Tomás Cuesta |
Tomás Cuesta es de los pocos columnistas al que al leer sus artículos se te cae la baba ante lo que supone una obra tan madura como brillante. Eso sí, al momento te entra una pelusa que quisieras esquivar cuando lo mejor, en prevención de la úlcera, es reconocer a las claras que hay quien nace con el don de la escritura. De cada diez artículos que escribe Tomás Cuesta, once o doce de ellos son puro arte literario. Y el resto no le va a la zaga. ¡Dios, qué clase la suya! ¡Qué envidia! Y qué teclado, posiblemente lleno de letras como los que usamos los aficionados, sólo que los nuestros no incorporan el signo de esa agudeza que él usa con tanta frecuencia. Un signo situado tal vez junto a F1 (Formidable 1), a la derecha de Esc, y que cambia a esplendor y originalidad sin soltar las mayúsculas, lo que hace a menudo.
No sólo cuenta la calidad de alguien que ensambla las letras como pocos, característica que bastaría por sí sola para considerar admirable la obra de Tomás Cuesta, sino que el periodista nos ofrece habitualmente una interpretación sutil que va más allá de la simple noticia y en la que sus frases, rotundas como el golpe de la almádena sobre la piedra, concluyen zarandeando nuestra meditación para avivarla, objetivo máximo de cualquier columnista que se precie y que él suele alcanzar con una mano a la espalda.
Tomás Cuesta nos ofreció ayer un trabajo en ABC, titulado ‘Rajoy contra Rajoy’, del que no me resisto a extraer este párrafo alusivo a la Operación Faisán, calificada de espectáculo por el pepero mayor cuando lo suyo sería hablar de 'alta traición' a la Nación española. Sí, ofrezco el párrafo para deleite de cuanto mortal sea capaz de valorar lo exquisito:
El espíritu sopla donde quiere, pregona el Evangelio. Rodríguez Zapatero, que, además de sentar plaza de seráfico, ahora aspira a una cátedra evangélica, algo habrá de aportar a la encendida controversia -«disputatio» sería lo académico- en torno a los soplidos, los soplones, los chivos lenguaraces y los chotas a la viceversa. Porque lo del Faisán ni es un «espectáculo», ni cabe clasificarlo de historieta. Cualquier estado es capaz de perpetrar un crimen y de endosarle la factura a la defensa impropia, a la ley del Talión, a los dictados del Deuteronomio o a los de Maquiavelo. Mudan las coartadas y las condenas menguan. En el «affaire» Faisán, por contra, no existe criterio alguno que redima la pena. Al Estado, al transformarse en cómplice de la manada carnicera, le salpica la sangre derramada y la que nos abrumará si Dios no lo remedia y la virtud no vence.
La columna entera, toda de la misma calidad, es posible leerla en este enlace al ABC.
Autor: Policronio
Publicado el 14 de febrero de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.