Regentan una tienda de casi dieciséis horas, en la calle Ciruela, a diez metros del Champion, que ya hay que echarle moral, más que el Alcoyano. Cierran todos los lunes y no nos importa: nos regalan otros seis días de simpatía, frutas y verduras inmejorables, ahorrándonos la chabacanería de las cajeras de al lado, además de pan, chuches, ultramarinos y demás productos alimenticios.
Son jóvenes y muy agradables. Trabajan como chinos, conforme a su naturaleza y han tenido un hijo precioso, con los ojos rajaos, como el ojete de una vaca, que no será el último y que tuvo la osadía de reírse en mis barbas, nunca mejor dicho, a la primera carantoña que se me vino al rostro de padre experimentado en hacer el tonto con la prole.
Probablemente, el chaval, de haber nacido donde sus padres, sería un triste hijo único, condenado por el estado comunista omnipresente a contarle sus chorradas adolescentes a las paredes. No obstante y con mucha suerte, ha nacido justo a tiempo de tener más hermanos, antes de que a nuestra descastada y relativista clase política se le ocurra arreglar sus problemas a costa del derecho a vivir de los más débiles.
Espero que a Da Li y su esposa les dé tiempo a tener otro par de ellos.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 25 de julio de 2009
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