domingo, 23 de septiembre de 2018

Llega el cazador, ¡sálvese el que pueda!


Hay quien nació odiando a media España y ha mantenido el aborrecimiento a lo largo de toda su actividad judicial-política-judicial, lo que escrito así parece un emparedado indescifrable a menos que uno aclare que quien practica ese aborrecimiento es un juez que pasó por la política, dando el salto a ella desde la Judicatura, y luego regresó, frustrado de no haber ocupado el alto cargo al que aspiraba —pongamos la Vicepresidencia primera del Gobierno que su condición de “dos” en la lista le predecía—, a los legajos acumulados con lujuria o sobreabundancia en su tribunal de siempre.


Legajos que van reabriéndose según contengan o no alguna posibilidad de hacerle daño al grupo odiado o agradar al grupo que se desea favorecer. Legajos que, aun cuando no le correspondan por ser propios de otra instancia, hace suyos con el mayor de los entusiasmos e instruye con la ligereza que le caracteriza. De aquí para allá, según ven ustedes la raya en el suelo, ¡todos imputados! Que ya los iré soltando a medida que la reputación les quede suficientemente dañada —según el parecer de mi partido— o bien tenga un golpe de suerte y encuentre algún indicio en materia delictiva que me permita enchiquerar a alguien. 

Si ese juez-político, a menudo más político que juez, no duda en irse de cena y montería con un alto miembro del Ejecutivo, más algún componente significado de la Fiscalía y cierto personaje notorio de la Autoridad policial, entre otros varios protagonistas que en absoluto deberían, por simple cuestión ética, haber compartido mantel y escopeta, lo primero que uno puede sospechar no es que se abatan equis piezas de caza mayor, sino que se le está asestando un golpe mortal a la democracia. Porque cuando la democracia, en lugar de una clara independencia entre los tres poderes del Estado, lo que nos ofrece es connivencia y trapicheo entre sus miembros, sea o no en terrenos cinegéticos, entonces puede asegurarse sin el menor asomo de duda que la libertad ha pasado a mejor vida. Así pues, proclamémoslo de viva voz: ¡La democracia ha muerto, descanse en paz! En cierto coto jiennense acaba de expedirse el certificado de defunción.

Ya nada es posible hacer en el terreno de la seguridad jurídica si ésta contradice las ambiciones del Poder político. Mala suerte para nosotros, los demócratas. A partir de ahora deberemos encomendar nuestra libertad personal al arbitrio de los odiadores frenéticos. Cuando los jueces dividen a la humanidad en dos grandes grupos, amigachos y enemigos mortales, y lo hacen a sabiendas de que incurren en actos prevaricadores que les saldrán de balde, ha llegado el momento de convencerse que todo está perdido. ¡Sálvese el que pueda, que llega el juez! 

Autor: Policronio
Publicado el 13 de febrero de 2009

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