Cuántas veces hemos oído decir, ante la parrafada pausada, conexa y bien entonada de un conocido, ya fuera en la barra del bar o en la sala de espera del dentista: Joer, hablas como un ministro. Toda una definición.
Eso era hace treinta años, claro. Y eran otros tiempos, pero sobre todo, otros ministros, aunque no hubiera ministras, ni de cuotas ni de las otras. Porque oído lo oído, como te digan que hablas como un ministro, por ejemplo Moratinos, la has jodido. Y ya si te dicen que hablas como una ministra, piénsatelo dos veces antes de abrir la boca delante del grosero.
No obstante, no sé que es peor: si sufrir la tortura que supone intentar entender a mi Maleni, mejor nos conformamos con reírnos, o no saber cómo hablan ciertos ministros y ciertas ministras, de los/las que conocemos su existencia, porque los/ las vimos en la foto de la jura o promisión del cargo. Y cobran tanto como aquella.
Porque, vamos a ver ¿Alguien sabe cómo se maneja en el palique, un suponer, <a Carmen Garmendia? De ella se atreven a decir algunos que es la ministra estrella de este desgobierno ¿Y Elena Espinosa, la de Medio Ambiente? Y miren que lo tiene fácil, con el C02 como cabeza de turco, que lo mismo vale para un calentamiento que para un refrescón ¿O Beatriz Corredor, sucesora de la Trujillo? Y desde luego que no es excusa para tamaño silencio, que lo suyo sea una labor callada u oscura, cual si se tratara de la de un medio centro defensivo futbolero, pues no hay más que ver cómo andan sus respectivos negociados.
Al menos, tenemos que agradecerle a mi Maleni la agradable sensación que nos proporciona el saber que siempre hay alguien que vela por nosotros, aunque sólo sea para amenizarnos la velada, si nos toca la china de quedarnos atrapados en medio de una autopista nevada o en la sala de espera del embarque de cualquiera aeropuerto patrio.
Porque oír de boca de una ministra del Reino de España, a la sazón Inspectora de Finanzas del Estado: “Yo es quesque yo, no domino la Ley Ley de Procedimiento, administrativo, esa” no tiene precio. Para lo demás, el logopeda, sin ir más lejos, la tarjeta… esa.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 15 de enero de 2009
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