martes, 13 de noviembre de 2018

Memoria Histórica o el odio como factor político


Como residuo de la exitosa propaganda marxista, se han convertido en dogma de fe la crueldad, el sadismo y el ánimo exterminador de Franco durante la Guerra Civil y la posterior dictadura; dogma asumido como verdad indiscutible por la izquierda y buena parte de la derecha. No se niegan ciertos crímenes por parte de los frente populistas, pero en menor número y no exentos de ciertos atenuantes que los hacen comprensibles e incluso justificables. Este es, de forma muy escueta, el punto de partida de la Ley de Memoria Histórica.

Según esta versión propagandística, defendida y patrocinada por autores como Santos Juliá o Paul Preston, el terror ejercido por ambos bandos presentaría características bien distintas. Así, las características del terror franquista serían:


-Fue impuesto desde el poder y era inherente a la propia indiosincrasia de los rebeldes.
-Tendría carácter genocida y buscaría el exterminio sistemático de obreros, demócratas y cualquier oponente político.
-Su fin último sería mantener al "pueblo" sojuzgado y anestesiado para mantener los privilegios de la oligarquía dominante.

En claro contraste, las características del terror republicano serían otras bien distintas:

-Habría sido impuesto por el "pueblo" de forma espontánea como mecanismo de defensa y respuesta ante la brutal agresión fascista y serviría para defender una sociedad más libre y justa.
-Hubo frecuentes llamamientos desde el poder para ponerle freno.
-El número de víctimas habría sido muy inferior a las causadas por el terror del bando contrario.

Examinemos ahora, a la luz de los datos perfectamente conocidos (y perfectamente ocultados a conveniencia), la veracidad de las anteriores premisas.

Indudablemente, el terror fue iniciado antes de la guerra. La II República se caracterizó desde prácticamente sus inicios por una enorme violencia de signo político. Ya en mayo de 1931 ardieron iglesias y conventos. Los atentados y asesinatos, iniciados por la izquierda, la censura, los ataques a sedes de partidos políticos de derechas fueron moneda común.


La fracasada intentona revolucionaria izquierdista de octubre de 1934 fue premonitoria de la posterior actuación durante la Guerra Civil: asesinatos, destrucciones, incendios, saqueos... Tras las elecciones de febrero de 1936 la violencia, reiteradamente denunciada por diputados de derechas, subió nuevamente de intensidad. Las proclamas de los periódicos izquierdistas incitando a la violencia eran realmente terroríficas, conjugadas con toda suerte de desmanes en las calles. Azaña sentenció en el parlamento "¿No queríais violencia? Pues tomad violencia". El presidente Casares Quiroga se declaró beligerante contra buena parte de la nación y señaló con notable imprudencia a Calvo Sotelo como responsable de lo que pudiese ocurrir, como ya había hecho el diputado Mariano Ansó al declararlo "el enemigo más caracterizado del régimen". El propio Calvo y Gil Robles fueron amenazados de muerte por diputados izquierdistas: José Díaz, Dolores Ibárruri, Ángel Galarza...

Una vez estallada la guerra, la represión izquierdista no puede atribuirse al "pueblo", ente abstracto que sirve para justificar cualquier fechoría, sino a los partidos y sindicatos de izquierdas, armados por Giral y Azaña. Como instrumento de asesinato, tortura y sistemático saqueo se concibieron las siniestras checas, controladas por partidos, organizaciones sindicales y organismos oficiales como el Ministerio de Gobernación o la Dirección General de Seguridad. Destacados dirigentes como Galarza, Manuel Muñoz, Santiago Carrillo o Margarita Nelken fueron destacados "animadores" del terror.

Con respecto al número de represaliados por cada bando, las cifras varían. Desde una perspectiva izquierdista se han ofrecido cifras de hasta un millón de asesinados por los franquistas, pasando por los 400.000 de Gabriel Jackson o los 150.000 (con 50.000 asesinados por los frente populistas) de Santos Juliá. El inimitable Preston, con su habitual desenfado, cifra los represaliados por los franquistas en 200.000 sólo en la posguerra. Teniendo en cuenta que el número de muertos totales en la contienda fue de aproximadamente un cuarto de millón, la falsedad de tales cifras salta a la vista y sólo se pueden inscribir en el terreno de la propaganda. Los métodos usados para cuantificar las víctimas no se pueden calificar de científicos: se mezclan asesinados con muertos en combate, se multiplican los nombres, se basan en rumores y leyendas...

