Ni una fecha tan desinhibida como la del 1 de enero, ni otros acontecimientos más o menos festivos deberían desviar la atención de los demócratas acerca de la peor plaga de vileza que desde hace casi medio siglo viene sufriendo España: la de los criminales etarras, meros brazos ejecutores de cuantos inmorales se aprovechan de la actividad terrorista para sus propios fines. Inmorales a una y otra orilla del Ebro, por supuesto. O es que alguien piensa que si la ETA desapareciera no iba a ser todo muy distinto en el País Vasco y en el resto de España. O es que alguien duda de que esto de los nacionalismos no sea una absurda competición regional a ver quién exprime mejor la teta de la única nación innegable: la española. Ayer, sin ir más lejos, la felicitación etarra de fin de año nos salió por un pico. Y aún suerte que no sucedió lo peor: la pérdida de vidas humanas.
Dejémoslo claro mediante una frase convertida en todo un clásico: “El último que apague la luz”, que es cuanto ha dado de sí el insostenible y absurdo formato de unas autonomías que nos llevan a la ruina económica y que, de acabar con la nación fragmentada, mejor dicho, aún más fragmentada, tampoco supondría una situación beneficiosa para nadie, ni siquiera para los dirigentes de partidos tan desquiciados como el PNV o ERC, que acabarían comidos por los pies, a dentellada limpia, de otros absolutistas todavía más radicales y dispuestos a implantar el marxismo-leninismo.
En pocas palabras: 17 gobiernos, 17 parlamentos y cientos de miles de funcionarios y enchufados, todos ellos improductivos, convierten a cualquier estado en una caricatura de lo que se pensó, descentralizando la administración, que debería actuar al servicio del bien común y acercar la toma de decisión a los ciudadanos. Bueno, digamos que en realidad ni siquiera se ha descentralizado, sino que se ha cambiado una centralidad por otra. Lo que antes fue Madrid, ahora es Barcelona, Vitoria, Santiago, Mérida y el resto de capitales autonómicas, hasta 17, donde la burocracia es feroz como consecuencia de la necesidad de justificar a esos funcionarios. Pues bien, todo eso se originó en la Transición para contentar a los “diferentes” de la periferia y en la creencia de que así desaparecería el terror.
No nos dejemos engañar. El terrorismo sanguinario de un grupúsculo de taliboinas ha determinado la consolidación en el País Vasco, y nada menos que durante décadas, de un régimen totalitario encabezado por el PNV y asistido, a veces, por el socialismo y el comunismo de esa región. Eso sí, con la complicidad interesada del gobierno de turno en Madrid, fuese del PSOE, fuese del PP, quienes necesitados de apoyos parlamentarios han mirado con frecuencia en dirección opuesta a las fechorías continuadas del PNV. Cito una de ellas:
Recientemente se ha conocido la sentencia de “la patada en los testículos”: 900 euros de multa al pateador es cuanto ha dado de sí una agresión merecedora de bastante más severidad. Con todo, lo destacable de la sentencia es que ha quedado en nada la denuncia que la Policía autonómica formuló en su día contra la víctima, a la que acusó de desórdenes públicos. Una denuncia de la policía política del PNV que no llegó a prosperar como consecuencia de las numerosas imágenes de televisión del incidente. Lo que da que pensar en qué habrá ocurrido durante tantos años en el País Vasco cuando las denuncias no poseían soporte alguno de imágenes.
Luego aquí, en la sentencia del referido juicio, lo que más destaca es el nuevo escándalo del gobierno de un partido nacionalista, el PNV, que no duda en mangonear cuantas veces haga falta a unas fuerzas del orden a su exclusivo servicio, incluyendo el de obligarlas a presentar denuncias falsas y mentir en los informes. Claro que, por otra parte, qué es algo así si lo comparamos con la inoperancia de la Ertzaintza a la hora de arrestar etarras o reprimir la kale borroka y otras manifestaciones batasunas. Inoperancia obligada por el poder político del PNV, espero que no lo dude nadie.
Imagen: Mosaico fotográfico de los etarras más buscados. No sé yo si no sería más práctico, a efectos de reducir la ignominia y la burla de la Ley, sustituir este mosaico por una imagen a la salida del Parlamento vasco, o incluso de su interior.
Autor: Policronio
Publicado el 1 de enero de 2009
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