Elena Salgado. |
Que no crea en el destino, no obsta para que sea capaz de ver con meridiana claridad realidades destinatarias harto evidentes: el hombre emparejado está destinado a ser regañado por su mujer, antes de pasar a ser regañado por el juez de familia. Un artista cejatero está destinado a vivir eterna y perennemente del presupuesto y cualquier mediocre en Expaña, tipo Z, nace destinado a salvarnos de la codicia. No sé sí en su versión pecaminosa o delictual. Habré de suscribirme a “EL PAÍS”, por ver de salvar la disyuntiva.
Así como un litigio en Expaña está destinado a morir por causas naturales de envejecimiento, ya sea de la partes, el objeto del proceso, o del propio Juez, un Borbón reinante, que se precie, está destinado a meter la pata hasta el corvejón, cuando no el cuello. Por no hablar del oscuro, oscurísimo destino del tres, diez o veinte por ciento, según los casos, de la contraprestación monetaria de cualquier contrato de obra o suministro público, con que nuestras bien asesoradas e innumerables administraciones públicas tienen a bien entretenerse. Inciso: urge crear un máster de asesoramiento de políticos analfabetos, valga la redundancia.
De igual manera, que no crea en el destino, no me impide constatar que, después de los cuarenta, el varón incurso en la ingesta apresurada y a deshora de whisky (método infalible, tanto para obstruir el sentido del ridículo, como para caer en el mismo) está destinado a sufrir el tercer y último aviso de la treintañera, veinte minutos antes prometedora.
La observación de realidades tan evidentes me permite afirmar, sin ningún pudor y género de dudas, que la ministra Salgado nació con su destino a cuestas. Que no es otro, en conjunción, que no coyunda, con el ministro Corbacho, que quitarnos de fumar. Ya sea laborando por el lado de la oferta, aquí no vende tabaco ni dios, cuando ejercía en sanidad, ya sea trajinando por el lado de la demanda, ahora que ejerce en economía. Nos va a dejar sin un duro.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 25 de abril de 2009
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