El poder, por definición, es malvado. Y si sus detentadores se lo proponen, puede llegar hasta la más perversa iniquidad. Y si aquel se adorna de palabras tan excelsas como huecas, puede llegar a hacerse abominable y digno de repudio.
"en nuestro país no hay más objeción de conciencia que aquélla que está expresamente establecida en la Constitución o por el legislador en las Cortes Generales. Todos estamos sometidos a la ley. Las ideas personales no pueden excusarnos del cumplimiento de la ley porque, si no, nos llevaría en muchísimos temas, en éste y en otros muchos, a la desobediencia civil".
No pasarán.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 13 de agosto de 2009
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