Porque ninguna maldición divina nos condena a los consumidores y usuarios españoles a pagar una energía cara por los siglos de los siglos. Porque la economía nacional no puede permitirse el lujo de continuar dependiendo energéticamente de países con tan alto riesgo de inestabilidad política. Porque no tiene dos dedos de frente comprarle a Francia una electricidad que, procedente de la energía nuclear, podemos fabricar perfectamente aquí. Porque es posible consumir una energía que es totalmente respetuosa con el medio ambiente y, a la vez, lo suficientemente eficiente. Porque, muy al contrario de lo que increíblemente todavía se pregona, y sin que Chernobyl, trágica consecuencia de un sistema irracional, inhumano y fracasado como el comunista, pueda ser ejemplo de nada, su producción y almacenamiento son absolutamente seguros. Por tanto: ¿Energía nuclear? Por supuesto que sí. Hay poderosísimas razones para apostar por ella, definitivamente y sin ambages.
Eso sí, en lugar de intentar sacar provecho político de los miedos que, basados en el desconocimiento y los prejuicios instalados, provoca este asunto en buena parte del electorado, urge abrir un debate sereno, serio y riguroso. Sabemos que poco o nada se puede hacer ante determinados casos que podemos considerar perdidos, sobre todo de aquellos cuyas limitadísimas anteojeras ideológicas le impiden ver más allá de mayo del 68; ahora bien, quienes dicen defender el uso de la energía nuclear deberían dar un paso al frente y, lejos de caer también en la tentación de ejercer un electoralismo barato, ser totalmente consecuentes y hacer la correspondiente pedagogía. No se trata en este caso de contraponer derechas a izquierdas, o conservadurismo a progresismo, sino de buscar lo que puede resultar más beneficioso para el muy sufrido consumidor español y nuestra ya de por sí castigada economía.
Autor: Pedro Moya
Publicado el 27 de enero de 2010
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