Una de las características más evidentes de la progresía en general, y la patria en particular, es su insufrible manía de perseguir a los etiquetados previamente. Bush era un borracho, un fascista y un calentador del planeta, por ese orden.
O sea, que todo lo que hiciera el pobre conservador compasivo, ya fuera lo más inocuo o irrelevante, merecía la regañina, el alboroto o el pancartazo de estas buenísimas personas, y en casos extremos, el tostonazo de los “abajofirmantes”, profesión con tendencia a caer en desuso, en cuanto sube al machito uno de los “nuestros”.
Y así, el señor Obama, sin duda alguna abrumado por el peso de la púrpura, reservado durante siglos al malvado “hombre blanco”, dice del cierre de Guantánamo, que si quieres arroz Catalina. Y además, a lo Castro, pelín de movida, y traslado de tres o cuatro presos, de los clasificados como pelagatos, y hasta la próxima.
Y ya no digamos de la ilegalísima guerra de Irak, segunda parte, delito de lesa humanidad, maldita para las huestes que gustaban de corear a la menor oportunidad “Aznar asesino”, “tú has matado a Couso”. Pues idem de idem. Ya que estamos aquí, que “paqué” nos vamos a ir, debe pensar el señor Obama.
Por no hablar del papelón del galáctico, ex aequo con nuestro Eterno Adolescente, en la cumbre de Copenhague, ni de la jugarreta de los escáneres corporales en los controles aeroportuarios, que mire usted por dónde, Pepiño dixit, pues que habrá que ponellos. “Pídeme lo que quieras, Barak, que yo te lo daré”. “De momento, aparta de mí este cáliz”, debió pensar el emperador.
Y la última, la de Gaspar Llamaladen.
Ingenuo que es uno, en cuanto vi la noticia, pensé “ahora sí que la arman”. Ja. Y es que en el fondo, le han “dao en to el gusto”, que decimos en mi pueblo.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 16 de enero de 2010
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