Imagen de Robert Capa, en la Guerra Civil española. |
Es meridiano que las políticas radicales del Eterno Adolescente, en todos los ámbitos de actuación de su gobierno, habían reducido la influencia de Izquierda Unida a la nada más miserable, para un partido que pretendía, y no sabemos si pretende todavía, ser el abanderado de la clase trabajadora, descamisada y dickensniana, entendida al modo novecentista.
Parecía que anestesiada por las “políticas sociales” de la señorita Pepis -Ley de Dependencia sin presupuesto y una deuda en subvenciones impagadas, para la adquisición y alquiler de vivienda, que hace palidecer a la que mantiene el conjunto del Estado con los diversos proveedores- y en medio de una recesión que a duras penas logra sostener el tan cacareado y agujereado “estado del bienestar”, ni siquiera se planteó la convocatoria de una huelga general, tan justificada, como inconveniente. Parecía y es.
Sin embargo, ante el anuncio de la pretensión del gobierno de aumentar el contingente de nuestras tropas en Afganistán, Izquierda Unida, la silente ante la escalofriante cifra de más de cuatro millones de parados, se muestra dispuesta a desempolvar la pancarta del “No a la guerra” y con ello, poner en un serio aprieto al gobierno de la redención preventiva, con ánimo, sin duda, de recalar votos en lo más radical del electorado de izquierdas: el tenebroso parásito, soñador y pusilánime.
Ese electorado que, ya temeroso de que la sopa boba llegue a su fin, acogerá con alborozo un motivo “altruista” por el que manifestarse, que no sea por seguir chupando de la teta del estado, surtida por la fuerza ejercida frente a los contribuyentes de bien, y que tanta gracia nos hace a los que trabajamos hasta la extenuación, por mantener las ensoñaciones más insospechadas.
Desde luego, Izquierda Unida sabe lo que hace. Que le aproveche.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 31 de diciembre de 2009
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