Zelaya y Chávez, dos buenas piezas |
Hagamos un poco de política-ficción. Imaginemos por un momento que el presidente del Gobierno (y no tenemos porqué pensar en el actual) pretende convocar un referéndum para someter a la voluntad de los españoles, por ejemplo, un cambio en la forma del Estado: Que España deje de ser una monarquía parlamentaria para convertirse en República. Se trataría de una propuesta de revisión de la Constitución que, según el artículo 168 de nuestra Carta Magna, precisaría de los siguientes pasos: Aprobación por mayoría de dos tercios de cada Cámara, disolución inmediata de las Cortes Generales con la consiguiente celebración de elecciones, ratificación de la decisión por dos tercios de las nuevas Cámaras, y finalmente referéndum. Pues bien, pese a no contar con el apoyo requerido del Congreso y del Senado que dé paso, no al referéndum, sino a unas elecciones generales, el presidente, ilusionado con ser algún día un Jefe del Estado con poderes ejecutivos, se empecina en seguir adelante. Ni tan siquiera le arredra el hecho de que el Tribunal Constitucional haya declarado la plena inconstitucionalidad y, por tanto, la flagrante ilegalidad de la consulta.
Este intento de atropellar tanto la voluntad expresada por el poder legislativo como la mismísima Constitución y todo el ordenamiento jurídico no merecería otro calificativo que el de golpe de Estado, por mucho que se impulsara desde el mismo Gobierno. Porque un presidente en un Estado de Derecho ha de someterse al imperio de la ley como cualquier otro ciudadano. Incluido, aterrizando ya en la realidad, el señor Zelaya, el destituido presidente de Honduras, que tuvo a bien convocar un referéndum al modo típicamente chavista, saltándose todo el sistema constitucional y legal a la torera. Ahora bien, de la misma forma que en España haríamos uso de todos los mecanismos políticos e institucionales y sin llegar al extremo de apelar al papel del Ejército como defensor del ordenamiento constitucional (artículo 8, apartado 1 de nuestra Constitución), la solución en Honduras en absoluto ha de residir en el cuartelazo puro y duro. Sin ningún tipo de tutelas, inaceptables en un régimen democrático, se debería proceder a la inhabilitación del actual presidente y a un adelanto de las elecciones para que los hondureños puedan pronunciarse con libertad y, esta vez sí, con todas las garantías legales.
Pero el futuro de Honduras, que poco a poco estaba consiguiendo consolidar su democracia y estabilizar su maltrecha economía, no ha de pasar en ningún caso por convertirse en un nuevo satélite del chavismo. Esa y no otra es la verdadera intención de Zelaya, quien, con tal de perpetuarse en el poder, se ha prestado a ser otro títere de Hugo Chávez y su 'socialismo del siglo XXI'. De ahí que el dictador venezolano, junto a otros reconocidos pájaros liberticidas como Daniel Ortega, Francisco Correa o el hermanísimo Raúl Castro, se encargara de recibirle en Managua con todos los honores, a la vez que se permitiera denunciar al 'golpismo' que ha derrocado a su nuevo protegido. Él precisamente, que se ha significado por ser un golpista cruel y desalmado, tanto fuera como dentro del poder.
Así pues, el rechazo de las democracias a la intervención del Ejército en Honduras está plenamente justificado, pero conviene dejar claro quién golpeó primero. Y puesto que de lo que se trata es de defender la democracia y los derechos humanos en cualquier rincón del mundo, no estaría de más que nuestro presidente del Gobierno (el real, no el ficticio) no se conformara con unirse a esta repulsa, sino que además decidiera de una vez pronunciarse sobre los desmanes y atropellos cometidos por el régimen iraní de los ayatolás. Hugo Chávez, como no podía ser de otra manera, se apresuró en su momento a apoyar a su aliado Ahmadineyad; mientras que Barack Obama y Gordon Brown, en cambio, supieron estar en su sitio y condenaron la represión en Irán. Sin embargo, Zapatero continúa sin decir esta boca es mía. Parece ser que uno de los principios de su sacrosanta Alianza de Civilizaciones consiste en correr un tupido velo sobre cualquier tropelía procedente del mundo islamista. Ni a él ni a su incondicional tropel de feministas 'progres' parece haberles alterado lo más mínimo el símbolo trágico de Neda, aquella estudiante de filosofía que murió tiroteada en una protesta en Teherán. Pero, claro, no se manifestaba contra Estados Unidos o Israel.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 1 de julio de 2009
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