jueves, 22 de noviembre de 2018

Mayor Oreja: ‘Zapatero sólo cree en la dictadura del relativismo’

Jaime Mayor Oreja.

Hace ya algún tiempo que vengo destacando la envidiable visión de Estado de uno de nuestros grandes políticos, Jaime Mayor Oreja, quien de haber contado con algo más de carisma podía haber sido el sucesor de Aznar en lugar del ‘blandiblú’ Rajoy, el cual tampoco es, precisamente, el paradigma de dirigente con una gran aureola que deslumbra a las masas. Es decir, entre dos señores de lo más soso, sin duda es preferible escoger al que tiene las ideas claras y sabe exponerlas aunque sea sin entusiasmo alguno, caso de Mayor Oreja, en lugar de decantarse por alguien que prefiere no hacer nada para que la economía, en la que cifra casi toda su política y su esperanza de alcanzar el poder, mande a Zapatero al paro. Lo que no va a ser fácil dada la afición del pirómano monclovita a sacarse de la manga ‘supermisiles’ de última hora, como se dijo en vísperas de esas elecciones de 2004 que vinieron precedidas del 11-M.

Sea como sea nuestro cada vez más desconcertante futuro, las ideas de Mayor Oreja son siempre muy interesantes y resumen a la perfección lo que ha venido ocurriendo en España. Unas ideas que el estadista Mayor Oreja expuso recientemente en Sevilla y que hoy, sin que haya podido resistirme, he querido traer a este blog. El discurso de Oreja es bastante largo, si bien ninguno de sus párrafos está de más. Lean, lean:

"Debo comenzar por confesarles que, cuando venía hoy hacia Sevilla, sentía una cierta melancolía. En el año 2005, tuve ya ocasión de pronunciar una conferencia en este mismo foro de El Mundo. Y recordando mis palabras de entonces, hace ya de ello cinco años, me daba cuenta de que ya en aquella fecha expuse en este mismo escenario un diagnóstico, unos temores, unos peligros y unas circunstancias que, desgraciadamente, tienen mucha similitud con las reflexiones que hoy voy a compartir con ustedes. Dado que han pasado cinco años desde entonces, es inevitable tener la sensación de que a veces uno puede sentirse que clama en el desierto. Pero no les quepa duda de que esa sensación no va nunca a cambiar ni un milímetro mi diagnóstico y mi visión de la realidad.

A la hora de realizar un diagnóstico de la situación política en España a fecha de hoy, es preciso hacer un esfuerzo para comprender lo que ha supuesto, desde su llegada al Gobierno y a lo largo de estos años, la esencia, la naturaleza y los objetivos del proyecto político de Rodríguez Zapatero, así como del significado profundo del proyecto de ETA; dos actores protagonistas en el actual escenario político.

Un proyecto político, el de Rodríguez Zapatero que se ha ejecutado implacablemente y que no responde, como a veces consideran equivocadamente algunos analistas, ni a la improvisación, ni a los bandazos exigidos por los problemas del corto plazo.

Un hecho, una realidad incontestable, es a lo que han conducido sus políticas: a unos resultados que, en líneas generales, responde a lo que cualquiera entendemos como una "chapuza" nacional.

Pero, no nos equivoquemos, más allá de los resultados, el proyecto político de Rodríguez Zapatero, es una realidad y responde a una inflexible toma de posición ideológica por su parte y a un planteamiento común a toda la izquierda europea, basado en un profundo relativismo político y moral.

Desde el mismo momento de su llegada al Gobierno, Zapatero dejó bien claro que no creía en España, que para él la Nación era un ’concepto discutido y discutible’. Y, del mismo modo, dejó igualmente bien claro que a su proyecto político no le valía el modelo político y social al que había dado cuerpo la Constitución de 1978 y que había ido conformándose a partir de la Transición y durante los Gobiernos que le habían precedido.

Por ello, Rodríguez Zapatero convirtió en objetivo de su Presidencia el llevar a cabo una Segunda Transición que buscaba no ya dar un nuevo impulso a los principios que inspiraron la Transición del 78 sino, precisamente, la renuncia a dichos principios para diseñar un nuevo modelo político, social, institucional y territorial para España.

