miércoles, 7 de noviembre de 2018

En 2011 Cataluña independiente o el refuerzo de la unidad de España


Este mismo mes entrará una propuesta en el Parlamento de Cataluña para que se autorice la recogida de firmas a fin de celebrar un referéndum independentista. Nada de pantomimas como hasta ahora, sino todo autorizado por el ‘Parlament’. Si se aprueba la iniciativa, que parece lo más probable visto que los políticos catalanes han decidido echarse al monte, es de prever que antes de un año se habrán reunido las 220.000 firmas necesarias y entonces el referéndum será legal de acuerdo con el ‘Estatut’, una norma que, aun recurrida ante un TC incalificable, va aplicándose a marchas forzadas.

Carod-Rovira vaticinó hace un par de años que la independencia de Cataluña se produciría en el 2014, fecha significativa que coincidirá con el tercer centenario de la toma de Barcelona a cargo del ejército real de Felipe V y que los nacionalistas catalanes, asombrosamente, celebran cada 11 de septiembre como la ‘Diada Nacional de Catalunya’, que hay que ser pobres de espíritu para celebrar una derrota cuando pueden escoger entre más de un centenar de fechas gloriosas.

Sin embargo, me temo que Carod fue algo timorato en su pronóstico, ya que todo apunta a que la independencia se producirá mucho antes, probablemente a finales de 2011, y coincidirá con el fin de un régimen, el de Zapatero, cuyo comportamiento vendría definido por estos tres vocablos: desidia, traición e indignidad, puesto que en su trayectoria solamente ha tenido en cuenta los intereses electorales del socialismo más infame de todos los tiempos, si descontamos el de la II República.


Cuando un edificio corre el riesgo de hundirse se producen dos fenómenos de sentido contrario, alimañas que huyen y otras que se acercan: las ratas lo abandonan y los buitres lo acechan. Con la enfermedad del rey de España, cuya gravedad se desconoce absolutamente (Franco seguiría vivo si tuviéramos que hacer caso de los partes médicos oficiales), el final del ciclo se encuentra cada vez más cerca y los depredadores no dejan de afilarse las uñas. Los nacionalistas catalanes, además, se frotan las manos al ver cercanos y alcanzables sus propósitos: soltar amarras para hacer definitivamente suya (de su propiedad) esa región española que conocemos como Cataluña, primer paso para lograr el pillaje de un Imperio de bolsillo al que incluso hace tiempo que le dieron el nombre: ‘Països Catalans’.

Creen que con la enorme debilidad del Estado, a punto de entrar en la fase comatosa como consecuencia de una inmoralidad integral en el sistema de gobierno y de justicia (de la crisis económica es mejor no hablar), nadie será capaz de impedirles el ‘¡vámonos de aquí y sigamos en Europa!', eslogan que con otras palabras es el que les ofrecerán a los votantes, llevando así la farsa al límite y en la que no sería de extrañar que añadieran un ‘porque Europa empieza en el Ebro’. 

De otro lado, nuestros vecinos del sur (nos separa una alambrada, no un estrecho de 14 kilómetros como ellos dicen), conocedores igualmente del final del ciclo y alentados por el déspota que les manda, un reyezuelo corrupto que responde al nombre de Mohamed VI, comienzan a exigir (sí, exigir) negociaciones para recuperar las ‘ciudades ocupadas’ de Ceuta y Melilla, más lo que se tercie de añadidura. Ese fin de ciclo coincidirá, como he apuntado, con las postrimerías de la segunda legislatura de Zapatero, en las que todo hace suponer que se comportará con menos valor y más indignidad que nunca respecto al tirano Mohamed.

Un final de ciclo en el que ZP, estoy convencido, será incapaz de salir de la Moncloa para no recibir insultos o pedradas en todas partes (resto de Europa incluida, que los españoles viajamos mucho últimamente) y que como último cartucho para evitar la derrota en las urnas escenificará un posible acuerdo con la banda asesina ETA, que se rendirá de boquilla para que el traidor, aupado a través de seis televisiones de seis, vuelva a ganar justito las elecciones y renueve su alianza con los nazis, los comunistas y los sindicatos.

Así, pues, lo de Cataluña puede ser el punto inicial al que como mínimo le seguirá el despegue de otra región no menos cismática, en la que también habrá un referéndum como parte del acuerdo ZP-ETA. El complemento podría ser la pérdida temporal de los territorios españoles en África. Resultado: España fragmentada y empequeñecida mucho antes de ese 2014 vaticinado por el infame Carod. Beneficiarios: nacionalistas de todo pelaje y musulmanes fanatizados marroquíes, al fin y al cabo animales de rapiña todos ellos. 

Aun así, que nadie se espante. Una y otra situación acabará reforzando la unidad de España. Y además durante largo tiempo. Nuestros antecesores soportaron casi ocho siglos de sufrimientos para lograrla, con unas cuantas décadas más de acuerdos dinásticos, y no van a ser ahora cuatro pelafustanes los que le den término a esa bendita unidad. Los españoles tenemos la solución en nuestras manos: La Legión Española, que se ocupará primero de los moritos y luego, solucionado el problema africano y con el tirano Mohamed VI en el exilio tras el golpe de estado en Marruecos, se limitarán a pasear la cabra por la Diagonal de Barcelona. En la seguridad de que será vitoreada porque previamente, durante unos pocos meses, los nacionalistas catalanes se habrán matado entre ellos y amargado a más no poder a la población que hoy les es afín. Así que démosles cuerda y que hagan su referéndum. Supondrá el principio del fin del nacionalismo.

Eso sí, según lo que tarde el Borbón o el hijo del Borbón en dar la voz de ‘¡Ar!’ a la Legión Española (ZP si acaso dirá ‘quieto todo el mundo’ o bien ‘los envío de nuevo a Afganistán’), una vez las aguas hayan vuelto a sus cauces no debe descartarse una consulta en el conjunto de España para que nos definamos respecto a la III República y, muy especialmente, acerca de una nueva Constitución que nos permita recuperar la patria de siempre. Y es que está claro que una pareja de blanditos, los actuales jefe del Estado y presidente del Gobierno, ambos dos socialistas, ambos dos interesados en determinados privilegios que no comporten demasiada entusiasmo y ambos dos propensos al ‘hablando se entiende la gente’ (frase resumen de esa flaqueza vil que no repara en ceder lo que no es propio), es lo que menos le conviene a una nación multicentenaria como es España. 

Autor: Policronio
Publicado el 22 de mayo de 2010

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