del encuentro, en el que España salió al terreno de juego nada menos que con tres delanteros natos como Villa, Fernando Torres y Raúl, y con tan solo Xabi Alonso ejerciendo de 'stopper' en el centro del campo, había que extraer una clara lección: En este tipo de partidos, además de ser ambiciosos en ataque, también hay que saber guardar la viña.


La fase de clasificación que llevaría a una extraordinaria generación de futbolistas a su primer gran triunfo, el de la Eurocopa de 2008 disputada en Austria y Suiza, no fue precisamente un camino de rosas. Las derrotas en Irlanda del Norte y Suecia pondrían en la cuerda floja a Luis Aragonés, ya de por sí muy discutido tras la eliminación en el pasado Mundial y, más recientemente, por dejar de convocar después del partido de Belfast a la estrella madridista Raúl, con quien ya se enfrentó en Alemania. La relación con los medios de comunicación llegó a enrarecerse, pero las propias adversidades hicieron fuerte al grupo construido en torno a Luis. De tal forma que, tras obtener el pasaporte para la fase final, la Selección se soltó y dio lo mejor de sí. Además, consiguió desprenderse de la maldición de los cuartos de final al derrotar ¡en la tanda de penalties! nada menos que a la sempiterna Italia, con 'San Íker' ejerciendo de nuevo de salvador: La 'vendetta' por la infamia de USA'94 estaba servida. Después vendría la exhibición en semifinales ante Rusia (3-0), y en la final lograríamos vencer con absoluta solvencia a un potentísimo rival que tantas veces se había cruzado en nuestro camino, casi siempre para mal: Alemania. El gol del 'Niño' Torres, toda una demostración de habilidad y velocidad, sería la gloriosa culminación del trabajo de una España que había maravillado con su juego de toque y preciso. Los Casillas, Sergio Ramos, Puyol, Xabi Alonso, Xavi (el jugador más destacado del torneo), Iniesta, Cesc, Villa o Torres por fin se habían demostrado a sí mismos lo que son capaces de hacer... también en la Selección.

El ex-seleccionador Camacho no se cansaba de repetir que lo que le faltaba a España para alcanzar el nivel de Brasil, Alemania, Italia o Argentina era dominar 'el otro fútbol'. Es decir, actuar con más oficio, ser más competitivos en los partidos cruciales. Y, por qué no, tener esa pizca de suerte que suele acompañar a los campeones. Pues bien, en el último Mundial de Sudáfrica nuestros jugadores han demostrado que, en efecto, han adquirido ese saber estar, esa capacidad especial que se les exige a los que llegan a lo más alto. Esta vez no hemos tenido que lamentar ningún inoportuno fallo del portero en el peor momento, sino, bien al contrario, las intervenciones de Casillas han sido providenciales y decisivas; nuestra defensa, segura y firme, no se ha descompuesto nunca; nuestro centro del campo ha sabido siempre controlar el 'tempo' de los partidos, y ha tenido claro desde el principio que para dominar el balón, muchas veces hay que recuperarlo antes; y en la delantera hemos tenido a un auténtico valladar, el 'Guaje' Villa, cuyo olfato de gol nos ha sacado de más de un apuro.

Vicente del Bosque, el hombre tranquilo, ha heredado las virtudes del fenomenal equipo formado por Luis, pero sin renunciar a su filosofía del fútbol. Así, del 4-1-4-1 hemos pasado al 4-2-3-1, con Busquets (que ha mantenido la magnífica labor de contención que realizara Senna en la Eurocopa) y Xabi Alonso en el doble pivote. Lo cual no quiere decir que se haya desarrollado un juego más defensivo, sino que se le ha dotado de más equilibrio al centro del campo. En cualquier caso, la inesperada y accidental derrota ante Suiza convertiría la gestión de un legado extraordinario en especialmente difícil, sobre todo tras unas desafortunadas declaraciones de su predecesor, como tal la persona menos adecuada para criticar en público al seleccionador. Pero Del Bosque no entró al trapo, calmó al vestuario y transmitió serenidad a la prensa; quién sabe lo que hubiera pasado en esa situación con un entrenador de carácter distinto. Así pues, la templanza y la ecuanimidad con la que ha procedido siempre don Vicente, incluso en los momentos más complicados, ha sido de gran ayuda para la consecución del campeonato del mundo.

Nada menos que seis jugadores españoles forman parte del equipo ideal de la FIFA: Casillas en la portería; Sergio Ramos y Puyol en la defensa; Xavi e Iniesta en la media; y Villa en la delantera. Quizá deberían haber entrado más integrantes de nuestra Selección, como Piqué y Busquets. Pero si alguien simboliza como nadie el estilo español, depurado y técnico aunque no exento de lucha y sacrificio, ese es Andrés Iniesta. Él y no otro se merecía haber marcado el gol de la victoria en la final ante una Holanda inesperada y lamentablemente marrullera. Y también es el que más méritos ha adquirido para conseguir el Balón de Oro. Porque, con todos los respetos, se trata de un futbolista que se encuentra al menos al mismo nivel que un Messi o un Cristiano Ronaldo, aunque haya nacido en un pequeño pueblo albaceteño llamado Fuentealbilla.

Finalmente, en Sudáfrica se ha hecho justicia con el fútbol español. Desde luego, ya nos tocaba a todas las generaciones de hinchas sufridores de la Selección llevarnos una alegría tan inmensa. De ahí la explosión de júbilo que hemos vivido y del que hemos participado estos días en las calles de toda España, incluidos supuestos predios nacionalistas. Y es que, pese a los denodados esfuerzos de los disgregadores de turno, y muy a pesar de tener un presidente del Gobierno que considera a nuestra nación 'discutida y discutible' (no es de extrañar que le cueste tanto emitir un 'viva España', aunque no ha tardado en apropiarse políticamente del éxito), España todavía existe. Al menos, el sentimiento y el orgullo de ser español continúa más vivo que nunca. Aunque quizá hayamos tenido que esperar a que nuestra Selección de fútbol gane por fin un Mundial para darnos cuenta. Algo, en tal caso, que también hemos de agradecerles. 

Autor: Pedro Moya
Publicado el 15 de julio de 2010

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