Y, como parte de ese objetivo, desde un primer momento, Zapatero aplicó una peligrosa fórmula política: la permanente concesión a las insaciables demandas nacionalistas. En primer lugar, porque a través de esas constantes concesiones, de convertir su política en un continuo mercadeo con los nacionalistas, considera que está avanzando hacia ese modelo territorial en el que cada vez pierde más peso ese concepto que le incomoda, el concepto de Nación. Y, en segundo lugar, porque con esa política busca, simplemente, asegurarse su propio poder, su propia permanencia. 

Y, como parte de esa misma estrategia política, ha desarrollado también desde el primer momento una serie de políticas concretas basadas en la defensa de nuevos y falsos derechos, en la defensa de anti-valores, cuyo único objetivo ha sido vaciar de contenido los auténticos valores.

Como siempre digo en este punto, no afirmo con esto que Zapatero quiera destruir ni romper España. Pero, sin duda, forma parte de ese proyecto implacable la búsqueda de un debilitamiento de España como Nación en su búsqueda de un nuevo modelo político y social.

Este planteamiento ideológico responde a la realidad de lo que es Rodríguez Zapatero como político. Zapatero es, de una parte, heredero directo de una izquierda trasnochada, desorientada y fracasada. Y es, igualmente, un claro ejemplo de lo que es la actual izquierda en el conjunto de Europa. Una izquierda que perdió sus referencias ideológicas tras la caída del Muro de Berlín, que vio como sus viejos postulados marxistas y la defensa de la lucha de clases habían fracasado. Y que, ante ese fracaso, ante la pérdida de sus referencias, se redefinió, se transformó en una izquierda que dejó de creer en nada, que pasó a defender la ’nada’, entendiendo que no hay mayor libertad que no creer en nada. Así, esa nueva izquierda se convirtió en la principal promotora de la doctrina del relativismo, de la cultura del ’todo vale’, de la vacua exaltación de la libertad.

La izquierda europea ha sustituido así la ’dictadura del proletariado’ por la ’dictadura del relativismo’. Y, en el caso de España, el hecho diferencial respecto de los demás países europeos es que Zapatero ha convertido ese planteamiento en un proyecto de Gobierno relativista.

Porque el relativismo —político y moral— es la característica esencial del proyecto de Rodríguez Zapatero. Y, en su ejecución, ha plasmado esa concepción relativista en todos los ámbitos. 

Lo ha hecho en el ámbito territorial, con ese vacuo pragmatismo consistente en tratar de satisfacer todas las demandas del nacionalismo. Y la situación generada con el Estatuto de Cataluña es la máxima expresión de ese relativismo en lo territorial.

Lo ha hecho en lo moral, con unas políticas marcadas por el debilitamiento del concepto de persona y de la familia como institución, a partir de un laicismo radical, de lo que es buen ejemplo la nueva regulación del aborto.

Lo ha hecho en el plano económico, sumergiéndonos más que ningún otro país europeo en una crisis económica que no supo ni prever, ni admitir, ni ha sabido combatir.
Y, por supuesto, ha llevado también su relativismo al terreno de la lucha antiterrorista, como no podía ser de otra manera.

Y es importante entender esto. Es fundamental entender que problemas aparentemente tan diferentes entre sí —el modelo territorial, la regulación del aborto, la economía o la política antiterrorista— son en realidad caras diferentes de una misma moneda. Responden todos ellos a esa misma concepción relativista de Zapatero, una concepción que impregna por completo su búsqueda de un nuevo modelo político y social para España. Responden todos estos aspectos a esa búsqueda de una sociedad dócil, conformista y aletargada, formada más por votantes sumisos que por personas comprometidas, que busca el contagio y la extensión de esa cultura basada en el ’todo vale’ que tan útil es para los objetivos políticos de Rodríguez Zapatero.

Centrándome en la cuestión del terrorismo, no cabe duda que la llegada de Rodríguez Zapatero al Gobierno supuso un cambio radical en la lucha antiterrorista. Un cambio de escenario que llevó, entre otras cosas, a la ruptura del instrumento político más eficaz que jamás había existido en la lucha antiterrorista y que había llevado a ETA a su situación de mayor debilidad de toda su historia, como fue el Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo, firmado por PP y PSOE. 

