La tan esperada y cacareada Cumbre de Copenhague está resultando un auténtico fiasco. No parece que el discurso apocalíptico instalado por el 'ecoprogresismo' mundial esté persuadiendo lo suficiente a tantos Gobiernos, poco dispuestos a sacrificar el desarrollo económico de sus países con tal de insuflarle vida a la moribunda Madre Tierra. Y mucho menos ahora, cuando no está el horno de las economías domésticas para demasiados bollos. Además, concienciarse sobre los perniciosos efectos del calentamiento global en un lugar que estos días sufre temperaturas de grados bajo cero y se encuentra anegada por la nieve debe ser francamente difícil, qué quieren que les diga.
Pero nuestro presidente estaba dispuesto a dar la nota. Es sabido que con su balsámica Ley de Economía Sostenible ha demostrado ser el más verde de todos los verdes. Además, a cursi no hay quien le haga la más mínima sombra, incluso en esos foros en los que la afectación más ridícula suele impregnar todos los discursos. Así, tras alardear de su irreductible izquierdismo al presentar como la misma desgracia que haya muchos pobres y muchos ricos (debe ser porque estos últimos escasean precisamente allí donde se implantan los principios 'progresistas'), obsequió al mundo entero esta sentencia, que sin duda marcará todo un hito en la historia de la humanidad: 'La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento'. Y los mandatarios de todo el orbe quedáronse verdaderamente obnubilados ante tan brillante exhibición de sapiencia y profundidad, que ni el mismísimo Obama ha sido capaz de igualar.
Esta 'laica' divinización del viento, mal remedo del dios Eolo de la cultura griega, aunque en este caso parece inspirarse en un guión de una película de Hollywood (algo, por otra parte, auténticamente 'progre'), denota un sustrato doctrinal muy propio de la 'ecoprogresía'. Y es que resulta que, con esta frase, quien presume de optimista antropológico presenta empero una enmienda a la totalidad al antropocentrismo. Cuando se le niega al individuo los derechos de propiedad, que no otra cosa se hace al concedérselos a un ente etéreo, se asume un principio divulgado por el ecologismo más fundamentalista; el mismo que considera al ser humano y racional, no como sujeto de derechos superior y diferenciado, sino del mismo nivel que los animales irracionales y el medio ambiente en general. De esta forma, esta nefasta corriente, al pasar por alto que la supervivencia del hombre se ha fundamentado precisamente en su empeño por controlar la naturaleza y hacer frente a sus adversidades, degrada a la especie humana y la sitúa como una más entre los millones que existen en la tierra; supeditada como tal a la preservación de la biodiversidad a toda costa, incluso del progreso y aún de la misma vida humana.
El respeto y la protección del medio ambiente son absolutamente necesarios y adquieren pleno sentido en cuanto su defensa beneficia en primer lugar al propio ser humano y a su pervivencia, es decir, a las generaciones actuales y futuras; pero no si se convierte en un fin en sí mismo, en detrimento del individuo y de sus derechos. Entre ellos, por supuesto, el fundamental de propiedad. Por tanto, mucho ojo con la frase de marras: Lo que a primera vista nos puede parecer una memez monumental, encierra un dogma de carácter claramente liberticida.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 19 de diciembre de 2009
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