Cualquier revés que sufran los enemigos de España y la Constitución, por notable que sea, acaba careciendo de importancia. Y es que siempre les queda el Tribunal Constitucional, que no en balde se ha significado como su más valioso cómplice en distintas ocasiones.
En efecto, por muy paradójico y surrealista que pueda resultar, el órgano que precisamente ejerce de intérprete supremo de la Constitución difícilmente ha podido hacer más por socavar nuestra Carta Magna y favorecer a quienes pretenden acabar con ella. Cabe recordar como muestra aquel momento de gloria cuando, coincidiendo con la 'tregua-trampa' etarra que tuvo lugar en la época de Aznar, ordenó la excarcelación de todos los miembros de la llamada Mesa Nacional de Herri Batasuna.
Como es sabido, todavía estamos esperando con una paciencia digna del Santo Job a que de una vez se haga pública su sentencia sobre el 'Estatut' catalán, que mientras tanto continúa vigente en todos sus extremos y que, dado su carácter evidentemente anticonstitucional, desempeña el papel de verdadera Constitución. Desde luego, aquella célebre bronca que la vicepresidenta del Gobierno le propinó a la presidenta del Tribunal Constitucional en pleno Desfile de las Fuerzas Armadas ha parecido surtir efecto. Para que luego digan que en España no hay división de poderes.
Desconocemos si ese pastel que los miembros del Tribunal Constitucional tienen guardado más de tres años en el congelador será lo suficientemente digerible. Pero de momento ya se han apresurado a proporcionarnos buenas dosis de aceite de ricino al permitir que una lista apadrinada por la banda asesina ETA concurra a las elecciones europeas. Que la promoviera un conocido apologista del terrorismo como Alfonso Sastre (buen dramaturgo, pero personaje nada recomendable), que algunos de sus avalistas hubieran pertenecido a ANV y que incluso formaran parte de ella antiguos militantes de Batasuna, parecen argumentos sobradamente contundentes para cualquiera. Pero no para nuestros avispadísimos togados, cuyos amparados además, nada más conocerse el fallo, se negaron explicítamente a condenar la violencia etarra, muy a pesar que lo hicieran en su recurso. ¿No habían pensado los brillantes magistrados en la mera posibilidad de que ese rechazo formal no era más que una treta, además viniendo de donde venía?
Lo peor no es que los proetarras se hayan reído del Tribunal Constitucional, algo de lo que a buen seguro son merecedores: Es que, para nuestra vergüenza, se han mofado de nuestro Estado de Derecho.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 23 de mayo de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.