Y, sobre todo, un cambio de escenario que condujo a la apertura de un proceso de negociación entre la banda terrorista y el Gobierno con unos márgenes de negociación que aún hoy no nos han sido explicados a los españoles. Y ese cambio nos introdujo en la dinámica de un proceso de resolución de conflictos, que comienza en la primera legislatura de Zapatero, que vive ahora su segunda fase y en el que se están respetando escrupulosamente las reglas, el manual de este tipo de procesos, a las que me referiré más adelante.

Es lógico que Zapatero pretenda buscar un supuesto fin de ETA mediante un proceso de resolución de conflictos. Encaja a la perfección con la naturaleza del proyecto político de Zapatero que acabo de exponerles. Forma parte de esa indiferencia ante el debilitamiento de España como Nación. Forma parte de esa actitud de debilidad constante ante los nacionalismos más intransigentes. Forma parte de su indiferencia ante la defensa y el mantenimiento de la estructura territorial de España y de los valores de libertad y solidaridad sobre los que la misma se asienta. Forma parte, en definitiva, de ese relativismo, de esa cultura del ’todo vale’, incluido el transgredir unos límites que siempre han sido respetados tanto por socialistas como populares en el terreno de la lucha antiterrorista.

El proyecto de resolución de conflictos, el mal llamado proceso de paz, en definitiva, la negociación con ETA, forma parte esencial del proyecto de Rodríguez Zapatero, en la búsqueda de una España irreconocible. No es una política más, es la culminación de su proyecto político.

No lo digo yo, el propio Rodríguez Zapatero, semanas antes del verano, señaló que de todas sus políticas, la más relevante, la mejor de todas ellas, habría sido iniciar el proceso de paz.

Pero, además, ese proceso de resolución de conflictos se adapta también al proyecto de ETA. Por ello, como decía al principio, los proyectos de Rodríguez Zapatero y de ETA pueden tener puntos de encuentro y, en todo caso, se adaptan y encajan en la fórmula de ese proceso de resolución de conflictos. Y, por ello, es necesario comprender ambos proyectos para poder entender el escenario en el que nos encontramos. Un escenario válido tanto para el proyecto de Zapatero como para el de ETA. 

Porque no nos engañemos: ETA también tiene su propio proyecto. Y también trata de ejecutarlo implacablemente. Y el proyecto de ETA pasa inexorablemente por un objetivo fundamental, como es fracturar España. 

Y es necesario entender que, en lo que a ETA respecta, el proceso que ahora vivimos no es nuevo, no comienza ahora, con una nueva tregua recién declarada por ETA. 
A raíz del asesinato de Miguel Ángel Blanco, en Julio 1997, la historia, la práctica política de ETA consiste en una sucesión de treguas... El proyecto de ETA ha avanzado con cada una de las treguas que sucesivamente ha generado. Treguas que nunca han sido inocuas. En cada una de ellas, ETA ha ido avanzando, ha dado siempre pasos en su proyecto de ruptura. En todas ellas, ETA ha arrastrado a las formaciones políticas con las que ha negociado, logrando modificar sus posiciones políticas. Por tanto, ETA siempre ha ganado con todas sus treguas, siempre le han sido rentables para su estrategia y objetivos.

El proyecto de ETA avanzó en su momento en el año 98, con el acuerdo PNV-EA-ETA, escenificado parcialmente en el Pacto de Estella.

Su objetivo fue excluir de la vida política del País Vasco a los partidos no nacionalistas. Su resultado más aparente fue aquel Plan de Ibarreche, que llegó a donde llegó.

Pero su resultado más eficaz, fue llevar la autodeterminación, al proyecto y al programa de gobierno del PNV.

Años más tarde, ETA dio un salto inédito hasta aquella fecha a Cataluña, por primera vez en su historia.

El País Vasco, la fuerza del conjunto de las opciones nacionalistas vascas, era insuficiente para el objetivo de la ruptura de España.

