miércoles, 12 de septiembre de 2018

La compasión, el virus del capitalismo

Alegoría de la compasión.

Supongo que están todos ustedes al tanto de las explicaciones varias, que economistas de todas las tendencias han tenido a bien ofrecernos, respecto de las causas de la crisis, luego recesión, más tarde depresión. Por cierto, hora es ya de que los ecónomo lingüistas vayan buscando un nombre para lo que se avecina. A estas horas, por cierto, se anticipa una cifra de desempleados de tres millones. 


Por supuesto, que esas son explicaciones de orden técnico, pero que no van más allá. Y digo yo que será interesante, para no volver a caer en ello, indagar sobre las causas últimas del desastre, y de paso contestar a tanto solidario, arrimado al pesebre de la casta política que nos desgobierna, y que andan echando pestes del sistema que les ha permitido vivir como jamás hubieran imaginado.

Se dice que la crisis de ahora es el fin del capitalismo, comparable a la caída del Muro de Berlín. Y no les falta a quienes lo dicen cierta razón, en el fondo. Porque la causa de la caída de cualquier sistema de asignación de recursos es siempre la misma: la compasión, compadecerse de quienes nada ofrecen, cuando tienen tanto que ofrecer, y todo lo piden.

Hacer responsables de esta crisis a la ambición y a la pura búsqueda del beneficio, es negar la gasolina de la que se alimenta el capitalismo. La responsabilidad de la crisis hay que buscarla en aquello que lo desnaturaliza, no en lo que lo alimenta. 

A ese respecto, hemos introducido con demasiada alegría la compasión en el círculo de valores que hace reconocible y viable el capitalismo: el trabajo bien hecho, el esfuerzo, la disciplina, la austeridad, la valoración del mérito y la capacidad, el talento, el genio, la constancia y la motivación.

Cuando, afectados del virus de la compasión, se retribuye de igual manera al vago, al indisciplinado, al derrochón, al insolvente y al torpe por naturaleza o por vocación que al trabajador, disciplinado, austero, solvente y talentoso, estamos sometiendo al conjunto del sistema a un sobreesfuerzo, que de ninguna manera puede mantenerse por mucho tiempo. 

Es por ello, que nunca agradeceremos lo bastante el gesto de abrir “el paquetito de hipotecas basura” y ver lo que hay dentro: el tráfico económico corroído por el cáncer de la compasión. Como tampoco reprocharemos bastante a los poderes públicos el empecinamiento en tratar el cáncer, no con aspirinas, si no con el más acreditado acelerador de metástasis: el gasto público.

Como siempre, no hay playa debajo de los adoquines.

Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 2 de diciembre de 2008

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