Más serios y ecuánimes son otros estudios. La Causa General cifra el número mínimo de asesinados por los izquierdistas en 85.940. Salas Larrazábal cuantifica los asesinatos en aproximadamente 72.000 por parte izquierdista y 58.000 por los franquistas, incluyendo los muertos tras la guerra. Martín Rubio cifra el número de represaliados en 60.000 muertos causados por las izquierdas y 80.000 por el bando vencedor, incluyendo 23.000 fusilados en la posguerra. Estos estudiosos utilizan una metodología más rigurosa que los anteriores: análisis demográficos, estudios de población, inscripciones en registros civiles...


La represión tras el fin de la contienda fue encauzada a través de tribunales. De las aproximadamente 50.000 condenas a muerte fueron conmutadas más de la mitad. Pronto hubo reducciones de penas y la mayoría de condenados a cadena perpetua quedaron en libertad en pocos años. Estos datos no concuerdan muy bien con la supuesta voluntad exterminadora y la irrefrenable ansia de sangre de los vencedores una vez acabada la guerra.

En virtud de lo anteriormente expuesto creo que con respecto a la represión se puede concluir lo siguiente:

-En los dos bandos hubo una feroz represión, a todas luces injustificable a pesar de la situación de guerra. En acertadas palabras de don Ramón Salas Larrazábal: "Todos tenemos mucho de qué avergonzarnos y muy poco que reprocharnos".

-En caso de que hubiese algún "terror de respuesta" el del bando franquista encajaría mejor en esa "definición", ya que las derechas fueron sometidas a un brutal y mortal acoso por parte de las izquierdas durante buena parte de la vigencia de la II República y especialmente en octubre del 34 y desde febrero del 36.

-En ambos bandos hubo llamamientos para poner fin a la matanza.

-Al cuantificar el número de represaliados debe tenerse en cuenta que los vencedores pudieron actuar en la totalidad del territorio y durante más tiempo.

-Hubo una importante represión entre distintos partidos izquierdistas y en el seno del ejército rojo. No sucedió nada similar en el bando contrario.

Queda claro, pues, que la barbarie y la crueldad no fueron patrimonio exclusivo de un sólo bando. ¿Cual es, en consecuencia, el propósito de la ley de la Memoria Histórica? Decididamente manipular la historia, obviar la ley de amnistía de 1977, promover el revanchismo, glorificar sin tasa a media nación olvidándose de la otra mitad, divinizar los intentos del maquis de reactivar la guerra civil y, a la postre, fomentar "que no se olvide el franquismo" sin reparar en las causas que hicieron posible la aparición del mismo. Pues el propósito es introducir el odio como factor político, cuantificable en réditos electorales.

Los promotores de la memoria histórica se presentan como actuales representantes de un régimen republicano maravilloso y bucólico, paradigma de la democracia y el progreso, del que sería descendiente directa nuestra actual democracia. Por contraposición, los franquistas serían los responsables de haber malogrado tan idílico régimen y la encarnación de todas las maldades y vilezas. La actual derecha, representada mayormente por el PP, sería la heredera natural del franquismo y carecería por tanto de cualquier legitimidad al estar manchada por un pecado original imborrable e imposible de purificar. 

Para difundir ese irreal panorama, los defensores de tan peculiar memoria no dudan en patrocinar, por supuesto con fondos públicos, campañas propagandísticas, panfletos incendiarios, exposiciones, actos reivindicativos encabezados por el inevitable sindicato de la ceja... que cargan el ambiente con una fuerte dosis de emocionalidad, revanchismo y deseo de intentar reescribir la historia al gusto del consumidor, lo que no presagia nada bueno.

Autor: Rafael Guerra
Publicado el 29 de junio de 2010

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