Volvió a negociar otra tregua, esta vez limitada a Cataluña y de esta forma con ERC de aliado, llegó el acuerdo de Perpiñán, que a su vez, a través del Pacto de Timell, buscaba la exclusión de la vida política, en este caso, del Partido Popular.

Otra tregua que no ha sido inocua, porque en Cataluña la asunción en sus programas de la autodeterminación, llegó a todas las formaciones políticas nacionalistas, que radicalizaron sus posiciones en este terreno y que han dado lugar a que el debate del derecho de la autodeterminación, de la independencia, se haya instalado de manera definitiva en la política catalana y que se haya multiplicado mediante la celebración de numerosos referéndums ilegales en muchos ayuntamientos catalanes.

A partir de ese momento, se impulsó un nuevo Estatuto de Cataluña, proceso que ha presidido en buena medida y seguirá marcando en el futuro la política de Cataluña.

ETA es plenamente consciente de esto. Ha visto cómo su irrupción en el escenario político catalán ha sido un éxito, ha supuesto un avance en su proyecto de ruptura, ha reforzado la reflexión interna sobre hasta dónde puede ahora mismo llegar por la vía política y no por la vía de la violencia.

Y en ese viaje de ida y vuelta, el proyecto de ETA escenificado en Estella y reiterado en Perpiñán, trata de regresar al País Vasco.

Y en ese viaje de ida y vuelta ETA, como siempre, no ha cambiado de proyecto, ha avanzado en su ejecución e incluso ha favorecido que el PNV perdiera el Gobierno vasco, porque simplemente, ya no le necesitaba gobernando el País, ya no necesitaban a su competidor más importante por el poder en el País Vasco para sus planes, que podía llevar a cabo directamente mediante un proceso de negociación directa con el Gobierno de España.

De este modo, tras Estella y Perpiñán, llegó la tercera tregua, aquella que negoció el Gobierno de España y ETA, con la llegada de Rodríguez Zapatero y la Presidencia del Gobierno.

Por todo ello, insisto, ETA, no solo es una organización terrorista, sino que es un proyecto de ruptura.

No solo es una organización centrada en el País Vasco, sino que necesita el debilitamiento y la fractura del conjunto de España.

No estamos por ello, solo necesitados de una política antiterrorista, sino que se precisa una política que fortalezca la Nación, España.

He hablado del proyecto de Rodríguez Zapatero, del proyecto de ETA y es evidente que un proyecto de negociación, un proyecto de resolución de conflictos, es la necesaria y lógica consecuencia de la confluencia de ambos.

Esta negociación, aquella que se denominaba proceso de paz, se interrumpió porque ETA quiso, porque ETA no alcanzaba sus objetivos.

Pero estos procesos entre un gobierno y una organización terrorista, cuando se inician, se blindan automáticamente. Se blindan frente a las detenciones de terroristas y se blindan frente a las acciones criminales que éstos puedan cometer. Así y en este sentido, cuando finaliza la primera parte, con el atentado de la T4 del aeropuerto de Barajas, lo que le sigue es, simplemente, el inicio de la segunda parte del proceso, con otra estrategia, otros métodos, otras fórmulas, pero con los mismos protagonistas, como sucede en las segundas partes de cualquier acontecimiento deportivo.

¿En qué consiste esta segunda parte de este proceso de resolución de conflictos?

Tanto el Gobierno como ETA, han buscado deliberadamente seguir en buena medida el modelo de proceso vivido en Gran Bretaña con el IRA, han buscado lo que se llama la "ulsterización del conflicto".

Y ese es el primer gran error, la primera gran mentira de los muchos que precisan este proyecto.

Seguir el modelo del IRA, es ya de por sí, una primera victoria de ETA, algo que la banda terrorista ha buscado siempre y que constituye la primera y dañina concesión que les hace desde un primer momento el señor Rodríguez Zapatero.

En el País Vasco no hay dos partes en conflicto, ni los grupos organizados se dividen en terroristas y paramilitares, como en Irlanda del Norte.

Lo que hay en el País Vasco son víctimas y terroristas, hombres y mujeres asesinadas y hombres y mujeres que matan.

