No vaya a creerse Z que es el único que tiene abuelo, por lo que parece un único abuelo conocido, circunstancia esa que, si no es suficientemente explicada, puede dar lugar a más de una situación embarazosa, como aquella que indefectiblemente se producía, cuando un paisano decía, más colocado de buenismo de Valdepeñas de la cuenta, que “en mi pueblo tos hermanicos” y le respondía el otro: “claro, tos hijos de la Lola”. Y ahora, no pretenderán que se lo explique.
Dicho lo anterior a modo de introducción y porque hay que meterse con Z, que para eso nos paga la trama neocón, teocón y neofalangista de la trigésima enseñanza, y aquí somos muy cumplidos, tengo que decir, sin temor a equivocarme un ápice, que mis abuelos se hubieran forrado en estos tiempos turbulentos. Y además, maximizando el beneficio, a la par que minimizando el esfuerzo. Que es como decir, dándole al magín lo justito a los efectos perseguidos.
Porque hay que ver lo que el pobre Alberto Recarte ha debido de estrujarse las neuronas, para sorprendernos con esto. Y ya no digamos los chicos del Instituto Juan de Mariana, por no hablar de todos los servicios de estudio de los diferentes bancos, cajas, cooperativas de crédito, casas de empeño y de usura, que también los tienen.
El caso es que, ya sea por la atenta observación de los fenómenos naturales o por haberlas pasado canutas desde que tuvieron uso de razón hasta el lecho de su muerte, y no como Solbes, que tuvo que esperar sesenta y seis años para darse perfecta cuenta de que es un perfecto inútil, mis abuelos hubieran resumido los antecedentes, actualidad y futuro de la crisis en no más de seis palabras.
Manda carallo, que la última vez que oí esa expresión fue en boca de una novia que tuve, cuando el tiempo se pierde en la memoria, que recatada ella, viéndome venir de lejos, en pos de repetir lo que fue una tarde inolvidable e irrepetible, para lo que se estilaba por la época en que mis queridos jesuitas te llevaban la cuenta de los granos que lucías en el rostro, me espetó a bocajarro: “Hoy no toca” “¿Y eso?” le respondí con un deje de decepción en la expresión. “Tarde de mucho, víspera de poco”.
Así es que ya lo saben, sesudos economistas. Si te comes todo el turrón en septiembre, no te quedará para Navidad.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 12 de octubre de 2008
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