La mujer fue fundamental en las fábricas y en el campo, en el transcurso de la gran guerra. A cambio de ello, ganó en presencia pública y antes o después, en unas u otras naciones, el derecho al voto.
A partir de ahí, la emancipación de la mujer fue imparable en nuestra sociedad occidental. En justa correspondencia con el esfuerzo de supervivencia desplegado, el hombre tuvo que ceder espacios en la vida pública, empresarial y social, antes reservados para él.
Por otra parte, a mediados de los setenta, la mujer reclamó en el hogar la presencia paterna. La presencia activa del padre y esposo se percibía como fundamental en la crianza y educación de los hijos, antes reservado en exclusiva a la mujer. Y el hombre, mejor o peor, se implicó, lo que unido a la automatización de las labores domésticas, liberó a la mujer, y también al hombre, de lo que parecía ser una pesada carga.
¿Y qué ha obtenido el hombre a cambio de ello? Nada, absolutamente nada. Desprecio y represión desmedida, plasmadas en leyes injustas y vejatorias para él. Toda una injusticia.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 8 de enero de 2011
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