¿En qué se diferencia esta segunda parte, respecto de aquella primera, tras la llegada al gobierno de Rodríguez Zapatero?

La primera diferencia es su escenificación.

Tras una primera parte, durante la pasada legislatura en la que ETA y el gobierno se sentaron en la misma mesa, ahora estamos en una segunda fase cuya escenificación ha cambiado por completo.

La primera fase acabó con un aparente fracaso y tuvo un coste político y de imagen demasiado alto para el gobierno, aunque no perdiera las elecciones.

Por ello, en esta segunda parte del proceso, la escenificación está siendo necesariamente diferente.

Ahora, aparentemente, el gobierno no negocia con ETA. No se sienta en una mesa con los etarras.

Es necesario un trabajo previo, un esfuerzo previo en el que se trabaje permanentemente.
Esta segunda parte exige más tiempo y más sofisticación.

De lo que se trata, como una premisa esencial, es de insistir, día tras día, minuto tras minuto, en la ficción de que ETA y la izquierda abertzale son dos realidades diferentes.

Y esta tarea es esencial porque antes que después habrá que pactar y llegar a acuerdos públicos con una izquierda abertzale, bien sea directamente, bien sea a través de pactos y acuerdos en los Ayuntamientos, una vez que los representantes de ETA se cuelen en estas instituciones.

Esta es una tarea de hoy, pero que lleva tiempo desarrollándose en los medio de comunicación, porque es vital, esencial, para un proyecto de estas características.

En esta segunda parte, en su escenificación, el Gobierno o el Partido Socialista a lo sumo, mantendrá una línea de diálogo con la izquierda abertzale y con ello, se trata de crear la apariencia de que no se negocia con terroristas, sino con algo diferente, con una opción ideológica con políticos, con personas, que no han cometido crímenes, con hombres de paz como tuvimos que oír decir en su momento respecto de Arnaldo Otegui.

Por tanto, como digo, si llevar al País Vasco y a España la misma formula que al Ulster es la primera gran mentira, la segunda gran mentira es crear la ficción de dos personalidades diferentes: ETA y la izquierda abertzale. 

Y esa falsa diferencia llega al punto de que, a través de sus comunicadores y de sus medios de prensa, la escenificación incluye que esa izquierda abertzale llegue a ser considerada como autónoma, incluso a veces distanciada respecto de la propia ETA, como si se tratara de dos identidades distintas.

Pura escenificación y sobre todo, una gran mentira. 

La segunda gran diferencia, que supone otra concesión a ETA, dado que siempre lo ha buscado, es lo que se llama la internacionalización del conflicto.

Esta internacionalización que ETA siempre ha entendido como una forma de legitimación, de adquisición de identidad propia y de envergadura de interlocutor con el gobierno, se produjo también en la primera parte pero de otra manera. 

La Fundación Henry Dunant participó activamente en aquellas mesas de negociación, e incluso se trasladó abiertamente la bondad de este proceso al Pleno del Parlamento Europeo, con la división y el bochorno que presidió aquella sesión. 

Pero el actual modelo es diferente del que caracterizaba la primera parte y en este caso, se sigue estrictamente un manual, característico de un proceso de resolución de conflicto y los pasos pre-establecidos por los mediadores internacionales se siguen escrupulosamente.
Así, en esta segunda fase el papel relevante y decisivo de estos mediadores internacionales se ha acrecentado significativamente. 

La entrada en el proceso de mediadores internacionales, esto es, de organismos especializados en la resolución de conflictos, les hace convertirse en los principales garantes y guardianes de que, en el proceso, se cumplan y respeten los pasos que marca ese imaginario “manual” que las partes negociadoras deben seguir. 

Su presencia, no ya como meros secretarios encargados de redactar actas, sino como protagonistas, permiten esa escenificación a la que el Gobierno puede presentarse como ajeno al proceso, como si el mismo solo se desarrollara entre los mediadores internacionales y ETA, lo que supone un claro ahorro en términos de imagen política y de desgaste. 

Asimismo, el papel protagonista de los mediadores internacionales, que son los garantes de que se siga ese manual, al que antes me refería, de acuerdo con los principios Mitchell, refuerzan el blindaje del proceso al que antes me refería, se encargan de que el mismo siga vivo al margen de posibles detenciones o cualquier otra circunstancia que pudiera ponerlo en peligro. 

Ese es el método que se adopta en esta segunda fase. Un método que no solo garantiza la supervivencia del proceso, sino que, a la vez protege a las partes frente a costes de imagen, de rédito electoral o desgaste político, al tiempo que lo reviste de una cierta solemnidad, de una cierta legitimación a los ojos de la comunidad internacional. 

Este papel, este creciente protagonismo de los mediadores internacionales, tuvo su propia escenificación con un hito fundamental dentro del proceso e imprescindible para entenderlo. 

El pasado 29 de marzo en Bruselas, en el marco del Parlamento Europeo, el abogado sudafricano Brian Currin, presentaba una declaración suscrita por diferentes personalidades especializadas en resolución de conflictos, donde se marcaba una auténtica hoja de ruta para el proceso de negociación entre ETA y el Gobierno. Para entender el escenario actual, es imprescindible tener en cuenta dicha Declaración.

En ella se daba carta de naturaleza a la izquierda abertzale supuestamente independiente de ETA y proclive a la negociación y se apuntaba a la necesidad a que ETA declarase ese alto al fuego permanente y completamente verificable.

Lo que ha ocurrido a partir de entonces estaba ya en esa Declaración de Bruselas. 
La propia Declaración responde al manual propio de un proceso de resolución de conflictos y a partir de entonces, las dos partes, Gobierno y ETA, que no la Izquierda abertzale, cumplen estrictamente con los papeles designados por los mediadores. 

Los papeles de ambos respecto al proceso son radicalmente diferentes. ETA, la izquierda abertzale, sus medios de comunicación, tratan de realzar, destacar, agigantar, la trascendencia y el hecho mismo del proceso.

El Gobierno, esto es, la otra parte del proceso y muchos medios de comunicación que le apoyan en esta iniciativa, tratan de esconder, ocultar, ensombrecer la existencia del mismo. 
Papeles diferentes, incluso opuestos, pero ambos dentro del proceso, porque de lo que se trata es de mantener sus respectivos soportes sociales, diciendo y afirmando lo contrario. 
Unos hablan de la apertura de un nuevo ciclo político que les aproximará a la independencia, que el sistema autonómico y constitucional ha sido ya derrotado.

Los otros, hablan de que todo lo que se produce se debe a la extrema debilidad de ETA y a que los demócratas estamos ganando.

Un proceso de negociación con las características que he descrito, es también, y sobre todo, un proceso de gestos. 

Esta es otra de las características esenciales. 

Los gestos forman parte de esa escenificación a la que antes me refería; y ese lenguaje de gestos ha sido constante en los últimos meses, antes y, sobre todo, después de la Declaración del 29 de Marzo. 

Ha habido gestos por parte del Gobierno desde entonces - de política penitenciaria, de declaraciones y calificativos generosos hacia los presos de ETA - que confirman el proceso. 

El silencio del Gobierno, su no crítica hacia la irrupción de los mediadores internacionales, en los últimos días, confirmo el lógico protagonismo del Gobierno, en un proceso de estas características. 

Y, por supuesto, ha habido gestos por parte de ETA, a través de sucesivos comunicados. 
Es verdad que el primero de ellos, el del pasado 5 de Septiembre, cuando confirmó la existencia de una tregua desde hace meses, se hace desde un inequívoco tono malhumorado. 

Un comunicado escrito a regañadientes, con pocas ganas, como refunfuñando hasta el extremo que provoca inquietud al Gobierno, que, por cierto, de forma lamentable, lo califica de "insuficiente". 

Y era así, porque lo que estaba haciendo ETA con ese comunicado, con esta nueva tregua, era responder al manual, a las reglas impuestas por los mediadores internacionales, más que realizar un acto de auténtica voluntad. 

El pasado domingo, ETA hacía público un nuevo comunicado. En él utiliza un lenguaje más épico y menos malhumorado. 

Lo que es más importante, muestra de manera más clara sus cartas; alude expresamente a la Declaración de Bruselas del 29 de Marzo, subraya un afán de internacionalizar el conflicto, apuesta por la negociación y alude expresamente a la verificación internacional de su alto al fuego. 

Por tanto, sigue de manera estricta las demandas que le marcaba esa Declaración de Bruselas, incluso su lenguaje. 

Respeta, por tanto, con más énfasis que en el comunicado anterior, las reglas del manual del proceso de resolución de conflictos. 

Pero lo más importante, y lamento decirlo, es que a partir del mes de Marzo, el proceso se ha fortalecido porque ambas partes no sólo han consolidado sus posiciones, sino que han ampliado sus apoyos sociales. 

¿Qué pasos esperan en el futuro? 

Ya los sabemos y ya se está trabajando en ello por parte de la Izquierda abertzale y, por tanto, por parte de ETA. 

El hito fundamental siguiente del proceso, serán las próximas elecciones locales y forales en el País Vasco y Navarra. 

Todo lo que hace ETA es porque necesita volver a los Ayuntamientos y Diputaciones y, para ello, necesita estar presente en las listas electorales, aunque sea en listas conjuntas con otras formaciones, como puedan ser E.A. y Aralar. 

Y el Gobierno tendrá que cumplir con su parte, como es permitir ese presencia del entramado etarra en dichas listas y, por tanto, en las instituciones. 

Uno de los problemas que sin duda tendrá ETA, probablemente el más difícil de resolver, radica en la dificultad de controlar, tutelar ese polo soberanista, en el que comparte presencia con E.A. y Aralar. 

Ese será el siguiente hito esencial para la supervivencia del proceso. No será su final, porque entre otras consideraciones, ETA tendrá que analizar los resultados electorales del polo soberanista, de la evolución interna del mismo y de los pactos post-electorales que sea capaz de establecer el mismo. 

ETA, en definitiva, medirá el grado de poder que le proporcione esa vuelta a las instituciones municipales y forales. 

Si ETA considera razonable y esperanzado el grado de poder tras las urnas, el proceso continuará y tendrá, sin duda, un segundo hito en la proximidad de las elecciones generales próximas. 

Llegado a este punto, permítanme una consideración. 

Nos encontramos ante dos debates diferentes. 

El primero, centrado en la existencia o no del "proceso"; y el segundo, localizado en la eficacia o no del mismo.

Me van a permitir que, respecto del primero, afirme y reitere mi absoluta certeza y convicción de que este proceso constituye una realidad. 

Es inconcebible que una declaración formal apoyada por personalidades de prestigio internacional, incluidos Premios Nobel, y por fundaciones y organizaciones como las que firman esa declaración de Bruselas sólo exista a demanda o al servicio de ETA. Es inconcebible la existencia de esa Declaración sin el apoyo, el impulso o el visto bueno, más o menos expreso, del Gobierno de España.

Respecto de la eficacia o no del mismo, permítanme que les traslade, esta vez, mi opinión, de que los que hoy apoyan este proceso no son conscientes de la gravedad y de las consecuencias que acarrea, en la España de hoy, favorecer un proceso de éstas características. 

ETA es un proyecto de ruptura, que no va a desaparecer hasta que esta ruptura sea considerada por la organización como irreversible. 

De lo que se trata en este momento es de tener claro que el proceso existe. Que no es un proceso que tenga exclusivamente como partes a ETA, a esa izquierda abertzale en supuesta tensión con la propia ETA y a los mediadores internacionales, sino que también implica al propio Gobierno. Que los gestos — las declaraciones de tregua, los comunicados, las posibles presencias de mediadores en instituciones internacionales como el Parlamento Europeo que se puedan repetir en el futuro, etc. — no son sino pasos obligados de esa hoja de ruta, de ese manual del proceso. Y, sobre todo, que para ETA este proceso no supone un cambio de su proyecto sino sólo un cambio de su estrategia. ETA sigue buscando la fractura de España, lo mismo que ha buscado siempre. 

La única diferencia, la principal razón por la que ETA entra en este proceso, es que, ante la debilidad de España, la opción política para el logro de su objetivo se le antoja más eficaz que en otros momentos. La debilidad a la que ha conducido España ese proyecto relativista de Zapatero hace que ETA considere que ahora más que nunca tiene mayores posibilidades de lograr sus objetivos por la vía política en lugar de por el mero uso de la violencia. Es lógico que, cuanto más patas arriba ve ETA a España, más opte por vías políticas para la persecución de sus objetivos.

Pero es que, además, qué duda cabe que, al margen de la situación de debilidad interna de España, hay acontecimientos en el escenario político europeo que alientan a ETA. Para ETA y para la izquierda abertzale, situaciones como lo que ha ocurrido en Kosovo o la crisis que se está viviendo en Bélgica, como una fractura entre valones y flamencos que conduce al país a un nuevo modelo de confederación, son referentes alentadores y que sin duda serán esgrimidos y utilizados en esta larga ofensiva nacionalista.

Ése es mi diagnóstico de la situación. Ése es el escenario en que los hechos demuestran día a día que nos encontramos. ETA no ha cambiado. ETA nunca cambiará, más allá de sus métodos o estrategias. Y este proceso, de una u otra manera, acabará fracasando. Pero, en su desarrollo, lo que no podemos permitir es que tenga un coste demasiado alto para España. No podemos abrir la puerta de las instituciones democráticas a ETA. No podemos permitir que ETA haga girar la política vasca en torno al debate sobre la independencia. No podemos permitir, en definitiva, que ETA siga avanzando en su proyecto de fracturar España simplemente porque tenemos un Gobierno que se lo pueda permitir, que por intereses espúreos deje crecer ese debate, que no defienda con la debida firmeza la fortaleza del concepto de nación como algo indiscutible y necesario para España.
Y, como ya dije en el año 2005, en este mismo foro: ’no dejemos ahora que, 35 años después, mil muertos después, la ruptura y la desmembración se impongan, como si nada hubiera ocurrido en la historia de España desde 1975’. 

En España, a lo largo de estos años de Gobierno de Rodríguez Zapatero, se ha abandonado la verdad en la política, la verdad como un valor fundamental e irrenunciable en la forma de hacer política y de gobernar. No se nos ha dicho la verdad en muchas cuestiones fundamentales, como la economía o la política antiterrorista. Nuestro deber, el de todos, es que en este tema, como en todos, exijamos por encima de todo del Gobierno que nos diga la verdad, que no juegue con nuestro futuro como Nación desde la mentira.
España va a exigir un proyecto político alternativo de regeneración y rectificación: no un simple cambio de siglas del partido en el Poder. Porque la crisis que vivimos es esencialmente de valores. Este es nuestro principal reto, y si tuviese que destacar la urgencia de las urgencias de este proyecto de regeneración y a su vez de rectificación, es la recuperación del valor de la verdad.

A mi juicio, la verdad es un valor irrenunciable. Yo hago mi diagnóstico sobre el problema del terrorismo desde la defensa de la verdad. Y eso me supone recibir críticas, a veces feroces y despiadadas. Eso me supone quedarme en ocasiones solo en ese diagnóstico. Nadie ha dicho que la verdad sea un terreno ni fácil ni cómodo. Pero hacer un diagnóstico, hacer política, desde la verdad es un deber moral.

A lo largo de 35 años en que me he dedicado a la vida pública, he aprendido pocas cosas, pero les aseguro que algunas las he aprendido bien. Una es que hay que defender aquello en lo que se cree, sin temor y sin miedo ni a las mayorías dominantes ni a la soledad.

La otra es que decir la verdad una vez es sencillo, no exige un gran esfuerzo.

Decir la verdad muchas veces es agotador, cansado, a veces difícilmente soportable y, en muchos casos, te lleva a ponerte en el punto de mira de quienes quieren imponer sus falsas verdades sobre cualquier voz discrepante.

Pero decir siempre la verdad, es un calvario, aunque también la única manera de hacer frente a esos mismos que tanto desearían nuestro silencio.

Muchas Gracias". Jaime Mayor Oreja

Autor presentación: Policronio
Publicado el 25 de septiembre de 2010

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